Han derrochado talento e imaginación en la decoración (impresionante mezcla de restaurante de lujo y discoteca chic) y tiene los ambientes adecuados para el estado de ánimo con el que acude cada cual. Invito a que entren en internet y observen como juega su decoración barrocopop con luces melosas en el esquinazo bajo de un edificio rehabilitado con atrevimiento y máxima transparencia. No sé qué parirán en las plantas altas del edifico, ahora vacías, que sujeta este faro de luz y algarabía joven, pero sí es seguro que no será nada relacionado con la intimidad y los secretos: desde el orto al ocaso estarán espiados por ejércitos de luz.
Está todo dispuesto para disfrutar mirando y dejándote ver. Es un lugar guapo para sentirte singular; un punto luminoso con dejes de salinidad donde se dan cita todos los que se consideran asimismo diferentes. Así que, situados en un establecimiento que es una fiesta, todo lo demás: comida, postres, atención, copas, música… queda en un segundo escalón de demandas. No se debe de acudir a La Perrachica con hambre, sed o ansioso por tomar el enésimo latigazo. Estás obligado a abrirte de orejas (y mucho más) al ambiente, a aquello que se te ofrece y a que reparen en ti. Allí debes ser, o al menos debes sentirte, original y único.
Al acudir al local del éxito debemos estar preparados para no encontrar exquisiteces en la mesa, platos sorpresa o postres uuuhhhmmm. Recuerda que lo único diferente, aquello que vale realmente la pena eres tú, tu chupa de Diesel, los zapatos que descubriste en una tienda chiquita de Via Condotti, de Roma, y el culo de tu chica decorado con tachuelitas plomo de Chanel.
Naturalmente que el camarero -ahora un poco atolondrado por los comienzos- te traerá una carta guida por su sonrisa en la que encontrarás un menú tan variado como el bufet de primera de un barco para el recreo; viene repleta de conocidos: ensaladas, croquetas, pastas, pizzas, arroces, carrilleras… Todo está bien pero nada es excelente. Si le quito las rebabas irónicas al comentario de mi compañera de estreno en La Perrachica, diría que se parecen a las comidas del Vips aunque evolucionadas, más variadas, mejor presentadas y cocinadas, y en las cantidades adecuadas a nuestro estómago moderno.
Si, esto huele a éxito rotundo. El trabajo y conocimiento de los socios ha conseguido traer a un público enorme hasta un restaurante cuyo principal reclamo es la espectacularidad de su presentación y el ambiente: armonías barrocas, luces que crean sombras de blues y ese ruido justo que informa que aquello es siempre un fiesta, jamás una juerga.
Existen numerosos ejemplos de éxitos similares en diferentes rincones de España. La singularidad del caso es que ningún negocio de restauración exitoso se parece a otro. La lucha por la radicalidad en la diferencia parece ser la clave del éxito. No muy lejos de La Perrachica un cocinero gaditano, educado en los fogones más exquisitos, ha abierto El Bache: platos de autor con recuerdos marineros entre los que destaca para nuestro asombro una sublime creación de oreja. En Galicia nació un proyecto gastronómico, ahora llamado Barra Atlántica, que llega a Madrid para que se disfrute de ese bar de tardeo que abre pasadas a las cuatro de la tarde y cierra en el límite mismo de las ordenanzas municipales: tragos, destilados, bocatas, platos marineros… Crece el Bobo Pulpin, una pulpería en las faldas de la Catedral de Barcelona, que se te enreda en la mirada y el paladar como aquellas patas del calamar gigante que Julio Verne ideó para sumir en el misterio su famoso viaje al fondo del mar. En fin, enfrente de El Retiro madrileño se encuentra Arzábal, una taberna, bar y restaurante único donde mis amigos Juan y José toman su Gramona, ese cava que le recuerda a las primeras burbujas de su vida, y el dueño me quiso convencer un día de que el la garnacha era la mejor uva del mundo. No pudo, pero él tiene la bodega llena de prioratos elaborados con garnacha con cariñena, con cabernet souvignon, con syrah…