Que España es un país cruel y torturador no lo puede dudar nadie que tenga dos dedos de frente, a no ser que se sea tan patriota que se nublen las neuronas en la ceguera y en la estupidez, lo cual suele ocurrir. En realidad la especie humana es depredadora e incapaz, en una buena parte, de sentir compasión. Pero España se lleva la palma en lo que a crueldad se refiere. Buscar el origen de ello nos llevaría a escribir una tesis doctoral y ahora no ha lugar. Pero venimos del cristianismo y de la santa inquisición, la gran torturadora de la historia, y tenemos como “fiesta nacional” un espectáculo aberrante y sangriento en el que se tortura y se asesina a un bóvido asustado, acorralado e indefenso. Ésa es la dura realidad, por más que deformen el lenguaje y llamen a esa tortura “toreo” y a los mequetrefes torturadores (en palabras del gran Jesús Mosterín) los llamen toreros, cuando no, maestros, para más vergüenza y más inri.

Por tanto, en España no es nada fácil hablar de derechos animales, de empatía, de compasión o de solidaridad para con ellos, y más si tenemos en cuenta que escasea también la empatía hacia los humanos. Y no es nada fácil hablar de empatía porque España no es un país empático. ¿Cómo va a ser un país empático o solidario cuando, ya digo, nos siguen educando en el antropocentrismo, en el especismo y en el falaz creacionismo que nos inoculan desde la infancia, es decir, en la idea de que un dios creó a los animales para el servicio del hombre?

Soy muy consciente de que estos argumentos animalistas y antiespecistas en este país son más que políticamente incorrectos, inoportunos, molestos. Sé muy bien, como decía, que la empatía no es el fuerte de la sociedad española; al contrario, en España la psicopatía se difunde, se valora y hasta se premia. Pero también es verdad que cada vez más personas se hacen conscientes de todo ello y se espantan ante tanta tortura y tanto sufrimiento gratuito que generamos.

Soy muy consciente de que muchos españoles consideran una memez o un capricho de adolescentes el defender la dignidad de los seres vivos cuya vida nos enseñan sutilmente, los que se autoerigen como los defensores de la moral, que no vale nada. Pero, como en todo el mundo, también ha surgido un movimiento de consciencia y de empatía por el que muchos españoles, especialmente de las nuevas generaciones, están comprometidos con construir un mundo sin violencia y más justo para todos, incluidos ellos, los animales no humanos. Y tanto es así que ya hay muchos españoles, benditos españoles, que se hacen veganos porque deciden no alimentarse de nada que provenga del sufrimiento y del dolor de otras vidas.

Y soy consciente de que es utópico aspirar a que todo el mundo se haga vegano, aunque está demostrado que la carne genera agresividad y mútiples enfermedades, y aunque se sabe muy bien que la industria cárnica es una de las más grandes responsables del cambio climático y de la deforestación (según datos de la FAO, la ganadería produce casi un 20 % de los gases de efecto invernadero a escala mundial). Pero, puesto que ello es así, como mínimo tendríamos que exigir a empresarios y gobernantes leyes que controlen la contaminación que provocan y leyes que impidan el sufrimiento exagerado en el que viven, desde que nacen hasta que mueren, millones de seres vivos que sienten igual o más que muchos humanos.

La navidad, esa época en las que nos cuentan que es de paz y amor, es la época de más violencia para los animales. En los días previos a las fiestas son llevados al matadero en España casi tres millones y medio de corderos, y otros tantos de lechones, que son separados de sus madres de una manera traumática y feroz. La mayoría de ellos, como demuestran investigaciones de asociaciones animalistas como Igualdad Animal, mueren siendo conscientes y retorciéndose de agonía y de dolor; agonía y dolor que nos comemos. Un verdadero y monstruoso holocausto, como decía Schopenhauer; un holocausto que nos hace culpables del mayor daño moral de la humanidad.

Ya no se trata de no comer carne. Se trata de ir eligiendo opciones que limpien nuestras mesas de sangre y de sufrimiento. Hay cientos de posibilidades. Hay alimentos más sanos y más apetecibles. Y si se decide comer carne, al menos podemos intentar elegir aquélla que provenga de animales que han vivido en libertad, o, al menos, con un mínimo de dignidad. En el contexto de la reciente Cumbre del Clima en Madrid, se hace urgente y necesario hacerse consciente de la importancia de la reducción del consumo de carne, por muchos motivos, pero especialmente para frenar el terrible maltrato animal que se da en la industria cárnica, y también para salvar al planeta. Seamos conscientes, tengamos conciencia y pongamos nuestras mesas en estas fiestas sin sufrimiento animal; que la paz y el amor no sea una absurda mentira; que la paz y el amor sea un poquito verdad.