Parece el título de una novela fantástica. Una de esas historias de reinos perdidos, asolados por el mal, o una distopía de tiranos y países invadidos por la ambición y la locura sangrienta de un megalómano. Vivimos tiempos distópicos y, la vida, además de valer cada vez menos, supera, como de costumbre, toda elucubración literaria. Yo comienzo el año convaleciente, como nuestra propia realidad circundante, y la analgesia me hizo creer que no había oído bien el nombre de la ciudad ucraniana, Soledar, objeto actual de la barbaridad de Putin.

De hecho alguno de los periodistas a los que le oí nombrarla, arrastraban la r final del nombre de la localidad hasta convertirla en una d: Soledad. A veces, sea fruto de la medicación o de errores afortunados, hay aciertos expresivos como estos que llegan a nuestra orilla de una forma casual. Soledar está sola. La comunidad internacional está despertando de la pararrealidad navideña, anestesiada, como si el espumillón y los buenos deseos ahogaran a los asesinos que siembran el mundo de cadáveres y sufrimiento, enajenada en sus particularidades, por mucho que la grandilocuencia diplomática condene o diga, sin hacer.

Esta pequeña ciudad, crucial para dominar otras más estratégicas del valle del Donets en Ucrania, conocido como el Dombás, es el último lienzo del horror de nuestra especie, sembrado de violaciones, heridos, mutilados, muertos y desgracia.

Dicen los reporteros de guerra que en el campo de batalla se escuchan los tiros, los lamentos, y que los mercenarios de Putin avanzan sobre los cadáveres humanos. Mientras tanto, en las administraciones de los países en conflicto y los coribantes de todo el mundo, los cruces de acusaciones. Como si eso fuera a parar algo. El ministerio de defensa ruso comunica que Soledar ya es territorio conquistado mientras que Ucrania lo niega; aseguran que siguen librándose intensos combates para hacerse con el control de la región.

Aunque las versiones son contradictorias, de lo que no hay discusión es que día tras día, Soledar continúa siendo víctima de constantes bombardeos que dejan cada vez más heridos. “Es un combate cuerpo a cuerpo, tenemos disparos, heridas de metralla, de granadas y demás”, explica un médico militar de un hospital ucraniano cercano. La captura de la ciudad supondría el primer triunfo de Putin en meses, aunque con un gran costo de pérdidas rusas y con la destrucción del territorio que reclaman y que decían querer “desnazificar”. Rara manera de liberar a los presuntamente oprimidos, esa de asesinarlos, destruirlos hasta los cimientos, borrarlos de la historia…Aseguran algunas fuentes que el genocida Putin está muy enfermo. Que podría morir de una larga enfermedad. Ante la guerra informativa es difícil saber cuánto de verdad hay en ello, o si forma parte de la guerra de contaminación de la realidad en la que también se despliegan las guerras. No creo que lo vayamos a ver, como a otros criminales genocidas anteriores, ante un tribunal de justicia internacional. Un dictador sanguinario no se redime muriéndose pero, si así fuera, algo es algo...

Soledar, Soledad, es un símbolo mucho más profundo y significativo de lo que creemos. Estamos cada vez más solos. Nuestra especie atraviesa un momento de oscuridad y enajenamiento mucho más devastador de lo que los anuncios publicitarios y sus campañas, la realidad ficticia de las redes sociales, o nuestra analgesia puede amortiguar. Las instituciones públicas están cada vez más socavadas. Lo que ha sucedido en Brasil, recién vuelto a la presidencia del país Lula da Silva, con el antecedente de la superpotencia estadounidense y el demente Donald Trump alentando el golpismo, debiera hacernos reflexionar sobre la irresponsabilidad de los políticos, pero también de los ciudadanos; sobre las responsabilidades de las democracias avanzadas, a nivel mundial. El infame mundial de Catar y el vergonzoso papel de la FIFA, las corruptelas descubiertas a este respecto de sobornos en el Parlamento europeo, no han hecho más que dar alas a estados integristas como Afganistán, abandonado a su suerte por occidente, o Irán.

No hacer nada para defender la democracia y los valores constitucionales nos hace cómplices. No denunciar la degradación de las instituciones no convierte en cómplices. Permitir que se encarcele, torture o asesine a mujeres, o a quienes defienden sus derechos, como el futbolista iraní Amir Nasr-Azadani, nos convierte en hipócritas colaboradores del horror. “El silencio es cómplice” escribió el poeta granadino Luis Rosales, que conocía muy bien lo que significa callar cuando la venganza, el horror y la sinrazón campan a sus anchas. Dicen algunos sesudos y pseudofilosófos imbéciles que “nacemos y morimos solos” .

Hay majaderías virales desde el principio de los tiempos: nacemos de nuestra madre, y acompañados por ella, y no hay nada más triste que morir sin una mano que nos acaricie o no reconforte. Lo sabemos quienes hemos estado muy enfermos, o quienes hemos acompañados a un ser querido en sus últimos momentos. Eso está pasando en Soledar y en todo el mundo. Es el momento de tomar partido, de romper el silencio cómplice, de decidir hacia donde queremos ir como especie. Si no es así, las cucarachas, que dicen heredarán la tierra, en su arrastrada existencia, serán más dignos pobladores del planeta que nosotros.