La manifestación independentista de la Diada alcanzó su habitual millón de participantes, sin embargo, en esta edición apareció un invitado especial, Sísifo, convocado por la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie. La presidenta de la asamblea, que unas horas antes había vuelto a la tierra después de vivir durante meses en la república catalana, (“Cataluña no es un república, es evidente”, había declarado por la mañana), invocó  al mito del esfuerzo inútil para advertir al presidente de la Generalitat de la improcedencia de pretender enviar a las bases independentistas al año 2012.  “Tratadnos como a adultos”, pidió a los políticos.

La Diada de este año ha sido excepcional y no solo por la permanencia de los dirigentes políticos en la prisión, sino también porque por primera vez en muchos años, la demostración de fuerza del independentismo no tenía un objetivo inminente (ni unas elecciones, ni un referéndum, ni un proceso participativo); no hay un plan para los próximos meses, salvo el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue (a pesar de las muchas efemérides previstas de celebrar de aquel octubre fallido) y de la espera del juicio contra los procesados. Y aun así, sin una agenda concreta, incluso después del discurso de Quim Torra, uno de los más confusos que el soberanismo recuerda, el millón de manifestantes no falló.

Pero la síndrome del pobre Sísifo, condenado a empujar una piedra que siempre caía al fondo del agujero, sobrevuela el estado de ánimo del independentista de base que no acaba de entender por qué si hubo un mandato el 1-O no se cumplió, por qué hay que volver a pedir un referéndum sí ya lo hubo y por qué el presidente de la Generalitat les traspasó hace unos días toda la responsabilidad de seguir adelante a ellos. La presidenta de la ANC se encargó de advertirles a la plana mayor del gobierno independentista del peligro de echar a perder todo lo que se dijo que se había logrado.

La tímida apuesta por el diálogo del gobierno Torra (que aprovechó la jornada para admitir que no está en su mano abrir las cárceles, tras unos días de pensárselo), las continuas apelaciones de Oriol Junqueras a abandonar la unilateralidad y la desobediencia, la sugerencia del diputado Rufián a pinchar el globo del independentismo mágico (justamente él, que tantos ha hinchado), la falta de unidad en el exilio (del que se lamentó también Paluzie), la distancia estratégica entre ERC y la futura Crida, el carácter autónomo de los comités de defensa de la república, todo esto anuncia un otoño complejo para el movimiento.  

No hay otro plan que el de resistir y eso, al millón de fieles, les parece poco. La reclamación de la libertad para los políticos presos es único factor de unidad en estos momentos entre los diversos actores del independentismo y, a falta de otro objetivo, el único elemento movilizador de las bases, como quedó claro en la Diagonal de Barcelona. Prácticamente es también el único punto de conexión con los Comunes. Hasta ahora, el PSC se ha mostrado reacio a dicha reclamación, aunque aprovechando la Diada, diversos dirigentes socialistas, comenzando por Miquel Iceta y acabando por el ministro Borrell, han expresado su incomodidad por el alargamiento de la prisión preventiva, calificado de desproporcionado.

El futuro del diálogo institucional deberá sortear continuamente esta reclamación para mantenerse vivo, asociada a otra exigencia mucho más peliaguda para el presidente Sánchez: la retirada de la acusación de rebelión. En la inauguración del año judicial quedó de manifiesto que las posiciones de la fiscalía general no se han movido ni en una coma y que los jueces consideran una falacia la contraposición entre estado de derecho y democracia. Jueces y fiscales cierran el paso a cualquier movimiento político para rebajar la tensión.

Sísifo se ha manifestado por primera vez. Nunca antes lo había hecho, desde 2012, cuando la gente fue convocada tras una pancarta en la que se leía: Cataluña, nuevo estado de Europa. En 2015, la pancarta decía: Ganemos la República Catalana. En el 2016, el nuevo país ya estaba naciendo, al siguiente, en el 2017, ya solo faltaba votar y en esta edición, el eslogan ha sido fem (hagamos) la república, un evidente paso atrás después de algunos meses del som (somos) república. ¿Cuántas veces tendrá que salir a la calle Sísifo para advertir a los políticos independentistas de que no traten a las bases como a niños, cómo hizo ayer por boca de la presidenta de la ANC?