Tras una larga trayectoria como guionista, Julien Rappeneau, hijo del director Jean-Paul Rappeneau, debuta en la dirección con Rosalie Blum, adaptación, a cargo del propio Rappeneau, de la novela gráfica de Camille Jourdy, compuesta, en realidad, por tres tomos, lo cual ha ayudado al realizador francés a la hora de estructura su película en tres partes más un epílogo. Así, cada parte se corresponde al nombre de uno de los tres protagonistas de la película: Vincent (Kyan Khojandi), Aude (Alice Isaaz) y Rosalie (Noémie Lvovsky), quienes viven en una pequeña población francesa y quienes comienzan sus respectivas partes narrando, a modo de recuerdo, cómo se encontraban antes de que comenzaran unos sucesos que cambiarán el rumbo de sus vidas, las cuales se encuentran, en cada caso de un modo diferente, en punto muerto. Vincent es un treintañero que trabaja en la peluquería heredada de su padre, mantiene una relación a distancia que no funciona y vive cerca –demasiado- de una madre asfixiante. Aude, por su parte, es una joven veinteañera que vive ajena a su acomodada familia sin tener muy claro qué hacer con su presente. Y, por fin, Rosalie, tía de Aude, una mujer madura que regenta una tienda de alimentación y que vive sola y aislada bajo el peso de un pasado que no consigue superar. Todo cambia cuando Vincent decida seguir a Rosalie, desencadenando unos sucesos que cambiarán la vida de los tres.

Romper expectativas

Rosalie Blum es una película con muchas virtudes. Una de ellas, la capacidad para ir rompiendo las expectativas del espectador al ir transformándose según avanza, no tanto porque oculte datos. Rappeneau sigue el trabajo de Jourdy con fidelidad pero introduce las suficientes variaciones como para convertir la película en algo diferente y personal. Por ejemplo, el tono de comedia permanece, pero introduce en las imágenes y en el tono una mirada melancólica que recorre de principio a fin la película sin con ello convertirla en una  película triste o sombría, todo lo contrario, hay en ella algo de una enorme vitalidad a pesar de estar hablando de tres personajes que, como indica uno de los cortes de la banda sonora, son tres solitarios o, mejor, tres formas de soledad. En su primera parte, parece transcurrir por el terreno de la comedia ligera, casi intranscendente. Pero una vez que avanza entendemos mucho mejor lo que hemos estado viendo hasta entonces, algo que denota que bajo esa cierta o aparente capa de comedia de situación sin relevancia, en verdad, se ocultaba mucho más. Así, cuando arranca la parte de Aude, se revela que durante la anterior había en el fondo de la acción otra historia –que no estaba oculta- que la complementa y amplia. Así, en esa segunda parte, sin abandonar la comedia como género, parece que narra lo mismo que en la anterior pero desde otro punto de vista y, solo en cierto modo, así es. Rappeneau no solo no aburre en la repetición, si no que consigue que todos los sucesos tengan otro tono, otra forma, dado que ahora es la mirada de Aude la que va construyendo la historia. El modo de reconocimiento de la joven frente a Vincent, a quien va comprendiendo, o al menos entendiendo algunas de sus motivaciones, reserva algunos momentos tan simples (como aquel en el que ella observa cómo vuela una cometa) que son más que suficientes como para definir a los personajes y a sus sentimientos con una simple mirada y unos gestos.

Perdidos aun teniendo gente alrededor

Rosalie Blum, entre otras cosas, habla de tres personajes que se encuentran perdidos a pesar de tener gente a su alrededor a quienes aprecian; aun así, sienten que van a la deriva, cada cual por unas causas. No encuentra su lugar en el mundo. Rappeneau ha trabajado muy bien las motivaciones y el desarrollo de los personajes, mostrando unas constantes similares en ellos, a pesar de su diferencia de edad y situaciones, y la vez, lanzar una cierta mirada generacional independiente para cada uno de ellos.  En la tercera parte, la dedicada a Rosalie, la película no abandona el tono de comedia pero sí se rebaja y toma una cierta gravedad que revela el interior de los personajes para conducirlos a una doble resolución final que sitúa en el presente a los tres además de, en el breve epílogo, explica los motivos por los que Vincent se sentía atraído por Rosalie. Rosalie Blum consigue algo tan complicado como es, desde una aparente sencillez, construir un relato complejo y bien armando tanto a nivel de guion como visual que atrapa de principio a fin, y que en sus cambios tonales nos introduce en una historia: la de tres personajes que buscan su lugar en el mundo tras reconocerse en el otro. Porque, en el fondo y en la forma, la película habla sobre la mirada hacia el otro, sobre reconocerse, aunque sea en la soledad y en cierta tristeza, en los demás para, así, comprender que no estamos solos, y que siempre puede haber alguien ahí para ayudarnos a salir hacia delante. Y lo hace desde un planteamiento que es tan amable como grave pero que en conjunto da forma a una película que corre el riesgo de ser ignorada si uno se acerca a ella desde una postura de predisposición que no permita apreciar que se trata de una magnífica película.