En 1953, en plena dictadura franquista, el cine español logró algo que hoy parece imposible: reírse del poder sin que el poder se diera cuenta. Lo hizo a través de una comedia aparentemente inofensiva, costumbrista y folclórica que, en realidad, escondía una de las sátiras más demoledoras contra el régimen y su ideología. Su título: Bienvenido, Mister Marshall.

Dirigida por Luis García Berlanga, la película se convirtió en un clásico del cine español, pero también en un ejemplo perfecto de cómo la censura franquista podía ser burlada con inteligencia, ironía y mala leche.

Un pueblo español y la sumisión al “salvador extranjero”

La premisa es sencilla: el pequeño pueblo de Villar del Río se prepara para la inminente visita de unos delegados estadounidenses del Plan Marshall, convencido de que su llegada traerá prosperidad, dinero y futuro. Para agradarles, el municipio decide disfrazarse de una España folclórica, atrasada y caricaturesca, justo la imagen que el franquismo vendía al exterior.

Nada es casual. Berlanga retrata una sociedad que se arrodilla ante el poder, que cambia su identidad según quién mande y que confunde dignidad con obediencia. Una España que espera milagros desde fuera mientras acepta la miseria dentro.

Nacionalcatolicismo: caridad, obediencia y resignación

Bajo la comedia coral se esconde una crítica feroz al nacionalcatolicismo, pilar ideológico del franquismo. En Villar del Río nadie cuestiona el sistema, nadie protesta por la pobreza estructural, nadie habla de derechos. Solo hay resignación, jerarquía y fe en una salvación que nunca llega.

La película ridiculiza esa moral cristiana basada en la apariencia, la caridad superficial y la sumisión al poder, una doble moral que el régimen defendía mientras mantenía a gran parte del país en la precariedad. Como en Plácido, la pobreza sirve para tranquilizar conciencias, no para cambiar la realidad.

Estados Unidos, Franco y la hipocresía internacional

El trasfondo político es clave. En los años 50, el franquismo buscaba desesperadamente el reconocimiento internacional, especialmente el de Estados Unidos. Plan Marshall simbolizaba esa esperanza de legitimación, aunque España quedó oficialmente fuera del programa.

Berlanga convierte esa aspiración en sátira: el pueblo se humilla, se disfraza y se endeuda para agradar a unos visitantes que ni siquiera se detienen. La escena final, con los coches americanos pasando de largo, es una de las metáforas más crueles del cine español: ni salvación exterior ni justicia interior.

¿Cómo pasó la censura franquista?

La gran paradoja de Bienvenido, Mister Marshall es que fue aprobada por la censura. ¿Por qué? Porque el régimen la leyó como una comedia amable, incluso como una exaltación del tipismo español. No entendieron -o no quisieron entender- que la película se reía precisamente de eso.

El humor, el tono coral y la ausencia de un mensaje explícito permitieron que la crítica pasara desapercibida. Berlanga demostró que, en una dictadura, la ironía puede ser más peligrosa que la denuncia directa.

Setenta años después, Bienvenido, Mister Marshall sigue siendo incómoda. No solo por lo que dice del franquismo, sino por lo que revela sobre una sociedad acostumbrada a esperar soluciones mágicas, a aceptar la desigualdad como destino y a confundir patriotismo con obediencia.

Berlanga no atacó al franquismo con discursos grandilocuentes, sino con algo mucho más efectivo: ridiculizando sus valores fundacionales. Y quizá por eso, todavía hoy, su película sigue diciendo más verdad que muchos relatos oficiales.

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