"No perderse en lo que se ve, puesto que no se ve nada. Hay que pintar lo que no se ve". La frase de Claude Monet no sólo es una de las numerosas citas que utiliza Jean-Luc Godard en Adiós a las palabras, sino que además puede servir para trazar una primera definición sobre su “film-ensayo-poesía-pintura”, si es que se le puede clasificar como tal.

 

La existencia es un flujo continuo de instantes, de sensaciones, que se transformarán en recuerdos. Y los recuerdos, por el simple hecho de recordar, se convierten en una rememoración de hechos del pasado, solo que estos vienen tergiversados por la propia memoria, ya que esta los adorna a su manera. Pero en ese ejercicio de rememoración se produce también una selección convirtiéndose dichos recuerdos en retazos. Por eso mismo, la rememoración viene a ser un fresco fragmentado, un collage de intervalos de tiempo que, al ordenarlos de manera cronológica, vendrán con sus agujeros temporales. Es así, en cierta manera, como está estructurada Adiós al lenguaje. No es que Godard lleve a cabo un ejercicio de evocación, aunque recupere imágenes antiguas y articule en ocasiones un discurso que transita por los territorios de la memoria histórica, sino que se entrega a ese juego, tan ambiguo como poético, de indagar en la confusión del lenguaje generado por la pérdida del valor de las palabras, de su significado, algo que parece subrayar cuando juguetea fonéticamente con el propio título del film, Adieu au langage: “A dieux” (“adiós” y “ah dioses”) con “au language” (“al lenguaje” y “oh lenguaje”). Juegos dialécticos que son un rasgo de estilo en el cineasta francés y que de nuevo vuelven a impregnar el metraje de Adiós a las palabras. De hecho el propio Godard afirmaba ya en 1962, en una entrevista para Cahiers du cinema, que «En la vida corriente, las gentes me suelen citar lo que les gusta. Es por eso que yo muestro personas que hacen citas, solo que yo me las arreglo para que lo que citen me guste también a mi […]. ¿Por qué impedírmelo? Si uno tiene deseos de decir una cosa, solo queda una solución: decirla» (recogido en Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard, Barral, 1971, p. 174).

 

Sin embargo un creador es como un niño con sus juguetes, también los explora, experimenta con ellos, idea combinaciones, imagina historias a su alrededor. Y por otro lado, que el resultado de ese juego es una amalgama de imágenes, de conjeturas, quizá a veces aparentemente inconexa pero en el fondo perfectamente armada formando un fresco. Un fresco efímero que, como la performance artística, se desarrolla en el tiempo y pasa al recuerdo, o al olvido. Pero con el cine, con el video digital, adquieren esa cualidad de ser tiempo atrapado, tiempo sellado que decía Andrei Tarkovski. Y esa es una de las estrategias de Godard, jugar con los tiempos, con los espacios, pero los fílmicos, con la cámara, y después con el montaje, donde articula los significados, los motivos, en su voluntad por indagar en las interioridades del lenguaje. Y todo ello unido a otra táctica habitual en su método de trabajo como es la improvisación. De hecho el propio cineasta declara en otra entrevista para Cahiers du cinema a raíz del estreno de Pierrot el loco (Pierrot le fou, 1965) que «Desde mi primer film, siempre pensé: voy a elaborar más el guión, y una y otra vez me doy cuenta de que puedo improvisar todavía más, creando todo durante la filmación, es decir, sin aplicar el cine a alguna cosa » (recogido en Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard, op. cit., p. 231).

De hecho, Adiós al lenguaje parte de un hombre y de una mujer, pero sobre todo de un perro, el del propio Godard, sobre los que giran numerosas historias, ideas, citas e imágenes de la más diversa índole generando con ello una suerte de found footage. Solo que, a diferencia de los trabajos experimentales de Joseph Cornell, para algunos el padre del collage cinematográfico, o Bruce Conner, uno de sus adalides, Godard utiliza material propio rodado por él mismo, aunque incluya con frecuencia imágenes de otras fuentes. «No cabe duda de que improviso, pero con materiales muy viejos. Durante años uno va acumulando montones de cosas, y de pronto las incluye en lo que hace» expresa el cineasta en la mencionada entrevista de 1962. De hecho, ese es el método de trabajo de Cornell, de Conner y de tantos otros coetáneos que navegan por esas mismas directrices, el hecho mismo de recuperar materiales para luego, en su manipulación, proporcionales otros significados, como sucede en A movie (1958), uno de los títulos clave dentro del collage cinematográfico, concebido apenas dos años antes que Al final de la escapada (À bout de souffle, 1960), el primer largometraje de Godard. En dicho film Conner parte de una serie de imágenes encontradas que, al asociarlas unas con otras fuera de su contexto, adquieren un nuevo significado. Y es esa una de las reglas de juego que se impone Godard en Adiós al lenguaje, poner de manifiesto la fragilidad del lenguaje, subrayar esos difusos límites susceptibles a la tergiversación, pero también a la interpretación.

 

Y al mismo tiempo, Godard trata de explorar y traspasar los límites lenguaje audiovisual más allá de lo puramente cinematográfico, articulándolo a su vez desde la cotidianeidad, porque el cineasta filma lo que hay a su alrededor, demoliendo las reglas de la narración tradicional, deteniendo de manera brusca la música, también el sonido, quebrando las acciones de los personajes, manipulando la textura de la imagen, rompiendo las leyes de la composición de figura y fondo dentro del encuadre, imprimiéndole a la cámara movimientos imposibles como hacerla girar sobre si misma hasta mostrar bocabajo la imagen que capta, despojando de significado a los propios títulos de crédito y un sinfín de anti-estragegias más.

Porque Adiós al lenguaje es una experiencia visual y sensorial que trasciende más allá de la pantalla para poner de manifiesto el no-lenguaje del lenguaje que también es un lenguaje.