Por primera vez parece que nadie está a salvo viva donde viva. Incluso las dos guerras que llamamos mundiales en realidad no lo fueron. Los combates, las bombas y los muertos se circunscribieron a un determinado número de países cada vez, pero no a todos. De hecho, zonas como Latinoamérica han quedado siempre bastante al margen de la mayoría de conflictos que no fueran locales. Eran otros los que morían. 


Dice la antropóloga de la UNED Paz Moreno Feliu que “hay una cierta tendencia contemporánea a pensar que las diferencias entre distintos pueblos siempre se expresan en una oposición que enfrenta a unos “nosotros” con “los otros” (De lo lejano a lo próximo, 2014).


Tal vez por eso aún hay dirigentes que están viendo llegar la nube, como en esas películas apocalípticas en blanco y negro de hongos nucleares que arrasan a los muñecos inmóviles, y no están sabiendo reaccionar. Creen, o eso dicen, que el contagio es cosa de otros. Para no sembrar más dudas de las que hay sobre las instituciones mundiales y su capacidad de respuesta ante la pandemia, reconozcamos que todos lo hemos visto desde la barrera sin creerlo, semana a semana:


Vimos lo que pasaba en China y pensamos: está muy lejos. Los chinos comen murciélagos y son un desastre. A nosotros no nos pasará


Lo vimos llegar a Italia, como podría haber llegado a Alemania, y el resto de países dijimos viendo subir la curva: los italianos son un desastre. A nosotros no nos pasará.


Llegó a España y fueron los europeos del norte los que dijeron: cosas de los de sur, que son un desastre. A nosotros no nos pasará.


En Reino Unido, más aislados que nunca tras el Brexit, negaron la evidencia sin tomar grandes medidas casi hasta que el propio Johnson se contagió. Era cosa de europeos y chinos. A nosotros no nos pasará.


Y qué decir de Estados Unidos. Trump ha minimizado hasta el último momento la posibilidad de riesgo y pensó que con cerrar los aeropuertos a los aviones procedentes de Europa, estaba hecho. Era cosa de los otros. 

Por eso se empeña en llamar al virus Gripe China, intentando identificar al enemigo invisible. Ponerle cara.

Porque estas cosas siempre son de los otros. Pero esta vez no. Por mucho que Bolsonaro se ría y diga que es una gripinha (yo también lo creía) y que el brasileño es más fuerte que el resto del mundo y está inmune. Se quedó mirando como todos los demás, viendo subir la curva en cada país y, me temo, acabará teniendo que hacer como todos los que veían a los otros tomar medidas lentamente y pensaban eso, que era cosa de otros.

Pero ya no hay un nosotros y ellos. La torpe reacción de la comunidad internacional ha sido reforzar las fronteras y culpar a los otros, los contaminados o los primitivos:  “La humanidad acaba en las fronteras de la tribu, del grupo lingüistico, a veces hasta del pueblo; al punto de que gran número de poblaciones llamadas “primitivas” se designan a sí mismas con un nombre que significa “los hombres” (o a veces —¿diremos con más discreción?—, los “buenos”, los “excelentes”, los “completos”), implicando así que las otras tribus, grupos o pueblos no participan de las virtudes ni aun de la naturaleza humana, sino que a lo más se componen de “malos”, de “perversos”, de “monos de tierra” o de “piojos”. (C. Lévi-Strauss, Raza e Historia, 1979).

Sorprende, asusta, ver cómo mientras el virus se expande sin miramientos por cada nuevo país, los que aún no tienen contagios, o tienen los primeros, siguen mirando desde lejos, confiados en que es cosa de otros. Leemos las mismas declaraciones, los mismos procesos, las mismas denuncias, y al final, los mismos porcentajes de casos desbocados. Y donde no los vemos, sospechamos de las métricas y la propaganda.


El único país, en este momento, que ha ordenado la paralización y confinamiento a los primeros casos (con 9 fallecidos), aprendiendo de nuestras malas experiencias, ha sido India. Curiosamente, un país en el que millones no pueden confinarse en casa porque no tienen. Y el efecto estampida de otros millones de personas hacia sus hogares a kilómetros de donde trabajan (y duermen en la calle) potencialmente acabará siendo peor con la dispersión del virus en esos movimientos. Europa no solo no nos inmovilizó donde estuviéramos sino que nos fue repatriando. Así que, o me equivoco otra vez, o volverá a pasar lo mismo.

Si al asomarnos cada noche a las ventanas pudiéramos, por una sola vez en la vida, ver más allá de lo que alcanzan nuestros ojos, seríamos conscientes de que esta vez todos somos iguales, o lo vamos a ser, hasta el último confín del planeta. No sé cómo fue lo del meteorito y los dinosaurios, pero salvo eso, esta parece ser la primera vez en la historia de la humanidad en la que nadie va a quedar al margen de la crisis. Dan ganas de gritar muy fuerte a las ocho de la tarde para que nos escuchen: Que se tomen en serio lo del confinamiento. Que se tomen en serio lo del material necesario. Que se tomen en serio a ellos mismos.