Asumido que reducir nuestros residuos es mucho más importante que reciclarlos. Aceptado que el mejor residuo es el que no se genera y que lo primero que debemos hacer para reducir nuestras basuras es evitar los envases y envoltorios superfluos, ¿por qué nos lanzamos desesperadamente a envolverlo todo cuando llega Navidad?

Porque, aunque estemos de acuerdo en que la esencia del regalo es el envoltorio, también deberíamos estarlo en que ese envoltorio es la cosa más superflua del mundo, pues apenas cae en nuestras manos se convierte en residuo.  

Abusar del envoltorio de regalo contribuye a inundar los vertederos y colmar las incineradoras con materiales mixtos que en su mayor parte no se pueden reciclar. Además, aún en el caso de que fuera posible reciclarlos, los contenedores urbanos deberían multiplicarse por 10 para dar cabida a tanto envoltorio desechado en época navideña.

Uno de los paradigmas del envoltorio superfluo es el del perfume de alta cosmética. Resulta que lo que estamos comprando son 50 ml (mililitros) de eau de parfum que hay en el interior del frasquito.

Un líquido que apenas llenaría una tacita de café pero que sin embargo viene envasado en un botellín de grueso cristal, tapado con una cápsula de plástico a menudo más grande que el propio botellín, todo ello protegido por un cartón ondulado, un cartón que se inserta a su vez en el interior de una cajetilla de cartulina gruesa, envuelta finalmente por una película de plástico. Pero eso no es todo.

La costumbre de envolver los regalos de Navidad cuantas más veces mejor es absolutamente insostenible: desde un punto de vista medioambiental 

Porque al ir a pagar pediremos que nos lo envuelvan para regalo, por lo que al exceso de envasado del producto se le añadirá el del comercio: una capa de papel de celofán, varios trozos de cinta adhesiva, un lazo, un brillante adhesivo del tipo “Felicidades” o “Espero que te guste” que nos entregarán en una sofisticada bolsa de regalo diez veces más grande que la cajetilla del perfume cerrada con otro lazo.

Estamos de acuerdo en que el regalo es fantasía, en que la ilusión y el misterio de desenvolver son la parte esencial de la emoción que nos produce recibir y entregar un obsequio. Por supuesto que un regalo entregado sin envolver no genera el mismo efecto. Todo eso es cierto.

Pero, aunque esta reflexión pueda parecer fuera de lugar en unas fechas tan señaladas y aunque nos pueda resultar incómodo aceptarlo, lo cierto es que la costumbre de envolver los regalos de Navidad cuantas más veces mejor es absolutamente insostenible: desde un punto de vista medioambiental y desde el más elemental sentido común.