Alberto Núñez Feijóo está poniéndole las pilas a su partido viendo que tiene muchas opciones de darle un vuelco a numerosas alcaldías y autonomías en parte por su empuje, en parte por el mal trabajo que están haciendo el resto de partidos. El PSOE no levanta cabeza y la izquierda de la izquierda se desmorona sin remedio.

El talento es el camino más rápido hacia el éxito, pero no es el único camino. A veces la mediocridad se abre paso por demérito de los demás. Pasa en política a menudo, que uno escucha a algunos alcaldes, a algunos parlamentarios, y duda hasta de la democracia misma. ¿Cómo ha podido llegar semejante cenutrio a tener ese poder? Pues la explicación es sencilla: Los demás eran peores. En la vida, en la política, en el fútbol, hay que aprovechar los errores del contrario. Donde no llega nuestra calidad, que llegue al menos el entusiasmo.

En el PP están viendo la oportunidad de ganar muchos partidos, aunque no siempre tengan a los mejores jugadores. Es tal el caos en el resto de partidos, que sólo con una política aseada, sin riesgos, pueden arrasar en las urnas. Ahora lo llaman moderación. La moderación es sólo hablar poco para no meter la pata demasiado. No hace falta disfrazar el concepto. La moderación no es templanza, ni consenso, ni mirada larga. La moderación es sólo moverse lo justo para no salir desenfocado en las fotos. El recurso de los que saben que el regate no es lo suyo. Cuando en el fútbol hablamos de un defensa cumplidor no hablamos de un astro del balón, hablamos de un calvo chepudo que a poco que nota el aliento del delantero la rompe con los ojos cerrados. En la política de este siglo hay más centrales tuercebotas que extremos habilidosos. Y así seguirá siendo, porque también la gente se está cansando de gambetas y filigranas. Pablo Iglesias, que se creía Jairzinho y no llegaba ni a Renaldo, tiene buena culpa.

El PP sabe que, en las próximas elecciones de mayo, tanto en las municipales como en las autonómicas, va a voltear el mapa del rojo al azul. La estrategia de Alberto Núñez Feijóo no está siendo especialmente arriesgada: propone ideas sensatas a Pedro Sánchez, cuestiona sus pactos legislativos y dice más o menos lo que la gente espera escuchar. Ni siquiera necesita morder. Es tan calamitoso el zigzagueo del Gobierno entre Podemos, Bildu y los partidos nacionalistas catalanes, que sólo tiene que sentarse a ver cómo se desmorona su imperio de papel.

En Andalucía, donde el PP no está carente de talento, muy al contrario, ha empezado el desparrame. Juanma Moreno lo ha hecho bien, pero es que sus rivales lo han hecho fatal. La victoria es de Juanma, pero la mayoría absoluta se la han trabajado entre Espadas, Marín, Olona, Nieto y Rodríguez. El PSOE eligió a un candidato de transición, sin empaque, sin tirón, con una guardia pretoriana que olía a bolitas de alcanfor, con un mensaje de centrismo rancio que se acercaba más a la Rosa Díez de UPyD que al Tony Blair de la tercera vía. Querían pescar de todas partes y terminaron pidiendo pizzas. Su campaña fue un desacierto. Ciudadanos hicieron lo que pudieron mientras pudieron. Juan Marín era un buen candidato, pero tenía el cadáver de su partido muerto a sus pies. Imposible atraer el voto con semejante fiambre a la vista. Vox se las prometían felices, pero una campaña circense y una candidata descentrada acabaron con las expectativas. Sobre la izquierda a la izquierda, mejor me voy a un párrafo aparte.

Cuatro de los seis partidos que integran la coalición de izquierdas Por Andalucía expulsaron ayer de la Mesa del Parlamento a su representante, la diputada de Podemos Alejandra Durán, que ha sido sustituida por la representante de Más País Andalucía, Esperanza Gómez. Sigue el navajeo. Siguen las caras largas. Como precedente para consensos ambiciosos de cara a las municipales no está mal. No se aguantan. Dividen. Como dividió Teresa, como dividió Errejón, como dividirá Yolanda Díaz. Muchos jefes, pocos indios.

Con el PSOE en repensada, con Podemos derrumbándose, con Ciudadanos finito, con Vox a la baja, el PP tiene una oportunidad increíble para pintar de azul el mapa de España. Los buenos ganarán y los que no son tan buenos podrán sorprender gracias a unos rivales consumidos por su propia incapacidad. Feijóo sólo tiene que ser Feijóo un año más para plantarse en unas elecciones frente a Sánchez con vocación de victoria.