Hoy en día, tenemos que redoblar nuestros esfuerzos para no dar credibilidad a informaciones falsas que condicionan nuestras decisiones económicas, nuestras tendencias políticas y la opinión que nos formamos sobre determinadas personas, colectivos y organizaciones.

Empresas, formaciones políticas y ciertos lobbies que tienen detrás no destinan dinero a determinados medios de infoxicación únicamente para que hablen bien de ellas, sino también con el fin de que ataquen a la competencia o a sus enemigos, aunque para ello tengan que recurrir a fake news.

En muchos casos, los bulos buscan sembrar el odio hacia ciertos colectivos, el peligrosísimo germen que viene alimentando de nuevo el fascismo. Recibimos a todas horas ráfagas de peligrosas mentiras a través de las redes sociales y mensajes de WhatsApp que nos envían familiares, amigos y conocidos, dándoles credibilidad sin tomarse la más mínima molestia en contratar.

La desinformación nos llega igualmente desde medios de comunicación en los que no existe la más mínima ética, pero también a través de otros que se han ganado cierto prestigio pero en ocasiones traicionan las más elementales reglas del periodismo, no contrastando informaciones o dejándose condicionar por el poder económico y político.

Y en esta nueva realidad donde bulos tremendamente dañinos calan en millones de personas con fines tanto económicos como políticos, hay una guerra de la que todos podemos ser víctimas en cuanto alcanzamos una mínima repercusión en los medios de comunicación tradicional o en las redes sociales, en cuanto somos percibidos como peligrosos para ciertos poderes políticos y económicos. Una guerra sucia judicial y mediática.

Técnicas similares a las empleadas contra ciertos partidos políticos y sus líderes también se utilizan para intentar minar la reputación o incluso destruir a organizaciones de la sociedad civil y sus dirigentes, con difamaciones, amenazas y denuncias falsas en los tribunales, utilizando como altavoz a expertos en la difusión de bulos en las redes y a todos los medios de comunicación posibles. O también recurriendo a silenciarles, convenciendo a los responsables de esos medios de que dejen de dar voz a sus reivindicaciones. De cancelarlos por completo, simulando que han dejado de existir.

En FACUA llevamos años pasando por todo eso. Hemos vivido cruentas campañas de difamación orquestadas por políticos, empresarios y mafiosos —a veces el mismo era las tres cosas a la vez—. Hemos sido objeto de todo tipo de amenazas, incluidas las de muerte. Hemos recibido denuncias en los tribunales absolutamente disparatadas, que nunca llegaron a nada pero que fueron utilizadas para intentar desprestigiarnos públicamente. Y llevamos años vetados en programas de algunas cadenas de radio y televisión que antes nos daban voz continuamente.

Cuando recibimos ataques desde tantos frentes, cuando una y otra vez alguien anuncia que va a hacer lo posible para destruirnos, solo nos cabe reaccionar como lo hemos hecho siempre. Seguir haciendo nuestro trabajo, seguir luchando contra los abusos de empresas y gobiernos e invitar a quienes amenazan con hundirnos a que se pongan a la cola.

Soy Rubén Sánchez y en ocasiones veo fraudes.