Estamos a las puertas de una verdadera revolución económica, que el Gobierno presentará en un futuro Consejo de Ministros.

Sería la segunda revolución socialista en nuestra actual democracia. En los 80, Felipe González modernizó España, dejando atrás un pasado de país de segundo orden y haciéndole entrar en Europa como socio privilegiado. Hoy, Pedro Sánchez se plantea situar al país a la vanguardia de las nuevas tecnologías en el concierto europeo y mundial, centrándose en inversiones en I+D+i en todos los niveles.

El Gobierno, para desgracia de la portavoz del PP, Dolors Montserrat, se ha coordinado como pocas veces en la historia, para llevar a cabo un plan de equipo, denominado “Agenda del Cambio”. Y esa coordinación está liderada por la ministra de Economía, Nadia Calviño, hija del brillante abogado José María Calviño, ex director de RTVE, y poseedora de un currículum envidiable. Ni los más recalcitrantes opositores a Sánchez pueden obviar que quien ha sido, en la Comisión Europea, Directora General de Competencia, Directora General de Mercado Interior, Directora General del departamento de Servicios Financieros y Directora General de Presupuestos, está a la altura del cargo y del desafío de cambio.

El plan contempla la llegada de fuertes inversiones extranjeras en la economía real, calculadas en unos 400.000 millones de euros. Atrás queda el sinsabor del fiasco de las inversiones en energías renovables, que había logrado el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero y que Rajoy se encargó de dilapidar, presionado por las eléctricas, dejando de invertir y sacándose de la chistera el impresentable impuesto al sol. Así funciona la derechona, con planes que no pasan de las privatizaciones, bajada de impuestos a los ricos y mercado “autorregulado”.

El plan contempla la llegada de fuertes inversiones extranjeras en la economía real, calculadas en unos 400.000 millones de euros

El ambicioso proyecto de Sánchez va en el sentido opuesto, e incluye muchas de las medidas que tanto impacientan a quienes apoyaron la moción de censura, como la reforma laboral o la reforma educativa. Medidas que no podían ser aplicadas de forma desordenada, sino que tenían que formar parte de un plan, para que fueran viables.

La oposición, mientras tanto, se dedica a censurar los supuestos viajes “turísticos” del presidente a Davos, cuando la prioridad era Venezuela –increíblemente, eso decían-. Se ha puesto en el centro de la crítica a los desplazamientos en Falcon, una exigencia de seguridad que ni siquiera la decide el presidente. Ya se habla menos de gobierno okupa y pacto de perdedores, después de lo sucedido en Andalucía, pero no tardarán en volver a recurrir a ello, como si el pacto entre PP, Ciudadanos y Vox no hubiera existido.

Pedro Sánchez está señalando la luna y la oposición está mirando el dedo. Ladran, Sancho…