No hace mucho saltaba a los medios una noticia inquietante. Se había decidido hacer una nueva edición, revisada de los libros de Roal Dahl para adaptarlos a un lenguaje “políticamente correcto” o cosa parecida, porque se había detectado gordofobia, discriminación o misoginia. Tal cual.

No es la primera vez que pasa en esto tiempos tan contradictorios que nos ha tocado vivir. Hace un tiempo se hablaba de algo parecido en los libros de Enyd Blyton, libros como los de Los cinco que marcaron a toda una generación -entre la que me encuentro- y que nos inyectaron en vena un vicio que aun no hemos abandonado: el de leer.

También ha ocurrido con películas y series de televisión. Hace unas semanas, había quien ponía el grito en el cielo por la emisión en una cadena privada de una serie donde la protagonista, una mujer, se enamoraba de un niño de 15 años al que triplicaba la edad y era capaz de cualquier cosa por conservarlo a su lado.

A mí estas cosas me asustan. Y me asustan porque me recuerdan un tiempo no tan lejano, un tiempo donde la libertad de expresión no existía por ley y la censura imponía el imperio de la tijera castradora.

No me cabe duda de que los motivos sean diferentes, o al menos lo parezcan. Las dictaduras pretender eliminar de la luz pública todo lo que no sea conforme a su ideología, y la corrección política lo que pretende eliminar es todo aquello que no aparece objetivamente como un valor a resaltar. Pero los resultados pueden acabar pareciéndose tanto que no haya diferencias entre uno y otro tipo de censura, más allá del terreno de las intenciones.

Las historias son historias. Se puede contar todo, sea bueno, malo o regular, porque admitir que las historias solo versen sobre cosas positivas serían infantilizarnos en grado máximo. Y otro tanto cabe decir del lenguaje: no puede pasarse todo por una pátina de corrección política, sobre todo si la obra fue escrita en otro momento y otra realidad.

Olvidamos algo fundamental, el espíritu crítico. Debemos ser capaces de discriminar lo que está bien y lo que está mal, lo que es correcto y lo que no lo es de cualquier historia. No ha de venir papá estado para filtrarnos nada. Y todavía menos debemos admitir que no se nos cuenten historias de hechos negativos, de personajes deleznables, de actos depravados. Lo que no se debe admitir es que se normalice, ni que se haga apología, ni que se incite a odiar. Pero contar una historia no implica nada de eso. Es más, nos puede ayudar a crear nuestro propio criterio