El Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo ha entrado en una espiral preocupante. Ya no reflexiona, no propone, no piensa en el país ni en su gente. Su única obsesión es alcanzar el poder, a cualquier precio. Desde que no logró la mayoría suficiente para gobernar, Feijóo no ha aceptado los resultados electorales. Desde entonces, su partido se ha instalado en el ruido, la crispación y la estrategia del bulo.

El PP ha dejado de ser una fuerza de gobierno responsable. Se ha radicalizado, alejándose de cualquier propuesta útil para la ciudadanía. Cada día parece más una grosera copia de Vox y menos a una alternativa seria. En lugar de ejercer una oposición constructiva, alimenta el enfrentamiento como única estrategia.

El estilo que ha adoptado Feijóo bebe directamente del “trumpismo”: desinformación, victimismo, ataques personales y deslegitimación constante del adversario político. Su admiración por Donald Trump es tan grande que ha llegado hasta a aplaudir decisiones que perjudican directamente a España como la implantación de los aranceles.

Este tipo de actitudes demuestran una peligrosa falta de sentido de Estado. ¿Puede un líder que respalda medidas contrarias a los intereses españoles aspirar a dirigir el país? ¿Puede alguien que antepone su conexión ideológica con líderes ultraconservadores extranjeros defender de verdad a las familias y empresas de nuestro país?

Sin embargo, la escalada ha subido de gravedad este fin de semana. Miguel Tellado, número dos del PP, afirmó lo siguiente: “Aquí podemos empezar a cavar la fosa donde reposarán los restos de un Gobierno que nunca debió haber existido en nuestro país.”

No fue un error ni una frase improvisada. Fue un mensaje político deliberado, pronunciado en un acto oficial del partido y recibido entre aplausos. Una frase cargada de violencia simbólica, una burla cruel a quienes siguen buscando a sus familiares desaparecidos en fosas del franquismo. Una provocación impropia de una democracia madura.

En España aún existen entre 2.500 y 4.000 fosas comunes con más de 114.000 desaparecidos. Gracias a la Ley de Memoria Histórica se han logrado algunos avances, pero la herida sigue abierta. Usar esa realidad como arma política es una ofensa intolerable. Vox lo hace habitualmente. Ahora, también el PP.

Tellado no es un verso suelto. Es el secretario general del partido. No se trata de un militante exaltado, sino del número dos del principal partido de la oposición. Y sus palabras, lejos de ser condenadas, han sido silenciadas o respaldadas por su entorno. Ni una rectificación, ni una disculpa. Solo más ruido y más confrontación.

Feijóo no pedirá su dimisión. No lo hizo cuando Tellado utilizó imágenes de víctimas del terrorismo para hacer propaganda, y no lo hará ahora. Ambos comparten una misma estrategia: tensar el debate público hasta límites insostenibles. Aunque eso suponga banalizar el dolor, ofender a las víctimas o deteriorar la convivencia democrática. La pregunta es inevitable: ¿cree el PP que este camino destructivo le acercará al Gobierno? ¿Cree Feijóo que con insultos y provocaciones puede construir un proyecto político creíble?

La realidad es otra. Cuando Feijóo eligió a Tellado y a otros dirigentes del mismo perfil, no buscaba talento ni ideas. Buscaba altavoces del conflicto, agitadores del odio, propagandistas del enfrentamiento. Eso es lo que ha convertido hoy al PP: en una maquinaria de oposición tóxica, sin propuestas ni soluciones.

La raíz del problema es clara: no aceptan que los españoles les negaran la mayoría. No aceptan la legitimidad del Gobierno. Y como las encuestas no les son favorables y Vox sigue ganando terreno, han optado por extremar su discurso. En lugar de hacer autocrítica, redoblan su estrategia de confrontación.

El caso Tellado no es una excepción, sino parte de una deriva más amplia. En Andalucía, Moreno Bonilla ha eliminado cualquier conmemoración institucional a las víctimas del franquismo. Ni un acto, ni una palabra de respeto. El PP andaluz, que se vende como moderado, también participa en esta desmemoria.

En los últimos días, hemos visto otras señales preocupantes. Feijóo decidió no acudir a la apertura del año judicial para evitar coincidir con el fiscal general. Un gesto que rompe con la tradición institucional y debilita el respeto a los poderes del Estado. ¿Está el PP adoptando una actitud antisistema?

En paralelo, mientras evitaba al fiscal, Feijóo asistía a un mitin donde Ayuso, con su habitual ambigüedad, aludía a los “amigos de los narcos”. Dijo que no se refería a él, pero dejó la duda sembrada. Poco después, el líder del PP comparó a Pedro Sánchez con Franco. ¿Puede un partido fundado por siete ministros franquistas dar lecciones de democracia?

Pero Feijóo no para. Es tan mediocre que le ha comprado el discurso a Ayuso y ha publicado un vídeo en Instagram cantando en un karaoke con el rótulo: “Me gusta la fruta”. ¿De verdad alguien así pretende ser presidente de España?

Las propuestas que plantea el PP, además, rayan en el absurdo. Como la idea de convocar elecciones automáticamente si no se aprueban los presupuestos. Una medida que no existe en casi ningún país europeo, salvo en Estonia. Si Feijóo cree de verdad en ello, podría empezar por aplicárselo a su barón Mañueco, que ha prorrogado los presupuestos cinco veces en seis años.

Tampoco duda en respaldar a empresas como Ryanair frente a las autoridades españolas, olvidando que fue el propio PP quien promovió la reforma de tasas que ahora critican. En la gestión de emergencias, su respuesta ha sido ineficaz: Mazón en la DANA, Mañueco y Rueda en los incendios… puro caos.

Pero lo más delicado para el PP está por llegar. El otoño traerá una cascada de sentencias judiciales sobre casos de corrupción como Gürtel, Púnica, Kitchen y otros más de veinte procesos abiertos. Además, está el caso Montoro que no es un caso cualquiera. Representa un terremoto político de enormes proporciones. Y por mucho que los medios conservadores traten de ocultarlo, es grave. Muy grave.

El PP de Feijóo está dejando de ser un partido de Estado. Se ha entregado al “trumpismo”, se ha subordinado a Vox y ha abandonado cualquier responsabilidad institucional. Ya no ofrece soluciones. Solo propaga insultos, bulos y declaraciones incendiarias como la de “cavar la fosa del Gobierno”. Eso no es oposición, es una deslealtad a la democracia.

Feijóo tiene dos caminos: cesar a Miguel Tellado y rechazar sus palabras, o asumir que las comparte. Y si las comparte, entonces queda claro que ni él ni su partido están en condiciones de gobernar este país. España necesita una oposición seria, constructiva, con propuestas. No una organización dedicada a sembrar odio y degradar la vida democrática. Porque el odio nunca ha sido, ni será, un proyecto de país.

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