Uno de mis géneros predilectos es aquel que reconstruye a alguien mediante declaraciones y monólogos. Estamos acostumbrados a esto gracias a los documentales, donde muchas personas suelen hablar de un personaje célebre o de un tema (pienso, porque es reciente, en Wild Wild Country, la extraordinaria serie documental sobre Osho). También leemos lo que ahora llaman "biografías orales", donde se retrata a un escritor o a un músico mediante las entrevistas con numerosos conocidos, amigos y familiares (pienso en El libro de Jack, Todo el mundo adora nuestra ciudad o El otro Hollywood, por citar tres libros apasionantes sobre Kerouac, el grunge y el cine pornográfico). En narrativa esto suele ser menos frecuente, pero ahí están los célebres casos de la extraordinaria Mientras agonizo o de la impactante Rant: La vida de un asesino, donde William Faulkner y Chuck Palahniuk rememoran situaciones y resucitan a personajes mediante los monólogos. No podemos olvidarnos de la Antología de Spoon River, poemario de Edgar Lee Masters en cuyas páginas las voces de los muertos cuentan la historia de una localidad. Hay más casos, desde luego, pero éstos son los más populares o los que se nos vienen en seguida a la mente cuando leemos las primeras páginas de Corazón giratorio (The Spinning Heart), la novela con la que el escritor irlandés Donal Ryan debutó en la literatura, y por la que fue nominado a varios premios (y obtuvo algunos de ellos).

Pero lo que nos interesa como lectores no son los premios ni las nominaciones, sino el impacto de este libro, que acaba de publicar Sajalín Editores con traducción de Celia Filipetto. Al igual que las obras antes mencionadas, está construida mediante varios monólogos: los de los habitantes de un pueblo irlandés, que narran las consecuencias que en ellos provoca el desastre de la burbuja inmobiliaria, con un tipo que se largó con el dinero en las manos, dejando a gente desempleada y estafando a unos cuantos, abandonando a su suerte a los trabajadores que ahora se han quedado sin cotizaciones, sin despido remunerado y sin pensiones.

El personaje con el que todo empieza, y en torno al que todo gira, es Bobby Mahon, el antiguo capataz del hombre que les estafó: Bobby odia a su padre, está casado con la que quizá sea la chica más guapa del pueblo y casi todos los habitantes lo admiran… pero esa fama no le va a librar de los rumores y la maledicencia, pues nadie está a salvo de los cotilleos ni de las difamaciones, ya viva en una aldea o en una ciudad. Una de las grandes virtudes del libro es que, aunque Bobby Mahon es el narrador del primer monólogo y no vuelve a contarnos nada (ningún personaje repite soliloquio), sin embargo está presente en cada capítulo, en cada relato de cada habitante. Algo así como lo que consiguieron con Ned Stark en Juego de Tronos y con el Coronel Kurtz en Apocalypse Now: que se hable continuamente de ellos aunque el espectador no los vea, que estén siempre presentes como formas fantasmales a las que la gente no puede olvidar, logrando de ese modo que sean también protagonistas de cada historia.

Viudos, madres, inmigrantes, policías, desempleados… Todos van desfilando por el libro para referir su parte en el asunto. Y ese relato fragmentario, poco a poco, nos indica el orden de los acontecimientos, nos muestra piezas del relato, fragmentos de actitudes y de situaciones, aquí y allá, para que nosotros, como lectores, vayamos componiendo la cronología de los sucesos y decidamos quién dice la verdad y quién miente. En estos monólogos, en los que Donal Ryan demuestra que posee un oído privilegiado para captar voces y registros muy diferentes, salen a la luz diversos temas que hoy nos atañen mucho: la crisis, el desempleo, el miedo a los extraños, el temor a que los jefes vigilen las actualizaciones de Facebook de sus empleados, la desaparición de los niños, la enfermedad y el envejecimiento…

Corazón giratorio es un debut conmovedor, una novela que traslada algunas formas y algunos modelos propios de la narrativa norteamericana clásica a los ambientes de la Irlanda rural de la actualidad, donde asistimos al lamento de un puñado de personajes que han perdido la ilusión. Las influencias de Ryan, sin embargo, no arrancaron con Faulkner o Sherwood Anderson, al contrario de lo que podríamos pensar: como el autor le contó a Laura Fernández en una entrevista, sus referentes son o eran John Steinbeck, Doris Lessing y Stephen King, entre otros.