Gabriel Olivares, director de Burundanga o Arte, nos presenta su versión de este clásico de Thornton Wilder, una reivindicación de la vida a partir de un catártico enfrentamiento con la muerte.


Our Town bate récords en Estados Unidos como una de las obras más representadas desde 1938, fecha de su estreno. Interesa sobre todo a los directores de teatro experimental. La escribió Thornton Wilder, firma descollante a principios del siglo XX al otro lado del océano, que, inicialmente, rivalizaba en popularidad con el mismísimo Tennesse Williams. Con él coincidía en ubicar sus tramas literarias en ambientes rurales y en crear personajes frágiles, pero unía a ambos una relación tibia, una especie de lucha de egos donde el irónico Wilder tildaba de poco creíbles algunos textos del autor de El zoo de cristal. Y aunque el tiempo ha concedido más fama a este segundo, a Wilder no lo ha condenado al olvido. También algunas de sus piezas se han llevado a la gran pantalla, como Hello, Dolly, así como su mejor novela, El puente de San Luis, por la que recibió el Pulitzer. Y es que sus primeros pasos como escritor, Wilder los dio en la narrativa, antes de centrarse por completo en las tablas.


Wilder se alineó estilísticamente con los dramaturgos estadounidenses del momento: el mencionado Tennesse Williams, el renovador Eugene O’Neill o el progresista y urbanita Arthur Miller, todos muy de moda en la escena española desde hace tres o cuatro años, recuperados con traducciones de Eduardo Mendoza por dramaturgos como Josep María Pou o Mario Gas. Y es que, como ellos, Wilder importó características del teatro europeo, por aquel entonces más conceptual que el americano. Y lo hizo, en gran medida, gracias a su labor como traductor de textos de Ibsen o de varios dramaturgos italianos. También, como sus coetáneos, fue fiel a las preocupaciones sociales del deprimido contexto de entreguerras que vivían. Y a las existenciales. En verdad, sobre todo se ocupaba de las existenciales, acaso por el cosmopolitismo del autor, que viajó desde su infancia por todo el mundo (su padre fue cónsul en varios países), observando una esencia, unas preocupaciones y un destino común a todo ser humano.


Our Town (Nuestro pueblo) fue la obra que encumbró a Wilder, y por la que le concedieron otro Premio Pulitzer. Es un alegato que reivindica la vida subrayando la fragilidad del ser humano, influido como estaba el autor por la devastación de la Primera Guerra Mundial y el advenimiento de la Segunda, en la que se representaría este texto a algunos soldados combatientes. Se trata de una pieza que puede analizarse como un trampantojo. Inicialmente, parece un retrato costumbrista de la cotidianeidad de un sencillo y anodino pueblo de Estados Unidos, en un periodo de 17 años y a partir de la vida de 22 personajes, por las que nos conduce un narrador burlón y simpático, recordando los orígenes del teatro chino en el que uno de los personajes relata su suerte y la del resto de los personajes con un tono algo filosófico, o en una especie de síntesis de las técnicas teatrales y las narrativas, que ya utilizó Albert Camus cuando adaptó Réquiem por una mujer de Faulkner. Pero la trama acaba convirtiéndose en una reflexión y concienciación sobre el paso del tiempo, sobre nuestra levedad y el valor de cada minuto de la vida, enfrentándonos a la inminencia de la muerte.


Wilder apuesta por prescindir de decorado para esta historia, por un escenario minimalista, incoloro y neutro, y por unos personajes de vestuario discreto y uniforme. Es la búsqueda de la esencia por encima de la contingencia también en la escenografía. En Our Town, además, los personajes se mueven de forma muy coreográfica a lo largo de toda la trama. No es una obra fácil de representar; de ahí que haya sido, como apuntábamos, una de las preferidas de los directores experimentales estadounidenses. Pero la versión que nos ofrece Gabriel Olivares con su compañía TeatroLab El Reló, la resuelve con solvencia. El afamado director es un experto en dirigir repartos muy amplios, como este, y es versátil en sus apuestas teatrales. Se lo conoce especialmente por su teatro fresco y entretenido, muy a lo Tazmin Townsend, a menudo musical y venido del Off de Broadway; pero a veces, como en este caso, se vuelca en lo intimista. Así, lleva años triunfando con Burundaga en el Teatro Lara de Madrid, peor también ha llevado a escena el magnífico y comprometido texto Los monólogos de la vagina, o Arte, el ácido cuestionamiento del arte contemporáneo de Yasmina Reza.


En Our Town se enfrenta a un texto con un ritmo muy variable, que se hace más y más intimista desde un vitalismo inicial, y combina diálogos divertidos con otros muy emotivos. En este montaje se consigue mantenerlo, en gran medida, gracias al esfuerzo y la coordinación del elenco, de unos doce actores, que se despliegan en un trabajo coral y muy físico por un espacio donde el espectador se sitúa alrededor, con una iluminación tenue y que, acertadamente, evoca lo industrial y puede dar la sensación de work in progress, con una escenografía que lleva el sello de calidad del experimentado Felype de Lima, que recientemente se ha encargado también de la del Fausto de Tomaz Pandur. Entre los actores, destacan Raúl Peña o Chupi Llorente, aunque por encima de individualidades, hay que subrayar la capacidad de todos para sacar adelante un trabajo tan colectivo con aparente comodidad.


En definitiva, el Our Town que nos propone Gabriel Olivares es un buen acercamiento al clásico de Thornton Wilder, una exaltación de la vida a partir de un catártico enfrentamiento al concepto de la muerte.


Our Town. Hasta el 17 de mayo. Teatro Fernán Gómez de Madrid. www.teatrofernangomez.esmadrid.com