Una de las lecciones más tristes de la historia, parafraseando al científico Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios, es la siguiente: “Si se está sometido a un engaño demasiado tiempo se tiende a rechazar cualquier prueba de que es un engaño. El engaño nos ha engullido. Simplemente es demasiado doloroso reconocer, incluso ante nosotros mismos, que hemos caído en él”. Se refería a las religiones, pero bien es verdad que esa afirmación puede aplicarse a numerosos acontecimientos históricos y a numerosas supuestas “verdades”.

La Tierra no es plana, sino esférica. Nuestro origen no es una creación, sino un proceso evolutivo a la par con el resto de especies. No somos reyes de nada, somos una especie más entre otras tantas. No somos algo aparte de la realidad, sino somos parte de ella. La realidad no está conformada en compartimentos estancos, sino que todas sus partes están íntimamente interrelacionadas. El cielo y el infierno no son algo de ningún hipotético más allá, sino de un constatable más acá. Y así hasta el infinito. De tal manera que vivimos, lo queramos o no, inmersos en un sinfín de medias verdades y de mentiras que se van transformando en prejuicios y tópicos que, a su vez, deforman o maquillan la verdad objetiva sobre muchas cosas.  De ahí la enorme importancia del librepensamiento y de una Educación que, como decía el gran pedagogo Jean Piaget, enseñe a cuestionar incluso lo que se enseña, y aliente la creación, la innovación y el inconformismo. Lo contrario no es educar, es adoctrinar.

Leía en un artículo del historiador Julián Casanova de hace pocos días una reflexión muy lúcida sobre la realidad histórica del Holocausto nazi y del campo de concentración de Auschwitz en el 75 aniversario de su liberación, el 27 de enero de 1945. Hablaba Casanova del “turismo negro” y de la “banalización del mal” cuando la conciencia colectiva relativiza unos hechos monstruosos que se cometieron en la Alemania nazi con el fin de depurar la “raza” y eliminar a los judíos, y de paso confiscarles su oro, y acabar con otras etnias, como la gitana. Sin olvidar a los diez mil republicanos españoles que Franco deportó a los campos de concentración nazis, de los cuales murieron, en Auschwitz y Mauthausen, cerca de seis mil. Siete décadas después los campos de concentración se han convertido en lugares turísticos donde la gente se hace fotos y selfies sin ser conscientes del todo del terrible infierno que se creó en esos lugares.

 Auschwitz fue un verdadero averno que sigue siendo inasumible e incalificable, ideado por personas adoctrinadas en el nacionalismo, en el cristianismo, en el fascismo y en el odio profundo a los que no profesaban sus parámetros, sus genes o sus ideas; verdaderos psicópatas que no sólo no sentían dolor ante las monstruosidades que cometían con miles de personas indefensas, sino que, a todas luces, disfrutaban haciéndolo y se esmeraban en que las torturas fueran cada día más crueles y más espantosas. Una de las más grandes manifestaciones del mal en estado puro.

Los reyes de España estuvieron visitando Auschwitz en el día (27 de enero) que la ONU ha declarado Día Internacional para la Conmemoración de las víctimas del Holocausto. Por supuesto, les honra. Sin embargo, habría que recordar que en España también hubo campos de concentración, y hubo víctimas de un genocidio sistemático ideado por la dictadura franquista; y habría que recordar que miles de españoles siguen tirados en cunetas, que no hay ningún día que conmemore a las víctimas del fascismo franquista, que la Ley de Memoria Histórica lleva años sin ser ni mínimamente financiada ni tan siquiera tenida en cuenta, que también en España hubo muchas torturas y crímenes de lesa humanidad durante cuarenta años que siguen sin ser siquiera oficialmente reconocidos, cuanto menos resarcidos. En este tema, como en tantos otros, también los engaños nos han “engullido”.

Lo mínimo que podemos esperar todos los españoles demócratas es el reconocimiento de los crímenes del franquismo, y el reconocimiento del sufrimiento de muchas familias españolas. Un sufrimiento que aún no ha acabado, porque, como afirmaba la psicoanalista e investigadora francesa Françoise Dolto, lo que se calla en la primera generación las siguientes generaciones lo llevan en el cuerpo. En Alemania se ha reconocido el terrible daño causado, como es obligado. Pero en España ese dolor continúa en el ambiente y en la memoria morfogenética de todos los españoles. Me encantaría que los reyes de España también se implicaran en ese dolor de las gentes del país en el que reinan. No hace falta irse a Alemania para percibir el mal es estado puro.

El mismo mal que condujo al espantoso exterminio de 17 millones de seres humanos en el nazismo, es el mal que exterminó a más de 100.000 republicanos en la represión franquista; el mismo mal que segó la vida de medio millón de personas de toda ideología en la guerra civil. Y es el mismo mal que sigue pululando alrededor de nuestras cabezas. Se puede llamar de muchas maneras y se puede manifestar de mil modos y maneras. Pero es el mismo mal. Robert Hare, el mayor estudioso de la psicopatía, lo describe muy bien en uno de sus libros: “Sin conciencia”. Y, por tanto, ¿cómo no considerar a la ausencia de empatía (psicopatía) como la gran causa del mal en el mundo, y cómo no considerar a la bondad y la ternura como conceptos, según dice Fernando Ulloa, enormemente importantes y profundamente políticos?

 Coral Bravo es Doctora en Filología