Treinta años después de rodar Mad Max, más allá la cúpula de trueno (Mad Max Beyond thunderdorne, 1985), título que cerraba su trilogía, George Miller recupera al héroe apocalíptico, a quien esta vez encarna Tom Hardy, concibiendo un film tan deslumbrante y excesivo como surrealista y divertido.

Mad Max ‒ salvajes de autopista (Mad Max, 1979) significó una vuelta de tuerca a ese género, si es que se le puede llamar así, de los films apocalípticos, como dos años antes La guerra de las galaxias (Star wars, 1977) hizo lo propio con la ciencia‒ficción. A la primera le siguió después Mad Max 2, el guerrero de la carretera (Mad Max 2, 1981) y la citada  Mad Max, más allá la cúpula de trueno, todas ellas dirigidas por el cineasta australiano George Miller. Una trilogía que no solo significó el nacimiento de un personaje icónico, sino un nuevo director que, al ser sus tres primeros trabajos para la gran pantalla, había ascendido a los altares de la cinefilia que esperaba con impaciencia sus próximos trabajos. Pero ¿Qué sucedió después? Que Miller se puso tras la cámara en pocas ocasiones, es decir cinco, porque a la saga Mad Max le siguió la comedia de corte fantástico Las brujas de Eastwick (The witches of Eastwick, 1987) interpretada por Jack Nicholson, Cher y Susan Sarandon, El aceite de la vida (Lorenzo’s oil, 1992) cuyo reparto encabezaban Nick Nolte y de nuevo Susan Sarandon, para después introducirse en el cine infantil con Babe, el cerdito en la ciudad (Babe; pig in the city, 1998) y dos films de animación protagonizados por un pingüino, Happy feet, rompiendo el hielo (Happy Feet, 2006) y su secuela Happy Feet 2 (Happy Feet two, 2011).

Y surgió la duda. Y también las suposiciones. A Miller se le han agotado las ideas, quizá ha sucumbido a los cantos de sirenas hollywoodense como les ha sucedido a tantos otros foráneos, o puede que en realidad sea un gran bromista. Y es quizá esta última teoría la que cobra más fuerza tras el visionado de Mad Max: furia en la carretera (Mad Max: fury road, 2015), sin duda un producto visualmente impactante, muy bien estructurado, plagado de secuencias apoteósicas y con un impecable acabado final, solo que aderezado por ese toque humorístico de Miller. Porque el cineasta, a sus setenta años, también está de vuelta de todo. No solo ha concebido el film que le ha dado la gana, sino que se ha dejado llevar por su sentido del humor hasta elevarlo a su máxima expresión. Pero entonces ¿podría decirse que Mad Max: furia en la carretera es una comedia apocalíptica? En cierta manera si, y es ahí precisamente donde reside su grandeza. Me explico…

La historia es muy sencilla: una simple persecución por el desierto. Al igual que los diálogos, en su mayor parte reducidos a ruidos guturales y gritos. No hay frases lapidarias, ni tampoco esos momentos íntimos donde salen a relucir los conflictos internos de los personajes. Tan solo que unos quieren huir en busca de una mejor vida y otros entrar en el Walhalla, porque si hay algo que une a perseguidos y perseguidores es su condición de supervivientes. Aunque los que posean gasolina y agua son los que poseen el poder. A partir de estas premisas, Miller ha construido una vertiginosa historia en la que los mamporros, los disparos, las explosiones, las acrobacias circenses y los vehículos imposibles se convierten en los auténticos protagonistas de la historia.

Y la grandeza es que a ese toque de humor Miller le ha proporcionado una dimensión épica, y hasta a veces mítica y mística, concibiendo algunas secuencias tan magníficas como delirantes. Que Max tenga las suficientes fuerzas para cargar en sus hombros al individuo a quien está encadenado y que este a su vez está encadenado a la puerta del vehículo al que, minutos antes del accidente, Max estaba atado ya que era un prisionero donante de sangre, precisamente, para dicho individuo que era su conductor. Porque Max parece salido de una viñeta de Mortadelo y Filemón: tan pronto recibe una flecha que le clava la mano en su frente como recibe golpes a diestro y siniestro sin romperse siquiera el dedo meñique.

Humor que impregna muchas otras escenas como la violenta pelea a puñetazos entre Max y el personaje encarnado por Charlize Theron que lleva un brazo postizo articulado. O que un amenazante grupo de motoristas se quiten los cascos de la cabeza y se descubra que está formado por unas adorables ancianas. O el viejo que dispara continuamente su ametralladora a ton y son desde lo alto de su vehículo y que, tras perder la vista a causa del fuego enemigo, se venda la cara y prosigua apretando el gatillo mientras vocifera al aire. Hasta ese enloquecido personaje que toca ininterrumpidamente la guitarra eléctrica sobre un camión sujeto con cintas elásticas, lo que hace que constantemente se balancee de un lado al otro según vienen los baches. O ese otro camión con varios hombres tocando enormes tambores cuyo sonido sale amplificado por unos grandes altavoces situados en su parte delantera. Y tantísimos detalles más. Aparte de la sorprendente combinación de piezas automovilísticas que dan lugar toda esa galería de vehículos tan asombrosos como delirantes.

Mad Max: furia en la carretera le da un nuevo giro al cine de acción así como al manejo de las nuevas tecnologías digitales que aquí alcanzan un insólito equilibrio en cuanto a que están al servicio de los personajes de carne y hueso, imprimiéndole a las imágenes una mayor sensación de realismo. Como también le da un giro a la comedia, aunque sea en términos post‒nucleares.