Ethan y Joel Coen conciben un divertido fresco coral sobre la trastienda del Hollywood de finales de los años 50 que gravita en torno a Eddie Mannix, el astuto jefe de los estudios Capitol Pictures a quien interpreta un magnífico Josh Brolin.

Veinticinco años después de realizar Barton Fink (1991), los hermanos Coen regresan con una nueva historia sobre las bambalinas Hollywood. Si bien aquella transcurría en 1941 y narraba la peripecia de un dramaturgo cuando es llamado por uno de los grandes estudios para que escriba un guión sobre un boxeador, la trama de ¡Ave, César! se desarrolla a finales de los cincuenta, la época de las grandes superproducciones, pero también la época del auge de ese invento cada vez más presente en los hogares norteamericanos que era la televisión en unos tiempos todavía empañados por los efectos de la tristemente célebre Caza de Brujas que se había iniciado en la década anterior.

Son tan sólo algunos de los diversos temas que planean en el nuevo film de los Coen que gira en torno a Eddie Mannix, interpretado por un excelente Josh Brolin, que además de ser el protagonista, es en realidad la figura sobre la que gravitan todos los personajes y acontecimientos de la historia ya que éste, al ser el dirigente de un gran estudio, Capitol Pictures, tiene que lidiar con los innumerables contratiempos que se producen a lo largo de sus siempre extenuantes jornadas.

Porque los Coen han concebido un fresco coral sobre la trastienda de la gran maquinaria que es la fábrica de sueños, donde surgen a diario reuniones, llamadas de teléfono, imprevistos o conflictos de la más diversa índole que siempre hay que resolver con urgencia para que los proyectos sigan su curso, para preservar la imagen del estudio y con ello el negocio, aunque a veces haya que recurrir a la artimaña, al chanchullo e incluso a la manipulación, como tapar el embarazo de la exitosa estrella del momento (Scarlett Johansson) quien, además, arrastra dos divorcios; como transformar a Hobie Doyle, un joven e ingenuo cowboy (Alden Ehrenreich) de escasos recursos interpretativos y acostumbrado a cantar y manejar el lazo en westerns, en el elegante galán protagonista del sofisticado drama que dirige el prestigioso director Laurence Laurentz, (Ralph Fiennes), un personaje que en cierta manera está inspirado en figuras como George Cukor o Mitchell Leisen.

 

Pero también hay situaciones rocambolescas, como el secuestro de Baird Whitlock (George Clooney), un veterano galán de la pantalla que en esos momentos protagoniza una superproducción bíblica, la gran apuesta de Capitol Pictures, secuestro que Mannix trata de ocultar la noticia a las dos ávidas periodistas de sociedad, las hermanas, y también rivales, Thora y Thessaly Thacker, ambas interpretadas por Tilda Swinton, dos personajes basados en la competencia que mantuvieron Hedda Hopper y Louella Parsons, las dos columnistas de cotilleos más influyentes de aquella época en Hollywood; y al mismo tiempo Mannix debe reunir el dinero del rescate para que liberen al actor y continúe la película; como también, en medio de esa vorágine de acontecimientos, tiene que reunirse con cuatro representantes de diferentes confesiones, un cura católico, un pastor protestante, un sacerdote ortodoxo y un rabino judío para que manifiesten su opinión sobre el tratamiento religioso del film en la que es una de las secuencias más divertidas del film.

Además de otras tantas situaciones más que se producen al mismo tiempo, como las que protagonizan el grupo de guionistas comunistas o los diferentes rodajes en distintos platós, desde los números musicales, uno con un grupo de marineros, a cuyo bailarín principal pone rostro Channing Tatum, en un espíritu similar al Gene Kelly de Levando anclas (1945) o Un día en Nueva York (1949), hasta ese otro en una gran piscina que trae reminiscencias de los films acuáticos de Esther Williams y en la que se desarrollan unas coreografías al estilo Busby Berkeley, además de un western, el que protagoniza Hobie Doyle, siguiendo la tradición de vaqueros cantantes como Roy Rogers o Gene Autry.

Un conjunto hilvanado por esa inconfundible voice over típica de aquellas producciones cuyo relato magnifica la figura de Mannix y que en cierta manera viene a unificar ese carácter de puzzle que desprende la película, ya que la mayoría de sus personajes son tan solo piezas presentes en determinadas secuencias y en ocasiones con una breve aparición. Y es ahí donde puede surgir el reparo al film, que son numerosos los rostros y las situaciones caóticas que se describen en la película, lo que puede generar una sensación de cierta confusión. Aunque por otra parte quizá sea necesaria una nueva revisión, ya que es un film salpicado de infinidad detalles, tanto en el propio guión como en la excelente puesta en escena, que pueden pasar desapercibidos en un primer visionado. Detalles como las referencias a la religión y al comunismo que confluyen en Baird Whitlock por medio de la revelación, la que tiene el Whitlock de carne y hueso al escuchar las ideas marxistas de sus secuestradores y la de su personaje de legionario romano en la superproducción ante la figura de Jesucristo. O que el propio Mannix, acostumbrado a las argucias y los tejemanejes, acuda casi a diario a la iglesia para confesar un pecado en el que es reincidente, y que es fumar a escondidas de su mujer a quien prometió dejar el tabaco.

Pero además, los Coen demuestran talento al filmar los espectáculos musicales, imprimiéndoles un toque de modernidad pero sin traicionar el espíritu de antaño, como pone de relieve la secuencia acuática. Como una vez más han salpicado la trama con su característico humor con pinceladas que rozan el absurdo. Un humor sutil, como en la secuencia en la que Laurentz trata de enseñarle Doyle como pronunciar su frase e incluso su propio apellido, hasta los golpes cómicos caso de esa otra en la que la montadora, encarnada por Frances McDormand, le muestra a Mannix precisamente las imágenes finales de la escena de Doyle quien acaba casi quemando la película al quedársele enrollado su pañuelo a una bobina. O en las que aparece el propio Clooney cuyo papel sigue una línea similar a sus anteriores roles para los Coen, con ese toque caricaturesco cuya gestualidad se asemeja a veces a un dibujo animado.

Sin embargo, y a pesar de sus altibajos, ¡Ave, César! es un sólido divertimento que contiene muy buenas ideas, además de una excéntrica comedia impregnada por ese hálito añejo, con el sello Coen, pero a la que, a pesar de su excelente factura, le falta ese toque especial para convertirse en un film memorable. Aunque quizá sea cuestión de visionarla de nuevo. O del tiempo.