Joaquin Amat-Piniella estuvo más de cuatro años en Mauthausen. Tras sobrevivir, escribió con urgencia, por necesidad, K. L. Reich, memorias de su estancia en el campo a modo de novela de ficción, obra imprescindible, junto a  Los años rojos de Mariano Constante, sobre los republicanos españoles que sufrieron en los campos de concentración o de exterminio nazis.


La llamada literatura concentracionaria más conocida, aquella que de una manera u otra ha dado habida cuenta de los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, es posible que haya creado la sensación de que las víctimas de los campos fueron producto de la limpieza llevada a cabo por el nacionalsocialismo por motivos de raza o étnicos. Sin embargo, en muchas ocasiones se olvida que en los campos, primero en los de prisioneros, luego en los de concentración y, finalmente, en los de exterminio, triple distinción cuyos contornos diferenciales quizá no sean del todo claros pero que existieron, al menos en un primer momento, también hubo víctimas por razones políticas, independientemente de razas o de etnias. También, por otras razones, como la llamada puesta en marcha de la “higiene social” enfocada al exterminio de los homosexuales.


Alrededor de ocho mil españoles fueron parte de ese conjunto de presos que llegaron a los campos alemanes por motivos no raciales, republicanos exiliados mayoritariamente en Francia y que fueron detenidos a partir de 1940, año de la invasión alemana del país galo. Muchos fueron enviados a los campos, otros a servir como esclavos en diversos emplazamientos de control nazi. Uno de ellos fue Joaquim Amat-Piniella, quien llegó a Mauthausen en enero de 1941, permaneciendo preso casi cuatro años y medio hasta la liberación del campo por las tropas norteamericanas en mayo de 1945. Poco después, el escritor catalán comenzó a escribir lo que acabaría siendo K. L. Reich, junto con Los años rojos, de Mariano Constante, las dos obras fundamentales para conocer lo que sufrieron los españoles en los campos.


En 1946 Amat-Piniella comienza a escribir K. L. Reich con el mismo sentido de urgencia y de necesidad que empujó a hacer lo propio a Primo Levi con esa otra obra fundamental de la literatura concentracionaria y del siglo XX que es Si esto es un hombre. No obstante, la diferencia entre el libro de Amat-Piniella y el de Levi, como con otros títulos alrededor de los campos, se encuentra en que el escritor catalán optó por la novelización, esto es, por la aparente ficción antes que por el ensayo o el libro de memorias. A partir de sus vivencias, Amat-Piniella recrea su llegada y su estancia en el campo a través de un personaje, Emili, más que posible alter ego del autor, quien consigue sobrevivir a su estadio en el campo gracias a los dibujos pornográficos que dibujo para los oficiales de las SS.


A través de una narración rica en detalles y de una gran plasticidad, Amat-Piniella recoge sus recuerdos y los plasma en una ficción que se siente demasiado verídica. El autor narra la vida en el campo de manera directa y, bajo esa superficie, van abriéndose más y más capas reflexivas sobre los sucesos. Se tiene la sensación que el propio Amat-Piniella quería entender, además de entregar al lector una obra de gran valor testimonial y documental. Comprender su propio comportamiento, sus miedos y deseos, su supervivencia. Porque si algo ha acompañado, es sabido, a muchos supervivientes de los campos ha sido el sentimiento de culpa por no haber fallecido como tantos otros. Una sensación que recorre transversalmente la novela, porque Emili se debate entre su necesidad de sobrevivir y esa culpabilidad de ver cada día morir a sus compañeros mientras él salva la vida gracias a su trabajo. Dialéctica que ha acompañado a la literatura concentracionaria y que en K. L. Reich vehicula la narración mientras asistimos al horror de unos sucesos que todavía hoy nos preguntamos cómo pudieron llegar a acontecer. Recuperar la novela de Amat-Piniella ayuda a seguir conociendo algo que no debería nunca olvidarse.