Por más vueltas que le doy al asunto, siempre llego a la misma conclusión: quienes dirigen nuestro destino, quienes toman decisiones que nos afectan de manera directa no tienen absolutamente nada que ver con nosotros. En mi experiencia, tanto en política como en otros ámbitos profesionales, he podido conocer los perfiles de quienes se encuentran ocupando cargos de responsabilidad: tanto institucional como empresarial. En casi todos los casos (salvo honrosas y honradas excepciones), he tenido siempre la misma sensación: viven en otro mundo. 

Es complicado que defiendan con pasión nuestros políticos los intereses de quienes conformamos la mayoría del país que deben gobernar. De hecho, sería quizás más acertado pensar que se dedican a contentar a quienes en realidad les "ponen o les quitan" que no solemos ser nosotros, aunque se empeñen en hacernos creer que sí. Porque en realidad, nuestros "representantes" políticos dependen más bien de los intereses de terceros a los que no conocemos, aunque intuyamos su existencia. Grandes corporaciones, grandes empresarios, profundos bolsillos. Y en base a los intereses de aquéllos se legisla, se enmienda o desenmienda.

Entender esto es fundamental para darnos cuenta de que, en realidad, nuestra democracia es más bien un escaparate. Donde nos muestran lo que se supone que tenemos, lo que se supone que deseamos tener, pero que, en realidad, no podemos tocar, y ni siquiera nos afecta si no podemos comprarlo. Y, además, si conseguimos acceder, traspasar el cristal de la vitrina, podremos comprobar como tampoco es como nos lo pintan. 

A nadie se le escapa que estamos viviendo un momento de tensión social de máxima envergadura. Los cambios son necesarios, pero se hacen complicados a la hora de ser abordados. Estoy segura de que quien realmente manda tiene una agenda, que nosotros (el común de los mortales) no podemos conocer, pero que sin lugar a dudas nos tiene muchas sorpresas (desagradables) preparadas. 

Saben de sobra que han vaciado la hucha de las pensiones. Y se preocupan por desviar nuestra atención a otras cuestiones, haciéndonos creer que nos va la vida en ello (como el asunto de Cataluña), cuando en realidad, lo que está sucediendo es que nos están robando. Tal cual. Porque el dinero que le quitan a nuestros pensionistas es dinero que les pertenece (a los que han pasado su vida cotizando). Nos tratan de hacer creer que se trata de una ayuda, una subvención por cortesía del Estado, y no es verdad. Porque lo único cierto es que las pensiones públicas son un tipo de ahorro, de inversión, que se hace destinando parte de los salarios, o sea, del dinero de cada uno y de cada una, para tener unos ahorros el día en que se deje de trabajar. Y ahora, resulta que cuando toca darlo, no está. ¿Dónde está? ¿Quién se ha fundido el dinero que debía ser destinado a las pensiones? Esa es la cuestión. 

¿Por qué se empeña el gobierno en hacer promoción de los planes de pensiones privados? Porque necesita volver a salvar a la banca, una y otra vez. Como si no fuera poco el dinero público que ya se le ha entregado a quienes han demostrado haber obtenido beneficios durante nuestra crisis. 

Es tan aberrante lo que está sucediendo, tan bestial, que no comprendo cómo no salimos TODA la sociedad española a acompañar a los pensionistas en sus exigencias tan justas y tan necesarias. Porque nos han tomado el pelo a todos, han destrozado el contrato social, y nos han vendido: con nuestro dinero, el de cada ciudadano y ciudadana, han salvado a sus colegas, a los grandes empresarios, a la banca, para que sigan amasando fortuna mientras aquí no llegamos a fin de mes precisamente a causa de pagar las facturas que, una vez más, debemos pagarles a esos oligopolios. Es un círculo vicioso. Y si no me creen, busquen las declaraciones recientes de un responsable del Gobierno, cuando decía que los pensionistas que tienen ya sus viviendas pagadas, en realidad, deberían contabilizar en su haber como patrimonio estos bienes inmuebles, y deberían sumarlo a su pensión.... Sí, porque ahora resulta que todo lo que tenemos parece ser que les pertenece a ellos, que disponen y consideran cuánto poder adquisitivo podremos o no tener. Eso sí, mientras tanto, ellos se dedican a blindar sus propias pensiones, desde sus posiciones privilegiadas (a las que acceden con el cuento de decir que nos representan). 

No, no nos representan. Porque no somos como ellos: no cobramos sus sueldos, no tienen la presión que la mayoría de la ciudadanía tenemos, ni han de contribuir con impuestos como nosotros lo hacemos (la proporción del esfuerzo que ha de hacer un ciudadano medio no es comparable a la que han de hacer quienes nos obligan a cumplir). Esto está desequilibrándose demasiado y estamos empezando a descubrir ya que nos llevan tomando el pelo demasiado tiempo. 

O nos unimos o nos terminan de comer. Porque ya han empezado a hacerlo. 

Mañana es un buen momento para salir a la calle, junto a nuestros pensionistas. Porque lo que ellos exigen, que es suyo, también es nuestro: el derecho a que el sistema sea justo y cumpla con su parte del contrato. Nosotros trabajamos, aportamos nuestros impuestos y nuestras cotizaciones y necesitamos un Estado que responda y no nos robe. Sin más.