El 17º Congreso Autonómico del PP andaluz ha sido todo un ejercicio de autocomplacencia. Moreno Bonilla ya no gobierna: se celebra a sí mismo. El presidente andaluz ha convertido la cita de su partido en un acto de reafirmación personal, una demostración de poder interno y de control absoluto sobre una formación sin debate ni disidencias. Mientras tanto, Andalucía se hunde en una crisis de servicios públicos que su Gobierno ni reconoce ni afronta.
San Telmo vive ajeno a la realidad. La Andalucía que dibuja Moreno Bonilla desde los escenarios del PP no se parece en nada a la que padecen los ciudadanos: hospitales saturados, aulas masificadas, jóvenes sin oportunidades y miles de personas mayores esperando una ayuda de dependencia que nunca llega. Su congreso ha sido la foto perfecta de un partido encerrado en su burbuja, más pendiente de los aplausos que de los problemas reales de los andaluces.
Ganar con el 99,95% de los votos no es una muestra de fuerza, sino de miedo. En el PP andaluz nadie se atreve a contradecir al líder. Y cuando nadie cuestiona nada, el poder se vuelve ciego. En la derecha lo saben bien: quien se atreve a decir la verdad, como hizo Casado, acaba fuera. Moreno Bonilla ha logrado el silencio interno que siempre quiso, pero al precio de perder el contacto con la calle.
Y en la calle, la realidad es otra. Mientras Moreno Bonilla decía sentirse orgulloso de su gestión sanitaria en plena crisis por los cribados de cáncer, miles de personas se manifestaban en las ocho provincias andaluzas por una sanidad pública digna y de calidad.
Médicos, enfermeras, pacientes y familias enteras tomaban las calles y las plazas exigiendo más recursos, menos listas de espera y una atención primaria que funcione. Mientras la gente gritaba “la sanidad no se vende, se defiende”, el PP aplaudía a su presidente como si nada pasara. Lo mismo que, hace unas semanas, hizo con Mazón en Valencia: ovación interna mientras fuera se acumulaba la indignación.
Ese contraste lo dice todo. Moreno Bonilla puede controlar su partido, pero no puede tapar el malestar creciente en Andalucía. Ha convertido su congreso en un mitin interno para pedir votos, sin dedicar un solo minuto a los problemas que más preocupan a los ciudadanos. Ni una palabra sobre los errores en los cribados de cáncer que siguen alarmando a miles de mujeres y que incluso ha costado vidas. Ni una propuesta para aliviar el colapso de las urgencias o las listas de espera, ni un gesto hacia la educación pública o la dependencia.
Su discurso es cada vez más previsible: todo va bien, salvo lo que depende de Madrid. Pero la realidad se impone. Las familias lo viven cada día cuando tienen que madrugar para conseguir una cita en atención primaria, cuando los profesores no dan abasto en aulas con ratios imposibles o cuando una persona dependiente muere esperando una ayuda que nunca llega.
Incluso cuando habla de los jóvenes, lo hace desde la propaganda. En el congreso prometió “más oportunidades para acceder a la vivienda”. Ocho años lleva como presidente de la Junta de Andalucía y la situación solo ha empeorado. Los jóvenes andaluces son expulsados de sus ciudades porque no pueden ni alquilar ni comprar un piso. Si de verdad quisiera actuar, aplicaría la Ley de Vivienda estatal y declararía “zonas tensionadas” para bajar los precios del alquiler, como ha hecho Cataluña con buenos resultados. Pero no lo hace: prefiere mirar a otro lado y culpar al Gobierno de la Nación.
Decir que Andalucía “nunca ha tenido mejores servicios públicos” es un insulto a la inteligencia de los ciudadanos. La sanidad está colapsada, la educación se deteriora curso tras curso y la dependencia sigue paralizada. Solo mejora un sector: el privado. Las listas de espera públicas empujan a miles de andaluces a contratar seguros o pagar clínicas. Esa es la verdadera política de Moreno Bonilla: debilitar lo público para fortalecer el negocio de unos pocos.
La euforia interna del congreso contrasta con las señales externas de desgaste. La última encuesta de 40dB para El País y la Cadena Ser situaba al PP andaluz como tercera fuerza política. Muchos en el entorno del presidente intentaron minimizarla, pero el dato es revelador: el supuesto “modelo andaluz” empieza a resquebrajarse.
Cada vez son más frecuentes las protestas y los abucheos. Moreno Bonilla ya apenas asiste a actos que no estén controlados. Las pintadas por la sanidad pública se multiplican en las calles. El malestar se nota en los hospitales, en los colegios, en los barrios. Andalucía está cansada de los discursos vacíos y las fotos impostadas.
Y mientras tanto, el PP nacional tampoco atraviesa su mejor momento. La dimisión de Mazón en Valencia, la sumisión de Feijóo ante Abascal y la sensación de un partido sin rumbo dañan la marca del PP en todo el país. El desgaste se contagia, y Moreno Bonilla lo sabe. Por eso, en los últimos meses ha empezado a lanzar guiños a Vox en Andalucía, intentando mantener abierta esa vía por si el PP necesita su apoyo en el futuro. No hay que olvidar que fue él quien primero abrió la puerta a la ultraderecha en nuestro país.
El presidente andaluz intenta vender moderación, pero su discurso suena cada vez más vacío. No hay nada más radical que recortar en sanidad, deteriorar la educación pública y dejar sin atención a los dependientes. Decir que “el PP ha hecho más que nadie por los servicios públicos” es tan falso como decir que Mazón fue el presidente más cercano a las víctimas de la DANA. Son frases hechas que solo convencen a quienes ya aplauden sin pensar.
Moreno Bonilla vive en una burbuja. Decir que la sanidad es el ámbito que más ha mimado desde que llegó al Gobierno es un insulto a los más de dos millones de andaluces en lista de espera, a los que acuden a urgencias colapsadas o a los que hacen cola de madrugada para conseguir una cita. Esa es la Andalucía real, la que no aparece en los discursos ni en las fotos del congreso.
Mientras el PP aplaude, los andaluces esperan. Esperan un Gobierno que escuche, que actúe, que proteja. Un Gobierno que piense en la ciudadanía antes que en la propaganda. Pero Moreno Bonilla ha elegido otro camino: el de los congresos sin debate, los porcentajes irreales y los discursos que suenan a autoelogio.
El 17º Congreso del PP andaluz no ha sido un punto de partida, sino un síntoma: el síntoma de un poder que se mira al espejo y no se reconoce. Porque mientras el presidente se felicita a sí mismo, Andalucía estalla. Y cada aplauso que recibe dentro del partido suena fuera como un eco de indiferencia ante los problemas de la gente.
Miguel Ángel Heredia Díaz