No por esperables dejan de ser sorprendentes estas reacciones de casi toda la derecha hispana a la reunión de Aiete, porque no sólo son demagógicas sino también irracionales y viscerales. Aunque es cierto que en la reunión del pasado lunes en San Sebastián hubo mucha parafernalia y liturgia, y que no es menos cierto que en su comunicado final no hubo sorpresas de ningún tipo, está claro que se trata de un nuevo y tal vez decisivo paso hacia el definitivo fin del terrorismo etarra. Un terrorismo que a lo largo de cinco largas décadas ha causado cerca de un millar de muertos, además de dejar a muchos miles más de víctimas directas e indirectas, tanto en el País Vasco como en el conjunto de España.

Más de medio siglo después de sus inicios, cuando ETA comenzó sus primeras acciones terroristas en el País Vasco, la banda está ya, por suerte, definitivamente condenada a su extinción. Todo cuanto contribuya a acelerar su desaparición debe ser bienvenido. De ahí que sean poco o nada comprensibles las airadas reacciones de quienes consideran que la conferencia internacional de Aiete no es más que una mera estratagema propagandística de la propia ETA. Y si en verdad lo fuera, qué poco importaría ello si al fin y a la postre el resultado final acabase siendo el tan ansiado definitivo fin del criminal terrorismo etarra, sin duda alguna una de las peores y más dolorosas herencias que nuestro actual sistema democrático recibió de la dictadura franquista.

Lo que sin duda da trascendencia histórica al comunicado de la conferencia internacional de paz celebrada el pasado lunes en San Sebastián es la “llamada a ETA a hacer una declaración pública de cese definitivo de la actividad armada, y solicitar diálogo con los Gobiernos de España y Francia para tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto”, una referencia que todos los expertos en este tipo de asuntos remiten tanto a la futura situación de los centenares de etarras encarcelados como a la entrega de las armas. Los restantes puntos de la declaración no son más que añadidos, simples consejos y recomendaciones a los Gobiernos de España y Francia, tanto en relación con las ya citadas “consecuencias del conflicto” como al reconocimiento y compensación de todas las víctimas. Hay un especial énfasis en la conveniencia del diálogo posterior al definitivo fin del terrorismo, con la vista puesta tanto en “sanar las heridas personales y sociales” como en “alcanzar una paz duradera”.

¿Quién no suscribiría estas palabras? Sólo quienes temen el definitivo final de ETA pueden ponerles reparos. ¿Quiénes temen el definitivo final del terrorismo etarra?

Lo decía el mismo lunes el expresidente del Gobierno Felipe González, hablando precisamente de la reunión de Aiete: “Ojalá contribuya a profundizar a que sí venga una declaración del final de la violencia”. En la misma línea se expresaba el ahora candidato socialista a la Presidencia del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba: “Estamos dando los últimos pasos contra ETA. Estamos viviendo el final del terrorismo. No sé cuándo se producirá este final pero estamos ante el final”. Y él, que tanto y tan decisivamente ha contribuido a que hayamos a este final desde su acción como ministro del Interior durante estos últimos años, añadía aún unas palabras dirigidas sin duda a quienes temen el final de ETA: “Tenemos que mantener la unidad de las fuerzas políticas, la firmeza y la prudencia. No podemos poner en riesgo estas tres características porque esto se está terminando”.

Jordi García-Soler es periodista y analista político