De manera más o menos directa o intencionada, casi todo el cine que se ha acercado a la Mafia y a su mundo, acaba gravitando sobre la idea de familia. En sus márgenes pueden surgir otros temas, otros argumentos, pero las relaciones familiares aparecen como el núcleo sobre el que se sustenta las actividades criminales. A este respecto, Calabria, tercer largometraje del muy interesante cineasta italiano Francesco Munzi, es heredera de tantas miradas alrededor de la Mafia, pero lo hace desde una postura tan personal y artísticamente tan encomiable, que acaba dando como resultado una obra diferente, terrible en su planteamiento.



Calabria habla de la ‘Ndrangheta’, la organización criminal que opera en la zona italiana que da título a la película en castellano (el original es Anime nere, alma negra) y cuyas actividades se desarrollan, como epicentro, en las zonas rurales desde donde se extienden hacia el resto del país. Alrededor de una familia compuesta por tres hermanos muy diferentes y el hijo de uno de ellos aspirante a ocupar un lugar relevante dentro de la organización, Munzi construye una película en la que enfrenta la modernización a la que aspira la familia en sus actividades criminales y el sentido atávico en el que se sustenta. El director apuesta por un realismo tenebrista que enfatiza los paisajes calabreses, utilizando, además, su dialecto en casi todo el metraje. La crudeza de su mirada que acaba poseyendo un cariz casi antropológico y el sentido trágico del destino de la familia, marcan el tono de una película sobria y directa con imágenes de una plasticidad sucia, violenta. Y estamos ante una película acerca de la Mafia sin apenas violencia, si bien, cuando aparece, lo hace de manera extrema. Munzi nos muestra un mundo lóbrego y siniestro, de cierto primitivismo y anclado en el tiempo en sus formas externas frente a unos interiores en los que brilla una ostentación material de discutible buen gusto.


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Los tres hermanos Carbone ejemplifican una forma de ser muy particular y cerrada: está el hermano tranquilo y pausado, más cerebral, el activo y el que se ha distanciado de la familia y sus actividades, padre del joven que quiere crecer dentro de la organización, y que ha permanecido en el pueblo, viviendo en una casa a medio construir. Los tres muestran una triple cara de una familia que poco a poco se van encaminando hacia la tragedia, con un final de gran dureza, porque muestra la que parece ser la única manera para uno de ellos, de terminar con todo.



Munzi va creando una narración absorbente en su ritmo y en su desarrollo, conduciendo poco a poco al espectador desde un comienzo fragmentado a un clímax final agobiante. No hay en su mirada ni ambigüedad ni condescendencia hacia la Mafia. Es más, aparece como un auténtico lastre para el país. El naturalismo y el realismo expositivo ayuda a transmitir el sentido atávico y fuera de tiempo de una organización que intenta modernizarse pero es incapaz de alejarse de unos ideales, de unos preceptos, que desde un pasado remoto suponen sus bases más sólidas. Unas bases que acaban siendo las que conduzcan a la familia hacia su terrible final.