Antes de que los egos hicieran mella en ellos, en especial el del genio del celuloide aragonés, cuentan que García Lorca, Buñuel y Dalí, acuñaron un término curioso que quiero en este momento electoral bipolar, traer a colación. Ellos mismos, y luego lo aplicaron a otros y otras del grupo, se consideraban “Paletos Universales”. Se definían así por pertenecer a lugares periféricos de las grandes metrópolis del momento y llevar, además del hambre de conocimiento y experiencias,  por ser ciudadanos del mundo, la intención y el logro de sumar a ese cosmopolitismo sus conocimientos aldeanos, pueblerinos si se quiere, en el mejor de los sentidos, en el de costumbres ancestrales y populares que formaban parte de su acervo y podía enriquecer el ajeno. Esto, que podría ser sólo una anécdota atribuible al ingenio, en especial al de Federico al que se le endosa la ocurrencia y a la que se sumaron los otros dos, es algo más que una prueba de talento; es también una metáfora, una fórmula que podría ser válida en momentos de  identidades descompuestas, identidades inventadas, e identidades por reafirmar. Frente a las identidades que marcan las diferencias como señal de resta, de odio, de miedo, de disensión, habría que poner en valor aquellas que suman, que integran que añaden, que amplían los márgenes para que quepamos todos.

De nuevo este domingo nos enfrentamos a unos comicios. En esta ocasión unos comicios bicéfalos, en la mayoría de los sitios, pues se elige a nuestros representantes europeos y también a los municipales, y tricéfalo en otros, pues también concurren los representantes autonómicos.  Debería imponerse el modelo que suma y no el que resta, el que aporta lo característico e identificativo de cada lugar para añadir al resto, a lo local, lo autonómico, a lo nacional y a la Europa que se tambalea.  Este 26M debería imponerse un modelo sumativo aunque, me temo, a tenor de lo que sucede en nuestro país, que las partisanías y facciones van a seguir desmembrando lo que debiéramos ser en aras de intereses personales, a veces minúsculos, más cercanos a la catetería del terruño que al paletismo universal que promulgaban las figuras más importantes de nuestra edad de plata de la cultura española.

Las banderas, los lazos, las proclamas, se han convertido en cadenas, en venenos, en ataduras con las que agredir al del enfrente y no en símbolos, en metáforas de unión ante los retos que como sociedad y países democráticos tenemos. No es una cuestión única y exclusiva de España, desgraciadamente, enrocada en el asunto de Cataluña. Europa también se desangra por los cuatro costados de las puñaladas secesionistas, con el Brexit, con La liga Norte en Italia, y otros movimientos secesionistas de fuerte carga nacionalista. La integridad de Europa esta minada ante la falta de una política común real frente a los temas prioritarios, como referente internacional, como la inmigración, en el que los derechos humanos han dejado de importar, y se han impuesto la sinrazón, la insolidaridad y los intereses personales, a una política común y referencial. De todo esto hace su agosto el populismo, la última prueba el populismo corrupto de Austria que ha llevado a la ruptura de gobierno y la convocatoria de elecciones, y que otros personajes bufonescos, u hombres de paja de intereses del señor Putin, aparezcan como nuevas piezas en un tablero donde las reglas ya no sirven para jugar todos. La Guerra fría, ya lo dije en algún artículo anterior, no acabó, sólo se ha metamorfoseado en una forma más sutil y cibernética. Los dos grandes bloques, liderados por tarados peligrosos, hacen su agosto ante la pérdida de peso de una Europa que pudo retomar su papel de relevancia internacional. Es verdad que en España la derecha anda matándose entre sí, proclamando su centrismo de pronto, mientras la extrema derecha ha conseguido sentarse en el templo de la democracia española que debiera ser el Congreso de los Diputados. Tampoco concibo que aquellas fuerzas que no respetan la legalidad vigente ni la Constitución estén representadas, pero forma parte de la grandeza, y también de los resquicios y fisuras de nuestro sistema. Yo quiero seguir apostando por el hombre, apostando por lo que suma, apostando por lo que amplía y no desgaja, mas como escribió el poeta de Granada: “Pero yo ya no soy yo,/ni mi casa es ya mi casa./Dejadme subir al menos/hasta las altas barandas,/¡dejadme subir!, dejadme/hasta las verdes barandas./Barandales de la luna por/donde retumba el agua.”