Cada vez más leemos que cuando se hacen referencia a las acciones que podemos llevar cada uno de nosotros para luchar contra el cambio climático se hace referencia a dejar de comer carne o a reducir la ingesta de esta. Hace algunos meses hubo cierta “coña” en algunos medios cuando los científicos del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés) reclamaban un cambio global en la dieta de los seres humanos, dirigida hacia el consumo de más alimentos a base de plantas y menos carne, para luchar contra el cambio climático.

Este informe sostiene que este cambio del sistema alimentario reduciría las emisiones de gases de efecto invernadero que produce el ganado y mejoraría el uso de la tierra y el agua. Según el informe al reducir el consumo de carne se podrían liberar varios millones de kilómetros cuadrados de tierra para 2050 y potencialmente reducir entre 0,7 y 8 gigatoneladas al año de dióxido de carbono. El 23% de las emisiones de gases de efecto invernadero totales de las producidas por el ser humano son producidas por la agricultura, la silvicultura y otros usos humanos de la tierra.  No todas las carnes son iguales por su impacto: mientras que para producir un kilo de carne de ternera se necesitan 15.400 litros de agua (para producir su alimentación, para que beba la ternera y otros usos relacionados), otras carnes como el pollo consumen 4.300 litros por kilo y el cerdo 6.000 litros, no es lo mismo aunque siguen siendo cantidades tremendas.

Si 10 millones de personas sustituyeran el consumo de carne de una de sus comidas por una proteína vegetal se ahorraría un gasto de agua a nivel mundial equivalente al contenido de 5.000 piscinas olímpicas. 

Sumemos la deforestación que se está realizando para aumentar las tierras de cultivo (véase Brasil y la apuesta de Bolsonaro en la Amazonia) y de pastos del ganado, aunque la ganadería industrial gana por goleada.

Parece razonable y no suena mal, pero estoy seguro que al menos el 50% de quienes han visto o leído esta noticia se quedarán con lo siguiente: “La culpa la tienen las vacas porque se tiran “pedos” (perdón)”.  Le puedo asegurar que las “ventosidades” de las vacas son el menor de los problemas.

Me surgió la duda de cómo explicar esto, y recurrí a quien tiene más experiencia en contar historias de la forma más didáctica y con resultados excelentes: la Iglesia Católica. Dos mil años de experiencia lo avalan.

Todos hemos oído hablar, los conocemos e incluso los practicamos (espero que no todos a la vez) de los Siete Pecados Capitales.

Si pensásemos que el problema es de las vacas y sus “ventosidades” estaríamos hablando del pecado carnal, aunque haciendo un uso del lenguaje distinto del original. Pero le adelanto que el problema no son las vacas. Los otros pecados nos lo explican.

El principal es el de la gula. Comemos en conjunto, los que comen bien en el planeta claro, mucha más carne de la que necesitamos por su aporte de proteínas. España es el segundo país de la UE en consumo de carne; un total de 90 Kgr. Por persona y año, es decir 250 grs. diarios. Mucho más de lo que nos recomiendan los médicos y cuyo abuso, nos indican igualmente, tiene relación directa con determinados problemas metabólicos, diabetes e incluso cáncer colon-rectal.

Otro de los pecados capitales es el de la avaricia. Existe un mercado y unas técnicas de mercado que nos hacen pensar que necesitamos consumir mucha más carne de la que debemos o nuestra salud lo permite. Además, para mayor rentabilidad se intenta aprovechar todo, al igual que al cerdo que se aprovechan hasta los andares. Una cadena de venta y una demanda del mercado hace que la producción de carne para el consumo sea un gran negocio. En países cuya población está emergiendo hacia una clase media muy potente como China, el consumo de carne se asocia a la capacidad económica, igual que pasaba en España en anteriores períodos.

Un pecado que podemos aplicarnos también es el de la pereza. Suele ser más rápido y sencillo preparar un plato de carne que uno de vegetales. ¿Quién no sabe freír un filete? ¿o unas salchichas? Y, sobre todo, ¿quién no sabe hacer una barbacoa? Los expertos nos dicen que casi todo el mundo cree saber hacerlo pero que incluso lo preparamos mal. Un exceso de aceite al freírlo, más tiempo del adecuado al fuego y sus consiguientes “zonas quemadas”... tienen de nuevo un mal efecto para la salud.

Y dejo para el final el que me parece peor: la soberbia.  Sí, porque existiendo otros tipos de alimentos, más diversos y más saludables seguimos pensando que somos “seres superiores” y podemos criar animales en centros que nosotros no soportaríamos, separar a recién nacidos de sus madres, alimentar pensando en el resultado y no en su salud, transportar de forma cruel y finalmente matar. Todo ello porque podemos y queremos. Nos creemos superiores y, por supuesto, los únicos con sentimientos. Gran error, y aunque fuese así, se vería nuestra aparente “superioridad” según tratásemos al resto de especies (ya lo dijo Ghandi) y mejoraríamos nuestros sentimientos si tratásemos con respeto al resto de animales.

Si además con nuestra decisión ayudamos a reducir de forma muy importante las emisiones de gases contaminantes y la deforestación de nuestros bosques mejor, ¿no?

La culpa no la tienen las ventosidades de las vacas, no; la seguimos teniendo los seres humanos por nuestras acciones. La gran noticia es que también con nuestras acciones en positivo podemos darle la vuelta. No coma carne, coma carne de menor impacto ambiental o reduzca su consumo hasta los niveles que le diga su médico. Pero haga algo.