La reflexión que ha hecho el ministro de Unidas Podemos Alberto Garzón sobre las macrogranjas en una entrevista al periódico The Guardian podría haberla hecho cualquier ministro socialista de cualquier Gobierno de izquierdas de la Unión Europea.

El error de Garzón ha sido el mismo que en otras ocasiones: su imprudencia al esforzarse en representar con pincel fino una realidad que sus adversarios pintan con brocha gorda, la misma que están utilizando para trivializar, deformar y falsear las palabras del ministro de Consumo.

Estamos en tiempos de brocha gorda. El último y más escalofriante ejemplo de ello es ese 70 por ciento de votantes republicanos que consideran que Joe Biden le robó las elecciones a Donald Trump: solo la preeminencia brutal de la brocha sobre el pincel puede explicar que una mentira de esas dimensiones sea creída por tantos millones de personas.

A raíz de lo dicho por el ministro se han producido dos escándalos encadenados, y ninguno de ello son las palabras de Garzón. El primer escándalo ha sido la reacción de las derechas y los ganaderos y el segundo ha sido la reacción del presidente del Gobierno de España. Es cierto que Pedro Sánchez no ha hablado, pero las dóciles ministras que lo sí han hecho estaban sin ninguna duda siguiendo las indicaciones de la Moncloa.

Por segunda vez, el presidente no está siendo leal con su ministro comunista; ya ocurrió cuando Garzón defendió un consumo moderado de carne y Sánchez, imitando al Aznar que proclamaba jactancioso que a él nadie iba a decirle si podía o no podía beber vino antes de conducir, salió diciendo que donde se pusiera un buen chuletón al punto…

Un presidente tiene que amparar y ser solidario con sus ministros, salvo que estos cometan un error, una falta y no digamos un delito de imposible justificación, en cuyo caso ellos mismos deben presentar su renuncia sin dilación.

No es el caso de Garzón. Su defensa de la agricultura extensiva y su recordatorio de que las macrogranjas producen carne de peor calidad, son altamente contaminantes y maltratan a los animales no son afirmaciones controvertidas sino meras obviedades que desde hace mucho tiempo forman parte del consenso político, científico, ecológico y alimentario de la Unión Europea.

Garzón ha podido pecar de imprudente, pero Sánchez ha pecado de desleal. En política, la imprudencia es un pecado venial; la deslealtad, un pecado mortal. El calculado desapego del presidente con un ministro necesitado de su defensa afea y enturbia su imagen. Sánchez tiene fama de político frío, pero esta vez la frialdad ha degenerado en hielo. Los políticos fríos no espantan votantes; los políticos de hielo, sí.