¿Por qué será que cuando hay una buena noticia viene alguien y la fastidia? La decisión del presidente de la Sala III del Tribunal Supremo, el magistrado Luis María Díez Picazo, al replantear la sentencia de su Sección Segunda, que decidió que sean los bancos quienes paguen los gastos de firma de las hipotecas, es una de esas situaciones que primero alegran a los ciudadanos para, después, sumirles en la pesadilla de desconfiar en la Justicia.

“Es intolerable que una sentencia de la Sala III del Tribunal Supremo, velando por los intereses de la ciudadanía, se vaya a revisar por los intereses de la banca”, así se expresaba en redes sociales la asociación judicial, Jueces y Juezas para la Democracia. Como expresa este colectivo progresista, tras el pasmo inicial, en todos los ámbitos cundió la sospecha indignada.

La reacción de Díez Picazo requiere alguna explicación ya que ha optado por algo que no es baladí. Paraliza los recursos pendientes sobre este asunto, aun cuando ya tuvieran establecida fecha de revisión, lo que afecta a miles de españoles. No olvidemos que el Tribunal Supremo crea jurisprudencia y que, por tanto, la opción final que se adopte en cualquier sentido tiene una importancia crucial. Los 31 magistrados del pleno de esta Sala de lo Contencioso debatirán ahora qué hacer.

La reacción de Díez Picazo requiere alguna explicación.

Hasta la fecha, lo único que oficialmente ha argumentado  Díez Picazo es la “enorme repercusión económica y social de esta sentencia”. Y así es. Es cierto también, como ha dicho este magistrado, que ello supone “un giro radical” en el criterio que hasta ahora aplicaba el alto tribunal.  Claro que lo es: hasta ahora el ciudadano era el que tenía que abonar de su bolsillo este gasto, pero actualmente según la sentencia le correspondería pagarlo a los bancos. Lo sorprendente es que la alarma se encienda precisamente cuando son las entidades bancarias las afectadas y que, hasta ahora, la Justicia se haya preocupado menos de los usuarios.  Pero, estamos acostumbrados a que se mime a los bancos como al hijo pródigo, hagan lo que hagan. No olvidemos el rescate a la banca en plena crisis, de cuya devolución nunca más se supo.

En consecuencia, se teme que la sala III del Tribunal Supremo haga justicia reiterando que las cosas hay que dejarlas como están y, de paso, suelte un buen rapapolvo a los jueces que dictaron tan atrevida sentencia.

Como todo el mundo sabe, cuando se toca el bolsillo de los poderes fácticos es mejor que la jurisprudencia y los criterios permanezcan como estaban.