El pasado martes, la ministra de Justicia, Dolores Delgado, ha recordado en su intervención en la Comisión de Justicia del Congreso, que son 957 las mujeres asesinadas por violencia machista desde 2003, fecha en que comenzó a computarse a este tipo de víctimas. Antes, ni eso. Y ha recalcado que se trata de “un problema de Estado al que hay que dar una respuesta de Estado”. Por fin, tras décadas de indecencia de la derecha que se ha hecho cómplice del machismo y de la desprotección de muchas miles de mujeres, una ministra llama a las cosas por su nombre, y dice con claridad que, en realidad, el machismo es, además de una cuestión social, cultural, sanitaria y judicial, una cuestión política.

Es algo realmente sorprendente y es una gran vergüenza nacional que un problema que provoca muchas más muertes que el terrorismo, o que los accidentes de tráfico, se obvie, se ignore y pase prácticamente desapercibido. Una muerte por un atentado terrorista llena los informativos y, como es de esperar, moviliza a las Instituciones y a los políticos; sin embargo, una muerte de una mujer por violencia machista se menciona, como mucho, de pasada en la sección de sucesos de los diarios o los informativos. Se considera una cuestión “doméstica”, cuando el asunto va mucho más allá.  ¿Qué hay detrás del hecho de que la muerte de una mujer por violencia de género esté tan asumida en el subconsciente colectivo?

Una experiencia no verbalizada es prácticamente inexistente, decía Hannah Arendt. Lo mismo con otras palabras decía Don Miguel de Unamuno: “Las palabras no son la expresión del pensamiento, son el pensamiento mismo”. Es decir, lo que no se nombra, de lo que no se habla, no existe. Literalmente. De ahí el control de la información y los vetos a la libertad de expresión. De muchas cosas del universo femenino no se habla. No se habla de la ideología que le devasta. Ni se habla del origen ideológico de esa ideología, que no es otro que la religión y su secular misoginia.; misoginia que es la gran aliada de los preceptos del patriarcado.

¿Qué hay detrás del hecho de que la muerte de una mujer por violencia de género esté tan asumida en el subconsciente colectivo?

No se habla tampoco de la competencia insana en la que se adoctrina a las mujeres y en la que muchas caen, convirtiendo a las propias mujeres en enemigas de sus congéneres. ¿Qué hay detrás de eso?, me lo he planteado desde muy joven al percibir esa “enemistad” o “competitividad” que afecta a muchas mujeres contra otras mujeres. Lo que hay, en realidad, no es otra cosa que machismo ejercido por mujeres al adherirse a sus postulados y al mismo desprecio a lo femenino que esa ideología propaga.

Hace no mucho he descubierto una nueva palabra que inventó Marcela Lagarde, una activista mexicana por los derechos de las mujeres. La nueva palabra, que es enormemente importante para superar los terribles esquemas patriarcales, es “sororidad”, de sor (hermana) y el sufijo -idad (cualidad); como fraternidad o solidaridad. Significa algo así como “hermandad” entre las mujeres. Que no es rechazo a los hombres, al contrario, es una actitud entre mujeres para oponerse a la ideología machista que tanto daño hace tanto a nosotras como a ellos, los hombres, y una de cuyas grandes herramientas es impedir esa conexión y esa unión fraternal entre las mujeres, y, por extensión, también entre las mujeres y los hombres. Hombres y mujeres no hemos nacido para competir, ni para someter ni dejarnos ser sometidos, sino para ser compañeros, cómplices y amigos.

El poder tradicional nos ha querido siempre anuladas, controladas y humilladas. Por eso dice Marcela Lagarde que “la mayor transgresión política de las mujeres es su alianza, su coalición: la sororidad”, y por eso dice Coral Herrera Gómez, al hilo de la misma cuestión, que la autoestima de las mujeres es, a todas luces, una cuestión política. Por mi parte, sin lugar a dudas, me adhiero a la sororidad, y a la consideración de las mujeres como mis hermanas, y me opongo firmemente a todos esos esquemas absurdos y represores que conforman la ideología misógino-machista. Estoy de acuerdo absolutamente con la ministra de Justicia en que tantas muertes de mujeres por la violencia de género es un problema de Estado. Aunque difícilmente podrá ser atajado mientras se siga difundiendo el odio a lo femenino desde diversos ámbitos, y mientras se siga adoctrinando a los niños en la escuela en mitos misóginos, como que la mujer fue hecha por dios de la costilla de Adán, o que Eva, metáfora de la mujer, fue la culpable del pecado original, responsable, a su vez de todos los sufrimientos de la humanidad. Ahí subyace la raíz ideológica que justifica el maltrato femenino. Como siempre, todo comienza en la educación, o en la mala educación, como muy bien exponía Almodóvar en su película.