Bélgica es la Sierra Morena de la UE donde viven los currojiménez de hoy, como Puigdemont y su peluquero, que ya no tendrá que igualarle las puntas del flequillo para venir a declarar a la Audiencia Nacional, porque el juez Llarena ha rechazado la entrega del expresident por malversación y por no regalarle una botella de ratafía. Por aquellas tierras del praliné, callejean igualmente la pipa difunta de George Simenon y otro prófugo de la justicia, Valtonyc, que también se encapucha, como los benedictinos de Silos, para cantar sus gregorianos al alba.

Lo del rapero mallorquín es un salmo penitencial, un De profundis que merece reflexión. Supongo que casi todo el mundo convendrá que las letras de sus canciones no son precisamente una exégesis brillante de la hermenéutica de Gadamer, pero uno cree que la Audiencia Nacional se equivocó azuzando a los lebreles del código penal contra los cuatro gazapos de Valtonyc, o sea, contra las cuatro rimas literariamente invertebradas, toscas y parvularias de este Louis Ferdinand Céline apócrifo, porque en el pecado ya llevaban la penitencia.

A este chico no lo debería haber juzgado la Audiencia Nacional, sino Risto Mejide. No le habría ido mejor al gorgoritero frente al presentador de las gafas ahumadas, que le habría rebajado las ínfulas artísticas con dos o tres frases de wéstern y lo habría castigado a descargar pescado en Mercamadrid a modo de penitencia y a memorizar las sátiras de Juvenal y Quevedo después, para que aprendiera un poco de ingenio y donaire, aunque desde luego no lo habría condenado a tres años y pico de prisión, ni siquiera pudiendo. Yo tampoco. Lo de este aprendiz de Darth Vader del rap hispánico que escribe sus fiebres sobre el pentagrama de Eminem es menos un delito penal que uno de tantos casos de mala educación, incultura crónica, vocinglería internetaria y gestos epilépticos por atraer la atención en un mundo cada vez más estupidizado donde el pensamiento ha sido sustituido por flatulencias en Twitter —esa escupidera digital— y el arte por el vómito.

Nada que no pueda curarse con un buen libro, con una larga conversación con Aristóteles sobre ética junto a dos vasos de retsina mientras cantan las chicharras o con un viaje a Eleusis en el submarino amarillo de los Beatles (no en el S-80 Plus, ese novísimo y carpetovetónico barquito con snorkel de la Armada que no cabe en el muelle de Cartagena). Pero no con la cárcel, insisto. Cierto que Valtonyc es un Blas de Otero de pacotilla que no pide ni la paz ni la palabra. Ahora bien, los delitos por los que le han condenado no son más graves que los presuntamente cometidos por Torra, cuando emporcaba las redes sociales con sus tuits supremacistas y xenófobos que alentaban al odio contra todo lo español. Tampoco me parecen más graves los delitos de Valtonyc que lo ocurrido el domingo pasado en el Valle de los Caídos, donde se reunieron las mesnadas de Pilar Gutiérrez, la presidenta del Movimiento por España, que esta sí que es una señora franquista y no mi inteligente compañera de la sección de opinión de este periódico.

En fin, menos cordura y cultura, hubo de todo en Cuelgamuros, como recordarán. Olor a sobaquina patriótica al levantar los bracitos para vociferar el siniestro Cara al sol. Suspiros requetés. Banderazas con la cruz de Borgoña. Camisas azul mahón nostálgicas de correajes y pistolas. Una señora con una bolsa de bocadillos para los nuevos héroes nacionales que impedirán que Pedro Sánchez exhume el cadáver de Franco, que “el Valle no se toca”, aullaban, repetían a coro. Momias en plena juventud amortajadas en banderas preconstitucionales como en una coreografía de barbarie, odio y piedra. Y entre insultos al presidente del Gobierno, vítores a Franco.

¿Dónde estuvo aquel domingo la Fiscalía? ¿No era aquello incitación a la violencia y al odio? ¿No están prohibidos los símbolos franquistas? ¿Se cumple el artículo 16 de la ley de la Memoria Histórica donde se dice que “en ningún lugar del recinto [del Valle de los Caídos] podrán llevarse a cabo actos de naturaleza política ni exaltadores de la Guerra Civil, de sus protagonistas o del franquismo”? ¿Es que Pilar Gutiérrez y los que se congregaron bajo el sol rocoso de julio y la cruz escurialense no se han enterado todavía de que el águila de la bandera preconstitucional hace tiempo que se redujo a un pollo frito del KFC? ¿Por qué se empeñan en vivir en el pasado?

Para la Fiscalía lo de los tuits de Torra, lo de convertir la bandera nacional en bonzo de sí misma en los partidos del Madrid-Barça, lo de estos apologistas de Franco es libertad de expresión; las rimas de Valtonyc, delito. Unas rimas que, aunque malas de narices, señorías, no creo que indujeran a nadie a repetir los hachazos que Raskólnikov propinó a la vieja de Crimen y castigo, a cometer un regicidio o a disparar con un trabuco románico a los miembros de la Guardia Civil, como hizo hace un par de días, y sin rapear hipidos musicales, oigan, el aldeano que se creyó Rambo en la noche verde y cántabra de Turieno. En fin, me aterra pensar qué harán los señorones de toga levítica y martillito de bricolaje si un día descubren los ripios de Zorrilla o las acuarelas pornosatíricas de Los Borbones en pelota, una especie de cómic erótico que, junto con otros autores, compusieron los hermanos Bécquer, y en cuyas páginas se les olvidó incluir, vaya por Dios, a Juan Carlos I, a Corinna y al elefante fúnebre de Botswana.

Este año ha llovido, sí, pero no nos engañemos. El desierto avanza.