Son las ocho de la tarde y en Vallecas, Nou Barris, Torreblanca o la Fontsanta los vecinos salen a homenajear desde las ventanas a los sanitarios que luchan contra el Covid19. Mientras, en el barrio de Salamanca, la mayoría de los balcones y de las terrazas de los áticos están en silencio, y en el interior de sus amplias y luminosas cocinas, sus habitantes buscan, con el cucharón de plata en la mano, esos cacharros metálicos con los que las asistentas les preparan la comida.

Desde hace unos días, los utensilios de cocina se han convertido en los cócteles molotov de las clases privilegiadas. Armados con ellos, bajan en sus ascensores con bancos de terciopelo, cruzan los majestuosos portales por donde antaño entraban los carruajes, pasan por delante del conserje que los saluda con una tímida inclinación de cabeza y salen a la calle, abrigados con sus chalecos alcochados y su bandera de España, a enfrentarse contra la opresión del gobierno social-comunista.

No son víctimas de un Erte, mucho menos del paro, no saben lo que significa no llegar a final de mes; ignoran los precios de las patatas, de las judías, de un bono de transporte público. Jamás han tenido que madrugar para ser los primeros en presentar la inscripción en un colegio público. Nunca han estado pendientes de las subidas o bajadas de las hipotecas. Pocas veces han tenido que mandar un curriculum para conseguir un trabajo. Todos los veranos y navidades viajan y los fines de semana, menos los de los dos últimos meses, los pasan en el chalet de la Sierra. Cambian sus coches mucho antes de que tengan que pasar la primera ITV.

Pero son seres espirituales. Los bienes materiales poco les importan. No están dispuestos a vivir encerrados en una jaula de oro. Sus ansias de libertad están por encima de cualquiera otra consideración. Lo dijo hace ya algunos años su líder espiritual "¿Quién es el Gobierno para decirme no puede ir usted a más de tanta velocidad/.../ no puede usted beber vino". Pues eso, quién es el gobierno elegido por una mayoría de españoles pobres, para decirles a ellos, los amos de España, lo que pueden o no pueden hacer. Suerte tenemos que se hayan decantado, de momento, por hacer ruido con las cacerolas. Sus abuelos lo hacían con las cadenas de los tanques.