Esta historia que le quiero contar me llegó a través de una fuente fiable (no voy a decir lo contrario) y no encuentro ningún elemento de duda. También pudiera ser una ficción histórica que me viniese bien para contar otra cosa. Opine Usted.

Dice la historia que cuando Cristóbal Colón decidió buscar una nueva ruta para las Indias lo primero que hizo fue ir a contárselo a su madre. Ni a la Reina ni nada, a su madre. “Madre no hay más que una” pensó y además la suya lo mimaba mucho.

“Madre, tengo que contarle que me voy a marchar unos meses fuera porque quiero ir por una nueva ruta a las Indias” le dijo Cristóbal con cierto temor (su madre era de armas tomar).

“Siempre pasa lo mismo”- dijo su madre con tono enfadada – “cuando te marchas con tus amigotes a navegar, vienes más delgado y desnutrido, comes fatal. ¡A saber qué cosas raras comerás por ahí! “

“Madre, comemos lo que llevamos y luego solemos encontrar frutas, pescado y carne en todo los sitios” le respondió Cristóbal.

Con cara resolutiva, le dijo su madre: “Esta vez vamos a hacer una cosas, ¿cuántos días crees que tendrás de viaje?”  “unos treinta” – contestó Cristóbal.

“Pues te voy a preparar una bolsa de comida para cada día. Así comerás bien. Te pondré con un rotulador un número y ese día te lo comes todo, ¿me lo prometes?” – preguntó – “Te lo prometo” – respondió su hijo con cara de no tener otra opción.

Y así fue. Cada día que pasaba en el barco nuestro intrépido Cristóbal Colón abría la bolsa y se comía lo que su madre le había preparado: unas veces un bocadillo envuelto en papel de aluminio, otras una ensalada en su envase de plástico con sus tenedores del mismo material, siempre una pieza de fruta aunque para los domingos le preparaba un flan o un postre en su envase. Lo que siempre añadía era un zumo en su tetra brick. De forma esporádica y aleatoria le incluía una chocolatina (una madre es una madre).

Te puedes imaginar que Cristóbal era la envidia de todos sus compañeros. Por la comida y porque se acordaban de sus madres. Las de ellos, no la de Cristóbal. Pero esa es otra historia.

Lo que la gente no sabe, eso ocurre con las leyendas que solemos idolatrar, es que Cristóbal era un poco…”guarrete”. Se  lo comía todo, sí, pero luego tiraba por la borda los restos, plásticos, tenedores... es verdad que esos barcos no estaban equipados con contenedores de separación de residuos amarillos, azules y verdes, pero ¡de ahí a tirarlo todo al mar! Además, algo que ni siquiera su madre sabía es que Cristóbal era fumador, y después de cada comida se fumaba un cigarro y también tiraba la colilla al mar, junto con la cajetilla cuando se acababa. Esta no es la actitud ejemplar que nos habían contado.

Las cosas son así, nuestro amigo Cristóbal era sin duda un gran marinero, un descubridor, todo lo que Usted quiera, pero un mal ejemplo de urbanidad y ecología, también.

La repercusión de esta forma de ser de Cristóbal Colón (lo que hoy llamaríamos “un cuñado”) ha sido:

  • La mitad de las bolsas de plástico que tiró al mar fueron confundidas por tortugas y delfines con medusas, se las tragaron y murieron.
  • La otra mitad continuó en el mar hasta más o menos otra efeméride importante: el 26 de octubre de 1553 es detenido en Ginebra el teólogo y científico español Miguel Servet, por orden de Juan Calvino. Será Juzgado por hereje, al negar la Trinidad y por su defensa del bautismo a la edad adulta. Morirá en la hoguera. Habían pasado 61 años desde el viaje de Colón y 47 años de la muerte de este.
  • Quinientos años después un tercio de las botellas de plástico acabaron en el fondo del mar, y siguen allí. Otro tercio de las mismas fueron arrastradas por las corrientes marinas y terminaron en las playas. Y el tercio restante fueron fragmentadas por el efecto del sol, la sal y el oleaje, por ello resultaron confundidas por los peces con el plancton, se lo comieron y, finalmente, al ser atrapados por pescadores durante varios siglos posteriores han pasado al organismo de los pescados y de forma directa al de quienes los comieron.  Es posible que Usted y yo llevemos un trocito de plástico originario del arrojado por Cristóbal Colón en nuestro cuerpo.
  • Las servilletas de papel que le puso su madre para no mancharse se descompusieron a las siete semanas.
  • Los cubiertos de plástico acabaron convertidos en micro plásticos en su totalidad coincidiendo con la Presidencia de Sagasta en España, el nombramiento como catedrático de Histología y Anatomía patológica de la Universidad de Madrid de Ramón y Cajal y, entre otros eventos, la creación del Liverpool F.C. Es decir cuatrocientos años después.
  • El papel del tetra brick de los zumos y de los paquetes de tabaco se disgregó en los siguientes cuatro meses. El plástico y otros componentes de los mismos aún siguen en el mar.
  • Las colillas que tiró tuvieron doble vida: unas fueron devoradas por peces que creían que eran gusanos y se murieron, y el resto se descompuso en el entorno del cuarto viaje de Colón, hacia 1502. Pero los tres mecheros que al acabarse el gas también tiró por la borda, desaparecieron coincidiendo con la creación oficial de la ciudad de La Habana en Cuba.
  • Y finalmente, esos hilos de nailon con los que su madre le ataba las bolsas aún siguen en el mar y se descompondrán a finales del presente siglo.

Toda una historia paralela a la oficialmente contada para que podamos darnos cuenta que, a veces lo que significa unos ratitos de bienestar, produce siglos de perjuicio a la naturaleza si no somos cuidadosos. No seamos como Colón.