A pesar de que en estos momentos tal vez pueda sentirme más gramsciano que nunca, por aquella tan citada frase del gran teórico marxista italiano Antonio Gramsci -“frente al pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad”-, lo único que se me ocurre después de presenciar la tercera, última y por suerte definitiva jornada del pleno de investidura presidencial de Pedro Sánchez es poco menos que un comunicado militar: “Sin novedad en el frente”.

Aunque todas las derechas ultranacionalistas han ejercido toda clase de juegos sucios e innobles, con no pocos indicios incluso de conductas delictivas, o como mínimo claramente antidemocráticas, la votación final ha dado el resultado que estaba previsto -sobre los 350 diputados presentes, 167 votos a favor de la investidura del candidato socialista, 165 en contra y 18 abstenciones-, por lo que, finalmente, Pedro Sánchez ha sido elegido presidente del Gobierno de España. A la espera de los trámites preceptivos y de la configuración del nuevo consejo de ministros, se abre en nuestro país una etapa nueva que no tan solo acaba con el bloqueo institucional y político de estos últimos meses sino que estrena un gobierno de coalición progresista que cuenta con el apoyo activo de solo 167 parlamentarios, el apoyo pasivo de otros 18 diputados y la oposición radical y extrema de los restantes 165.

Tan radical y extrema es esta oposición que en su gran mayoría considera que tanto el presidente Pedro Sánchez como su futuro gobierno y la inestable y débil mayoría parlamentaria en la que deberá apoyarse durante esta nueva legislatura no tiene ni tan siquiera la más mínima legitimidad democrática. Así son de sociópatas las extremas derechas ultranacionalistas de nuestro país: su respeto a las más elementales leyes y normas democráticas salta por los aires cuando no son ellas las que ganan las elecciones. Y como estas derechas tan extremas y tan ultranacionalistas llevan perdidos tantos comicios, uno tras otro, ahora se lanzan al monte de la muy desleal oposición.

Ningún parlamentario socialista ha roto la disciplina de voto. Tampoco lo ha hecho ninguno de los diputados de UP ni de ninguna de sus confluencias, leales unos y otros al pacto de coalición progresista suscrito por sus formaciones. Los parlamentarios del PNV, así como los de +P, NC, TE y BNG: 167 votos a favor. Han votado también según lo esperado todos los diputados restantes: los de PP, Vox, C’s, NS, CC y PRC se han mezclado con los de JxCat y CUP, rara mezcla que ha sumado los 165 sufragios contra la investidura. Y los otros 18, los de ERC y EHBildu, han sido las abstenciones. Era lo esperado, aunque no lo deseado por aquellos que de forma tan persistente, aunque nada convincente, hasta el último instante han intentado torcer la libre voluntad popular expresada democráticamente por la ciudadanía española en las urnas.

Sin novedad en el frente, como ya dejé escrito. ¿Cuál es ahora el paisaje después de la batalla? Entre la ilusión y la esperanza, por un lado, y por el otro la desolación y la pena. Regreso a Gramsci y su célebre frase: “frente al pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad”.

Recuerdo al añorado amigo Juan Goytisolo y su libro “Paisajes después de la batalla”, que publicó en el ya lejano 1982 con bellas ilustraciones de Eduardo Arroyo. Después de esta dura, durísima batalla parlamentaria de estos últimos días, el paisaje, a pesar de todos los pesares, invita e incita a la esperanza. Al menos a los demócratas de verdad. No tan solo a los ciudadanos progresistas y de izquierdas. A todos los demócratas.

Por ello me permito cerrar este artículo, no sin emoción, reproduciendo en su integridad un poema del también añorado Jaime Gil de Biedma que, como tantos otros, yo mismo he citado solo parcialmente. La ocasión bien se lo merece.

¿Y qué decir de nuestra madre España,/ este país de todos los demonios/ en donde el mal gobierno, la pobreza/ no son, sin más, pobreza y mal gobierno/ sino un estado místico del hombre,/ la absolución final de nuestra historia?/ De todas las historias de la Historia/ sin duda la más triste es la de España, porque termina mal. Como si el hombre,/ harto de luchar ya con sus demonios,/ decidiese encargarles el gobierno/ y la administración de la pobreza./ Nuestra famosa inmemorial pobreza,/ cuyo origen se pierde en las historias/ que dicen que no es culpa del gobierno/ sino terrible maldición de España,/ triste precio pagado a los demonios/ con hambre y con trabajo de sus hombres./ A menudo he pensado en esos hombres,/ a menudo he pensado en la pobreza/ de este país de todos los demonios./ Y a menudo he pensado en otra historia/ distinta y menos simple, en otra España/ en donde sí que importa un mal gobierno./ Quiero creer que nuestro mal gobierno/ es un negocio de los hombres/ y no una metafísica, que España/ debe y puede salir de la pobreza,/ que es tiempo aún para cambiar su historia/ antes que se la lleven los demonios./ Porque quiero creer que no hay demonios./ Son hombres los que pagan al gobierno,/ los empresarios de la falsa historia,/ son hombres quienes han vendido al hombre,/ los que le han convertido a la pobreza/ y secuestrado la salud de España./ Pido que España expulse a esos demonios./ Que la pobreza suba hasta el gobierno./ Que sea el hombre el dueño de su historia”.