A veces, reprimes lo que sientes, en otras algo se interpone, y lo que deseabas se torna remordimiento por lo que no se realizó, por lo que no supiste o no te atreviste a materializar. “¿Es mejor hablar o morir”, son palabras de un caballero a la dama que ama en una obra francesa del siglo XVI que se leen en 'Call me by your name' (2017), de Luca Guadagnino, para la que James Ivory adaptó la novela de André Aciman (aunque Guadagnino prescindió de la voz en off para que en vez de evocación, fuera presente en proceso). Stevens, el mayordomo que encarnó de modo excepcional Anthony Hopkins en la obra maestra de Ivory, 'Lo que queda del día' (1993), se mordió las palabras, y lentamente fue muriendo en vida, por no expresar lo que sentía a la mujer que amaba. La vida, por tanto se convirtió, para él, en el monumento fúnebre de una batalla perdida, perdida frente a sí mismo, ya que encasquilló sus emociones como una estatua que yace bajo las aguas de lo que no fue capaz de manifestar.  En cierto momento de la obra de Guadadigno, sacan del mar una estatua de un hombre desnudo. Primero, encuentran un brazo, como el gesto que busca la aproximación al otro, el gesto de apertura y receptividad. En otra secuencia, Elio (Timotheé Chalamet), adolescente de 17, y Oliver (Armie Hammer), un estudiante graduado invitado por el padre de Elio, Mr Perlman (Michael Stulhbarg), profesor de arqueología, a su casa de verano en el norte de Italia para que le ayude con su trabajo de investigación, conversan, o se investigan, alrededor de la estatua que evoca una de las batallas más cruentas de la primera guerra mundial. Su conversación es como una coreografía de indirectas, de frases entredichas, con las que ambos tantean lo que siente el otro. Uno y otro se desplazan por diferentes lados de la estatua. Por un momento, Oliver desaparece del encuadre de este magnífico plano secuencia, mientras Elio repite la frase que no pretendía decir, pero sí quería expresar, aquella que evidencia lo que quiere saber del otro, aquella que le expone al otro, porque surge a la superficie. Ambos personajes comienzan a expresar lo que sienten, y uno y otro comienzan a entrever que ambos sienten lo mismo, que ambos quieren recorrer la misma dirección.

'Call me by your name', como esa conversación, se hila, durante su primera mitad, sobre la sugerencia y la insinuación, modulada a través de las miradas y gestos de los personajes. Es una narrativa que se despliega sobre lo que se genera entre los personajes, por eso es una narración orgánica, que crece y se perfila, como se materializan los mismos sentimientos y deseos de los personajes. En principio, las dudas e inseguridades, las reticencias y torpezas, las miradas y los gestos que palpan o rehuyen, que indagan y se retrotraen a veces en un mismo movimiento. A veces, retrocedes cuando quisieras impulsarte. Los deseos se retuercen en soledad, porque la inseguridad se enreda como hiedra que entorpece la expresión de lo que se siente y desea, y el otro piensa que no le correspondes. Te inhibes inseguro, y actúas de un modo que el otro interpreta como un rechazo a lo que quizá sientas como intrusión. Son las torpezas de los primeros pasos de baile de una atracción, durante los cuales lo que se reprime o no se sabe vehicular, ejerce de zancadilla a uno mismo. Los cuerpos no se acompasan y se atascan en la distancia. Buscan, como refugio, en su desconcierto, quizá otros cuerpos, como Elio con Marzia (Esther Garrel). Su cuerpo se desborda, las sensaciones le superan, no se articula con quien deseara, y se derrama en esas espitas como quien se ve superado por la resaca de un mar agitado.

En un par de secuencias suena una canción, 'Love my way' de los Psychedelic furs, que no sólo nos sitúa en el año, 1983, sino que condensa la entraña de la narración: Love my way/It's a new road/I follow where my mind goes: Ama  a mi manera/Es una nueva dirección/Sigo donde mi mente va. En cuando expresas lo que sientes, y fluyes, la dirección se perfila y las miradas y los gestos, los cuerpos, se acompasan. La narración, como un cuerpo que se gesta y crece, torna la insinuación, el tanteo, en coreografía de encuentro y armonía. Dos cuerpos que conversan en sintonía, sin que sus mentes, sus miedos o inseguridades, la preocupación por lo que el entorno piense, interpongan ya muro alguno. Es la dirección que difumina límites, esa que sumerge en las mareas en las que uno a otro se llaman por su propio nombre (call me by your name), porque uno y otro son el mismo, esa armonía cómplice en la que amar a la manera del otro es también la propia. En esos pasajes se logra expresar lo que el padre de Elio, en la bellísima secuencia de los pasajes finales que comparte con su hijo, considera un privilegio, el privilegio de la excepción, el privilegio de una conexión íntima plena que pocos logran materializar, cuando ni reprimen lo que sienten ni dejan que nada se interponga con lo que sienten. Sea un amor pasajero, o dure lo que dure, lo que ambos comparten supone el logro de sacar a flote la estatua que tantas veces nos atasca, o de convertir en cuerpo que conecta con el otro el monumento funerario que entierra lo que deseamos y sentimos entre los remordimientos y las frustraciones de los sueños truncados.