En el trazo pictórico de Carmen Selma hay una expresión muy marcada que nos inquieta. No sabríamos decir muy bien por qué pero esos personajes que pueblan las escenas y que nos miran directamente, nos incomodan. El trabajo de Selma, que podemos ver expuesto en la galería de arte madrileña A ciega, conjuga magistralmente dos cuestiones: el conocimiento profundo de la pintura misma y sus posibilidades, y la reflexión sobre lo que culturalmente nos conforma como individuos en la sociedad, como seres sociales, como comunidad.
Lo interesante del abordaje que Selma hace es su propia posición: crítica pero a la vez comprometida en reconocer aquellos ritos y tradiciones que forman parte de nuestra historia, en no perder la memoria, reivindicarla para entender mejor cómo somos hoy y en cómo podemos ser mañana. La reminiscencia de Goya es evidente, tanto en la pintura como en las ideas que la nutren, pero también se vislumbran referencias a pioneras como Paula Modersohn – Becker, precursora del Expresionismo alemán, ignorada por ser mujer. Y es que este es otro hecho diferencial en esta exposición: las mujeres que trabajan pintura siguen siendo dignas de admiración y reconocimiento. Una tradición como la pictórica, cargada de siglos de historia patriarcal, es tomada por mujeres como Modersohn – Becker o Selma para darle un nuevo sentido, subvertir su exclusión masculina y hacernos reflexionar como sociedad