El regreso de Mary Poppins (Mary Poppins Returns, Rob Marshall, 2018) se presenta como una secuela del clásico de Disney, Mary Poppins (1964, Robert Stevenson), una película que con el tiempo ha trascendido dentro de la cultura popular, guste o no, y más allá de su condición de cine infantil. De hecho, podría decirse que, pasados más de cincuenta años desde su estreno, es una película que ha tocado a varias generaciones de una manera u otra.

'El regreso de Mary Poppins', de Rob Marshall

Ante lo anterior, cualquier continuación o remake, siempre tendrá que lidiar con una comparación de la cual, seguramente, saldrá perjudicada. Esto, evidentemente, es algo que han tenido en mente a la hora de dar forma a esta nueva Mary Poppins. Aunque su historia se desarrolla unos veinte años después de la anterior, ahora a finales de los años treinta, con la Depresión como contexto, lo cierto es que estamos ante una película que funciona más como remake que como desarrollo independiente de las formas de aquella. Ahora, Jane (Emily Mortimer) y Michael (Ben Whishaw) Banks no son los niños que cuidaba Mary Poppins (Emily Blunt, que consigue dotar al personaje de suficiente personalidad a pesar del gran reto que suponía), sino dos adultos. Ella es sindicalista; él un joven viudo (una vez más en Disney, la muerte de la madre…), con sus propios hijos y que tiene que hacer frente a una deuda o perder la casa de Cherry Tree Lane. Ante este paisaje desolador, Mary Poppins regresa como hacia en aquella ocasión, volando del cielo con su paraguas ante la mirada de Jack (Lin-Manuel Miranda). De hecho, tarda bastante en aparecer, tras un largo prólogo que sitúa la acción y, en cierto modo, crea una cierta expectación ante su aparición.

A partir de entonces, El regreso de Mary Poppins se mueve por un terreno seguro, ofreciendo algunos números musicales muy inspirados frente a otros más apáticos, pero, curiosamente, casi dejando de un lado a la figura de Mary Poppins: no queda relegada ni mucho menos, pero desde luego se presenta más como motor incidental de la acción antes que como centro de esta. Algo que, sumado a una duración excesiva, ocasiona una gran irregularidad en una película muy esforzada por mantener el espíritu de la anterior pero ofreciendo un tono y una mirada más contemporánea sin caer en excesos -salvo en un número musical en el que se incluyen acrobacias más pensadas para un público actual-, una suerte de híbrido que no abandona un tono infantil, muy inocente, y que gira alrededor de cuestiones o de temas ya presentes en la anterior.

'El regreso de Mary Poppins', de Rob Marshall

El regreso de Mary Poppins posiblemente no deje la huella en la historia del cine como lo hizo la de 1964, como puede que tampoco sus canciones y secuencias musicales. Pero lo cierto es que vuelve a demostrar que Disney es capaz, para lo bueno y para lo malo, de poner en marcha verdaderos espectáculos visuales con gran sentido de la maravilla cinematográfica, incluso cuando, como en este caso, encontramos un trabajo más esforzado que conseguido en términos generales.

Aunque habrá quien quizá encuentre en ello un elemento en contra, El regreso de Mary Poppins apuesta voluntariamente por un tono inocente, casi ingenuo, que no esconde alguna consideración incluso crítica contra ciertos aspectos del sistema social, que a buen seguro irritará a más de uno. Puede ser comprensible posicionarse a este respecto en contra de esa condición naif, pero lo cierto es que sitúa la película de Marshall en una posición casi a contracorriente de nuestra época. Una mirada hacia la vida y el cine basada en un disfrute que tiene en algunos de sus números musicales su perfecta representación mediante un sentido de goce vital que El regreso de Mary Poppins se esfuerza por transmitir, consiguiéndolo tan solo de manera intermitente. Aunque, quizá, más que suficiente dado el objetivo final de la producción.

'El regreso de Mary Poppins', de Rob Marshall