Se llama Pablo Hasél y hoy va a entrar en la cárcel. Es el primer rapero en Europa condenado a prisión por ejercer su derecho a expresarse libremente. La Audiencia Nacional —el antiguo Tribunal de Orden Público franquista— lo acusa de injurias a la Corona y enaltecimiento del terrorismo. Pablo Hasél, que es un cantante y no un periodista de investigación que hace aflorar corrupciones como nenúfares de mierda, no ha expresado en sus letras menos de lo que lo que todos sabemos del rey Emérito, que no es más que lo publicado por los medios de comunicación.

Contado de otro modo, si usted o yo o cualquiera hubiéramos metido en los hipos furiosos de un rap lo que todo el mundo sabe, sabemos, tal vez usted estaría ahora resoplando su desgracia contra el techo de una celda y yo escribiendo esta columna detrás de los barrotes. El rap de la discordia se titula Juan Carlos el Bobón, y en una democracia un poco menos paranoide que esta habría pasado sin pena ni gloria. Como los tuits que escribió Hasél, por cierto.

Pero se conoce que nos tira el fanatismo, de ahí que cada día imitemos un poco mejor a Turquía o a Marruecos en esto de reprimir al heterodoxo. De continuar así, y ahora plegándonos a nuestros piadosos hábitos cristianos, pronto amontonaremos en la Puerta del Sol las ramas de los árboles que tronchó Filomena y haremos un bonito auto de fe para echarle carnaza delux al móvil. Que quemar al hereje, al disidente, es algo que se nos ha dado siempre muy bien a los españoles.

Supongo que ningún padre, ni siquiera los jueces de la Audiencia Nacional, tan serios, tan calvinistas ellos, propondrían a sus hijos como modelo de ética kantiana a Juan Carlos I, un particular que, como ya conté en este periódico, refundó una especie de pyme familiar que algunos llaman monarquía, mató unos cuantos osos remolones y mandó callar a Chávez ejerciendo su borbónico derecho a la libertad de expresión. ¿O tal vez sí? ¿Tal vez nuestros jueces de la Audiencia Nacional propondrían como ejemplo ético a Juan Carlos I? Me lo pregunto porque en la Españeta parece que hay diferentes varas de medir, con permiso de sus señorías.

En efecto, dependiendo de quien haga una cosa, así está mal o bien. Por ejemplo, cuando cierto iluminado aúlla en el micrófono de su radio carpetovetónica que si “veo a los de Podemos y llevo la lupara, disparo”, los jueces no oyen nada. Cuando un militar afirma entre carcajadas digitales que se deben eliminar a “26 millones de hijos de puta” para que este país marche como es debido, aquí, en nuestra ejemplar democracia, nadie oye nada. Cuando los nostálgicos del non plus ultra orean al aguilucho en el cielo preconstitucional de sus manifestaciones, aquí, en nuestra democracia modélica, nadie ve nada, nadie oye nada, aquí no pasa nada. Cuando un tipo dispara contra las fotografías de varios miembros del Gobierno y sonríe aviesamente después, la Audiencia Nacional archiva la causa alegando que no ve premeditación en los disparos. ¿Qué ven entonces sus señorías? ¿Confeti de McDonald’s?

Ni jurídica ni racionalmente se entiende la condena de Hasél, señorías. Menos aun cuando el Tribunal Constitucional dictaminó, hace muchas lunas ya, que la libertad de expresión ampara no solo “ideas que son recibidas favorablemente o consideradas inofensivas o indiferentes, sino también a aquellas que se oponen, perturban o chocan con el Estado o cualquier parte de su población”.

Es cierto que se debe limitar la libertad de expresión en la lucha contra el terrorismo, una violencia que execro y repruebo, y lo subrayo triplemente en rojo, pero, con toda sinceridad, nadie en su sano juicio cree que un tuit o un rap vayan a rearmar a ETA, a los Grapo o a los aguerridos ancianos de bastón independentista de mi pueblo. Otra cosa es que esas declaraciones de Hasél sobre los Grapo o Terra Lliure —que hace mucho tiempo que no existen—  sean de mal gusto, y para mí lo son, porque creo que hay otras formas más eficaces de denunciar las lacras de nuestra democracia o, mejor dicho, las lacras del totalitarismo democrático en que vivimos. Ahora bien, más preocupante que las letras de Hasél es que, de entre las más tres decenas de causas abiertas por enaltecimiento del terrorismo entre 2015 y 2019, solo tres denuncias fueran interpuestas por las víctimas. A ver cómo digerimos eso sin pensar que en España no se condena a cantantes, a artistas, a titiriteros, sino que lo que se condena y reprime, cada día más, es el derecho a la libertad de expresión: la de usted, la mía, la de todos nosotros.

Escribió Bertolt Brecht: “Hay muchas maneras de matar. / Pueden clavarte un cuchillo en el vientre. / Quitarte el pan. / No curarte una enfermedad. / Meterte en una vivienda malsana. / Empujarte al suicidio. / Torturarte hasta la muerte mediante el trabajo. / Llevarte a la guerra, etc. / Solo unas pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado”. Desde hoy, hay otra más: cantar libremente.