Hoy me voy a poner un poco Señorita Rottenmeyer que, para quien no tenga suficiente edad o memoria, era la institutriz adusta que le amargaba la vida a la pobre Heidi. Espero que el fin justifique los medios y al final resultar absuelta de tan terrible pecado. Si no, asumiré las consecuencias.

Ahora que volvemos a ver gente en los restaurantes, también he vuelto a ver algo que me producía una mezcla entre rabia y envidia. Basta con observar cualquier familia donde haya niños pequeños, incluso bebés, para comprobar que la mejor manera de que los adultos puedan estar a sus cosas, es dejar a sus criaturas colgadas de un dispositivo móvil. Si se ha salido de casa con la tableta con suficiente batería, suele ser Peppa Pig, La patrulla canina o lo que quiera que sea que ven ahora. Si no, le dan su teléfono móvil y que sea lo que Dios quiera,

Comprendo que cuando una es madre, o padre, cualquier cosa que le dé un respiro es bienvenida, pero no todo vale. Sobre todo, porque esos inocentes dibujos animados pueden convertirse en algo nada inocente sin que nos percatemos. Y de poco sirve lo que les enseñemos en casa, en el colegio, o donde quiera que vayan, si después acceden por Internet a cualquier cosa son filtro alguno.

Las estadísticas acerca de la edad en que se accede a la pornografía y las visitas a estas páginas en la infancia y la adolescencia son abrumadoras. 1 de cada 4 niños ha visto un vídeo pornográfico a los 14 años, aunque en niñas sube a 16 años. En muchos casos se detecta la iniciación en la pornografía a los 10 años. Y sí, todo el mundo dice que sus hijos no ven eso, pero de algún sitio salen los visionados.

Otro tanto se podría decir del juego, donde hasta no hace mucho cualquier niño o niña podía acceder sin demasiado esfuerzo. Y acabar enganchándose con menos esfuerzo todavía.

No es que esté en contra de la tecnología. Al contrario, creo que es un avance inigualable. No sé qué habría sido de nosotros sin ella durante el confinamiento. Pero la tecnología no puede sustituir a las personas, particularmente a quienes deben de cuidar a los menores. No pueden sustituir a canguros o abuelas a la hora de cuidarlos, ni tampoco a espacios públicos o amistades.      

No hay que prohibir la tecnología, pero sí aprender a usarla. Tengamos 5 o 50 años. Y lo digo aun a riesgo de seguir siendo Rottenmeyer.