Dice el gran Paul McCartney que si los mataderos tuvieran las paredes de cristal todo el mundo sería vegetariano. Él es vegetariano desde 1975. Alguna vez ha contado que fue una decisión que tomaron su esposa Linda y él en un día de campo en el que se detuvieron a observar a un rebaño de corderos, varios de ellos recién nacidos, mientras pacían, corrían y jugaban llenos de alegría y de inocencia. A la vez, ellos estaban comiendo carne de esta especie animal. Desde entonces toda la familia McCarney está comprometida con el veganismo y contra el maltrato animal de manera intensa y activa.

El filósofo Schopenhauer (1788-1860) decía que el hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales. Ni me imagino lo que diría a día de hoy, cuando viera las vidas terribles y agónicas que les hacemos vivir en las macrogranjas de las industrias lechera y cárnica, además de muchos negocios canallas de trata y comercio de todo tipo de especies. Probablemente no encontraría palabras. Hace unos días vi, bueno, no pude apenas ver, un documental mexicano, “Matadero: lo que la industria cárnica esconde”, que, documentado en una investigación que se llevó a cabo tomando imágenes de manera clandestina, pretende hacer visible, en palabras de su autor, Aitor Garmendia, la explotación, el horror y la violencia que padecen los animales en mataderos, mantenida oculta de forma deliberada por la industria cárnica.

Ese horror que padecen millones de animales mamíferos y con sistema nervioso central, es decir, cuyo organismo y cuyo cerebro sienten exactamente lo mismo que cualquier humano, se multiplica por mucho en estas fiestas navideñas. Paradójicamente, en las fiestas que muchos llaman de paz y amor, se acrecienta enormemente un holocausto escondido, tapado por la inconsciencia de muchos, sobre todo por los intereses de las grandes empresas del sector; un holocausto de sadismo y crueldad que es de un espanto inimaginable. Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, que recoge la asociación Igualdad Animal, sólo en España se matan en mataderos más de 1.000 millones de animales al año. En las fiestas navideñas esta matanza se incrementa más de un 30% respecto del resto del año. Además, se compran, venden, regalan miles de cahorros de perros y gatos, como si fueran mercancía barata y no seres sintientes. De estos, más del 40%  serán abandonados en primavera, en carreteras, calles y pueblos; en 2021 en España se abandonaron cerca de 300.000 animales.

Una inmoralidad terrible que ni mencionan los que se embolsan anualmente también muchos millones de euros por, supuestamente, ocuparse de la moral. El cristianismo, desde sus propios inicios, ha excluido a los animales de cualquier consideración moral a partir de su repulsivo antropocentrismo que da por hecho que los animales humanos son el centro de una creación que no existe, porque todos venimos de una evolución que harta está la ciencia de mostrarlo y demostrarlo. Ese antropocentrismo canalla que, como decía Shopenhauer, deja la puerta abierta al comercio y al matrato indiscriminado de los animales no humanos (“un regalo de dios para uso, abuso y disfrute del hombre”). Lo cual, como expone Milan Kundera en La insoportable levedad del ser, fue y es la gran hecatombe de la humanidad, de la que provienen, en lo profundo, todas las demás hecatombes, porque del narcisismo de considerar a otros seres como inferiores proviene todo lo malo que le ocurre al mundo.

Y ahí seguimos, peor que nunca, inmersos en un ultra capitalismo exacerbado que va a provocar la destrucción de la vida natural y el exterminio de todas las especies, y no sólo las que ya están en peligro de extinción. Por otro lado, apenas existe ya la ganadería extensiva, mucho más solidaria, a favor de la intensiva y las macrogranjas, verdaderos campos de concentración donde se hacinan millones de criaturas en un sufrimiento inhumano y constante.

En estas fechas yo, como otra mucha gente (cada vez más, afortunadamente) procuro huir de la despiadada orgía consumista y me preocupo de no poner en mi mesa nada que provenga del sufrimiento ni la muerte de ninguna vida; e intento escapar de la falsedad de estas fiestas en las que hablan de amor y paz los mismos que promueven el resto del año exclusión, intolerancia y odio; y retrocedo muchos siglos en la historia, y celebro, en mi fuero interno, aquellas fiestas naturales y maravillosas (que los cristianos llamaban paganas antes de plagiarlas y destruirlas).

 Aquellas fiestas de Yule de los celtas y los bretones, que celebraban el final del ciclo de la oscuridad otoñal y el renacimiento de la luz solar en orden cíclico y natural de la vida; o aquellas fiestas mesopotámicas, en honor al dios Ra, o las romanas del Sol Invictus y Saturnalias, que homenajeaban al Sol y a su perpetuidad. Fiestas ancestrales que también son nuestra tradición; basadas en una espiritualidad acorde con el respeto a la naturaleza, a sus ciclos y a todos los seres que la habitan.

Muy Feliz Solsticio de Invierno a amigos, lectores, personas buenas, personas conscientes y de buena voluntad.