Entrevistar al filósofo gallego es preguntarse quién está al otro lado cada vez que lanzamos un mensaje. ¿Acaso alguien nos oye? ¿Será que ya hemos aceptado nuestra ubicación en la prisión invisible del cementerio virtual? En este diálogo el autor de Lluvia oblicua (Pre-Textos, 2020) aprovecha un hipotético minuto que le darían los telediarios de las grandes cadenas; también habla de la necesidad de oírnos y de “empaparnos”, así como de la estructura circular de su obra.

Edgar Borges.- ¿Lo nuestro es ingenuidad o estupidez?

Ignacio Castro Rey.- Buena pregunta, gracias. La humanidad ha de ser ingenua. De otro modo perdemos corazón, espontaneidad, el temblor que nos hace hablar. Ha de ser también "estúpida", de otro modo traicionamos la ignorancia que constituye nuestra raíz, el hecho de que no sabemos, de que nunca sabremos lo suficiente. Además, si la humanidad desarrollada no fuese "estúpida" perderíamos el contacto con las nueve décimas partes de la humanidad, que siempre será atrasada. Y eso no debe ocurrir, no más de lo que ya está ocurriendo. Pero creo que tú te refieres a otra cosa. Nuestra ingenua estupidez social es una parálisis con dos cabezas: crédula y a la vez obediente. Se nos invita a facilidades envenenadas que nos aíslan de nuestras intuiciones, de esa "zona libre de información" que todavía existe en nosotros. Y esto se hace para que sirvamos mejor al nuevo amo, al estruendo de la estupidez establecida. En suma, a un espectáculo tan ruidoso como vacío, pues su único contenido (el mensaje es el medio) es entretener, que la vida pase y no pese.

E.B. - Te dan un minuto los telediarios de las grandes cadenas, ¿de qué trataría tu declaración?

I.C.R.- Dejen de interactuar, apaguen la emisión. Necesitamos volver a oírnos. Incluso mientras respiramos. Como en aquellos famosos 4'33'' de John Cage, donde se escuchó el murmullo del mundo. Machado ya lo dijo todo al respecto.

E.B. - ¿La lluvia oblicua empapa, aunque huyas? ¿Necesitamos empaparnos para volver a sentirnos humanos?

I.C.R.- Necesitaríamos empaparnos, dejarnos invadir por una existencia que hoy está bloqueada por una mediación técnica e informativa que nos ha cubierto de parte a parte. La cobertura nos hace impermeables. Es inevitable asociar la velocidad de la comunicación con el ensimismamiento. La frenética conexión virtual es la otra cara del mutismo real. Últimamente la gente ni coge las llamadas telefónicas: ¿con el fin de que no se oiga su voz, en vivo? Esta cobertura interactiva, haciéndonos recibir y emitir continuamente mensajes, nos ha convertido en infelices islas narcisistas. Pero así funcionan las cosas: un buen consumidor ha de ser ansioso, perpetuamente insatisfecho. 

E.B. - Dices que cada capítulo de tu obra es un libro en sí mismo, al estilo de Rayuela, ¿por qué?

I.C.R.- Es que la estructura de Lluvia oblicua (Pre-Textos) es circular. Responde a una sola obsesión y la va desarrollando en espiral. De las emociones a la memoria, del arte a la religión, los temas varían muchísimo. Pero se mantiene un mismo bajo de fondo, que viene a decir que nos hemos equivocado de dirección. La verdad ha quedado atrás, debajo; no delante, en el horizonte social prometido, en un espectáculo colectivo que nos entretiene solamente con bisutería, con la quincalla de la "actualidad". La llamada actualidad es lo menos vivo y actual del mundo.

E.B. - En medio del vacío que se percibe en el mundo actual, ¿los capítulos de tu libro serían habitaciones donde la existencia pudiera sentir una nueva noción de sociedad?

I.C.R.- Más o menos. Pero hablaría más bien de comunidad, no de una "sociedad" que está drogada por el estrés del recambio perpetuo. Al descolgarse del estruendo de la cobertura, que es una coraza que nos ahorra la vida única de cada cual; al descender a la respiración del mundo, recuperamos nuestra singularidad sin equivalencia y, a la vez, la comunidad de ser. ¿En qué consiste esa comunidad? En que somos mortales y estamos llenos de un enigma que no tiene solución. Es eso lo que nos une, el abismo de ser, no el programa político de la agenda diaria. La política, como la información, es solo un programa de entretenimiento que debe sedarnos, como una "nana" calma a un niño que teme a la noche. 

E.B. - Sentir o pensar. A veces tengo la impresión de que se discuten estas posibilidades como si cada una fuera incompatible con el todo de un ser humano. ¿Qué piensas de esto?

I.C.R.- Sentir y pensar es lo mismo, exactamente lo que hoy procuramos no hacer. Los sentidos, las sensaciones y los sentimientos, sirven la materia prima sin la cual el pensamiento no tiene nada que pensar. Mientras nos limitemos a "pensar" las tonterías que se nos sirven, no estamos pensando nada, simplemente repetimos consignas. D. Foster Wallace ha dicho cosas preciosas al respecto. Y por cierto, también Anne Carson. Es necesario pararnos, y sentir la sombra de la duda, para dejar hablar al miedo de vivir. Solo desde esa vacuola de no comunicación podremos pensar algo nuevo.

E.B. - Se dice que la ciencia se ha convertido en la nueva religión en Occidente, pero, ¿acaso el sentimentalismo no es la nueva doctrina social?

I.C.R.- La cosa es para morirse de risa. Efectivamente, la ciencia se ha convertido en una nueva religión, con una actitud de afectada profecía que promete seguridad. Los "expertos" son la nueva casta sacerdotal. Pero todo esto es ridículo. Como viven en el paraíso artificial de su especialidad, muy lejos de la sabiduría del suelo común, los científicos y expertos ni siquiera son capaces de adivinar el presente, que permanece tapado por una serie infinita de mantras consoladores que se repiten. Aliada con el espectáculo de la información, la ciencia (si me permites la metáfora) se ha convertido en el gran consolador social. El problema es que después del orgasmo viene la cruda realidad. Algún día habrá que afrontarla, y para eso el ser humano debe atreverse a estar solo. No hay experto, ni cobertura, ni aplicación de móvil que nos dé respuestas para esas preguntas cruciales, que hoy solo son posibles en el fondo de la noche.