Lo han asesinado. El embalse de Ricobayo, donde se remansa el Esla, ese río esbelto de truchas que baja caudalosamente desde León, es un cadáver. Le han pegado dos tiros en su sien de agua. Murió hace tres meses.

Desde entonces, el embalse zamorano, en vez de desembocar en el Duero y en los grifos de la gente, desagua en los bolsillos centrípetos de Iberdrola, que acalló, en los años treinta del siglo XX, la voz de los campesinos con cuatro duros y expropiaciones para comprar el derecho a inundar sus trigales y sus casas, y montar aquí, en este cuajarón de Zamora, la presa de Ricobayo, donde el Esla se convierte en una orgía de megavatios hora.

Se nos comió el jamón y en el morral nos cagó, dicen los rétores de mi pueblo. Pues muy poco, efectivamente, devuelve la hidroeléctrica a Zamora de lo mucho que se lleva de ella, empezando porque la compañía tributa en el País Vasco. Algunos zamoranos se preguntan, socarronamente, si se habría atrevido a perpetrar allí arriba, entre boinas euskaldunas e ikurriñas peleonas, el crimen cometido en Zamora.

Porque hoy el embalse de Ricobayo, a solo un 11% de su capacidad, es un costillar de piedra. Sus aguas caben en un puchero. En tres meses, Iberdrola lo ha ido vaciando para, aprovechándose de la subida de la luz, generar energía a muy bajo coste y venderla al precio de la producida con gas. Algo así como vender un Clio al precio de un Ferrari.

En cambio, casi todos los demás embalses de la cuenca del Duero superan la mitad de su capacidad y algunos incluso merodean el 90%. Pero el de Ricobayo es muy rentable económicamente, quizá el que más. Y mientras los pueblos de los alrededores de la presa se africanizan y se quedan sin agua y deben asistirlos camiones cisterna —Zamora es la Somalia del noroeste—, el chiringuito eléctrico de Sánchez Galán talibaniza sus beneficios. “Escandaloso”, juzgó el otro día la ministra Teresa Ribera, que prometió —veremos— una investigación.

Y es cierto que es un escándalo, pero eso es lo que tiene privatizar todo lo privatizable y legislar en favor de las grandes empresas, que no otra cosa es lo que llevan haciendo el PP y el PSOE desde que el mundo es mundo. ¿Para cuándo una compañía eléctrica estatal como las que poseen Francia, Canadá, Holanda, Suiza, Estados Unidos o Japón? Según la poco bolivariana OCDE, hay pruebas fehacientes de que eso abarataría el recibo de la luz.

Tengo dos cuarterones de sangre zamorana. Conozco Ricobayo, que era, hasta ayer, la Escandinavia de la comarca de la Tierra del Pan. Por su paisaje cruzaba un olor a jaras y a fiordo noruego. Le inventaban esa sugestión nórdica las aguas del Esla, cuando aún vivían en el embalse, que se arqueaban y se doblaban como un dragón contorsionista y líquido en los meandros, bajo las peñas del monte, lleno de árboles y piornos. Aquel paisaje, hecho de agua y silencio, producía una gran paz. Era una especie de lexatín sin receta médica.

Y era bonito y triste también acordarse de los que seguían viviendo allí como en un acuario, entre las algas y las piedras, escardando las viñas, agarrando la esteva del arado o vigilando el puchero en la lumbre mientras los niños, en la escuela, recitaban la tabla del nueve, qué difícil, y dibujaban, en sus cuadernos remolones, garabatos azules, que eran los ríos de España. Porque, aunque tuvieron que marcharse a otras tierras cuando les vaciaron sus pueblos para llenar el embalse, los muertos que se resistieron a morir continuaron viviendo en las calles submarinas de San Pedro de la Nave, de La Pueblica, y los gallos porfiaban en celebrar con su quiquiriquí acuático y mitinero el sol de cada día desde las bardas escénicas de los corrales, indiferentes, como los lugareños, a lo que ocurría en la superficie del agua.

Y, sin embargo, hoy no queda nada. Hasta los muertos se han marchado. Hoy solo hay en Ricobayo polvo y el color marrón de la tierra cuarteada. Y el responsable de este holocausto es Iberdrola, una empresa que se cacarea sostenible y, más que verde, verdérrima. Pero que solo busca el beneficio de sus accionistas y no duda en recurrir al terrorismo medioambiental para conseguirlo. Pues, en realidad, nada le importan los peces, la flora, la biodiversidad, los ecosistemas o la “eutrofización de las aguas por el rápido crecimiento de algas”, como denuncia Ecologistas en Acción de Zamora. Todo vale con tal de cumplir con rigorismo los mandamientos de las tablas de la ley capitalista. A la multinacional vasca tampoco la avergüenza demasiado la ruina de los pequeños negocios que, con taquicardias y mil sacrificios, algunos han montado en las playas fluviales de Ricobayo (si en España ya es difícil sobrevivir, en Zamora, una de las provincias más despobladas, lo es el triple).

¿Y la Confederación Hidrográfica del Duero? ¿Y los políticos centrales, locales, autonómicos? Pues al dolce far niente, o sea, a lo suyo. Solo unos cuantos alcaldes de Zalamea y un puñado de resistentes le han plantado cara a Iberdrola. Su rabia y sus escritos ya están en la mesa del Defensor del Pueblo, en los juzgados, en la Unión Europea.

Las aguas periodísticas se removerán durante unos días más en los titulares, y luego, bruscamente, el olvido. Pero yo quiero grabar en letras de piedra mi acusación: Iberdrola ha asesinado a Ricobayo. Zamora solo tiene lo que le han quitado.