No se puede razonar con un Psicópata. Sus escalas de valores no son las mismas que la de cualquier ser humano equilibrado, y sus razones se mueven por irracionalidades y fantasías autoconstruidas, sin empatía alguna por el otro. Da igual que hablemos de un pariente chungo que nos toque en suertes, o en mala suerte, más bien, o del presidente de una nación con arsenal nuclear. Hablo por supuesto del espécimen llamado Vladímir Putin. Un dictador de manual, por mucho que llegara al poder, en primera instancia, de forma democrática, como otro dictador criminal de la historia, de nombre Adolf Hitler. Ambos tienen en común los delirios de grandeza, haber subvertido los sistemas electorales de sus países para convertirse en dueños de estos, y causar millones de muertos el primero, y cientos de miles el segundo, de momento. Ambos esconden sus complejos y deficiencias intelectuales, morales y físicas, en la mentira de unos presuntos superhombres que están llamados por el destino a cambiar la historia y, en efecto lo hacen, convirtiéndose en criminales de guerra, genocidas, y un peligro real para la continuidad de nuestra cultura y la propia especie.

Putin ha reaparecido dando un teatral discurso en Moscú de celebración por la anexión de la península de Crimea, anexión que ya se realizo de facto hace 8 años, en marzo de 2014. Recuerda, una vez más, a los triunfalistas discursos de Hitler, la mayoría dados en Múnich y en Weimar, como parte de la propaganda hipertrofiada de un genocida. En esta reaparición, como en las de Hitler, Putin, habla de “sus planes” que pasan, como estamos viendo, por asesinar civiles, anexionarse territorios por la fuerza sin respetar el derecho internacional ni las soberanías territoriales de los países, y violar cualquier ley de guerra preestablecida por los acuerdos de Ginebra. Su propio argumentario “desnazificador” es un insulto a la inteligencia y a nuestra historia. Primero porque el que responde a unas actuaciones políticas totalitarias y fascistas es el propio Putin, en su propio país, represaliando por miles a los ciudadanos rusos que se manifiestan en contra de la guerra contra Ucrania y su ocupación, deteniéndoles, golpeándoles y encarcelándoles; porque ha cercenado toda posibilidad de libertad de expresión y libre prensa, controlando todos los medios, no sólo oficiales, sino censurando o cerrando los que disienten; porque practica la detención, la tortura, el encarcelamiento y asesinato de cualquier disidente, minoría u opción, incluidas las sexuales, que no entren dentro de su totalitario ideal patrio, y porque su continua ingerencia en las soberanías nacionales ajenas, no sólo en Ucrania, deja a las claras los aires de rancia memoria soviética que pretende imponer. Ha quedado muy claro que la llamada “Guerra Fría” no terminó en 1991 como dicen los libros de historia. Simplemente cambió de forma, a una manera más sutil, cibernética e informativa, esperando el momento de regresar con los viejos discursos expansionistas, nacionalistas y bélicos. De hecho, el Zar Putin Primero el Desnazificador, parece obviar que las relaciones entre la Alemania nazi y la Unión Soviética del otro dictador genocida en cuyo espejo se mira, Stalin, fueron extraordinariamente cordiales hasta el año 41 cuando el ebrio de poder Hitler comete el error de invadir la URSS. Hasta ese momento, nueve días antes de que Alemania iniciara la Segunda Guerra Mundial, firmaron un pacto de no agresión en el 39, el llamado Pacto Ribbentrop-Mólotov, por el cual la URSS de Stalin no sólo no ayudó a los aliados contra los nazis, sino que se repartió con ellos media Polonia.

Mientras China defrauda a todos en su capacidad mediadora, posicionándose con el psicópata Putin, lo que debería empezar a tener sanciones económicas ya si no fuera porque estamos en sus manos, no nos engañemos, seguimos asistiendo en directo a la demolición de un país que luchaba por ser moderno, democrático y europeo. Hemos dejado solos a los ucranianos, simbolizados en el presidente Volodímir Zelenski, que no va a salvar su vida ni la de sus compatriotas con los aplausos de los distintos senados y congresos de los países occidentales. Hace ya muchos meses, cuando hablábamos de la pandemia que aún no hemos superado, comenté que, pensando mal, como en otras épocas, todo parecía como si se estuviera preparando un tablero internacional de pestes, crisis económicas y luego guerra, como en los cíclicos péndulos de los que hablan los historiadores. Aquí lo tenemos.  El criminal de guerra Putin -no voy a esperar a que los tribunales internacionales, si es que no los hace saltar por los aires lo condenen-, es evidente en alguien que bombardea hospitales materno-infantiles, colegios, universidades, barrios residenciales y corredores humanitarios, no va a detenerse con palabras o diplomacia. Su triunfo evidencia la debilidad de las egoístas e individualistas mentalidades occidentales, presas de intereses personales y no colectivos. Él lo sabe y lo aprovecha. Y no va a detenerse ahí. Estamos en un punto crítico, cuyo final puede ser peor de lo que imaginamos. Una pena que los llamados “servicios de inteligencias” internacionales fueran tan ciegos que no lo vieran venir, y que no hagan nada para que una mala caída del tarado Putin, haga que parezca un accidente y podamos acabar con esto. Sé que no es políticamente correcto, pero sí el sentir de una mayoría, incluso antibélica y pacifista, como yo.