Yo no sé si se deberá a la ola de calor, a los efectos secundarios de cierta pastillita azul en la sangre real, o a un ejercicio más de soberbia borbónica del cada vez más demérito Rey Juan Carlos. Mientras su hijo y actual jefe del estado español Felipe VI, sacaba la cara por él en Marivent, asegurando que el anterior monarca no podría asistir a la regata en su honor en Palma de Mallorca, por una cuestión de salud, éste lo dejaba en evidencia, ostentosamente, con una cena pública y publicada. "Mi padre está fastidiado porque tenía muchas ganas de venir a Palma. Los médicos le aconsejaron no moverse mucho", aseguró entonces el rey, tras ser preguntado por los periodistas, en lo que todos sabíamos un enjuague real. 

Poco después Don Juan Carlos aparecía en una cena de amigos, bebiendo una copa de vino, dos días antes de su presunta baja. Al antiguo monarca le acompañaban el exministro socialista Javier Solana y el empresario Plácido Arango, junto a sus respectivas mujeres y la empresaria Alicia Koplowitz. Dicen los especialistas en sociedad que, el lugar elegido, la mesa elegida, era la más visible y cotizada de un restaurante de altos vuelos de la que es asiduo el abdicado, reservado mediante. Es decir que, aquella cena, no era para pasar, ni mucho menos, inadvertido. ¿Quiere decir esto que el cada vez menos “Emérito” quería desafiar y poner en un compromiso al actual rey? Todo apunta a que sí, en lo que demuestra una falta de profesionalidad y soberbia real que pone en peligro la propia institución que durante tantos años ha representado.

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 La publicación de las fotos del encuentro destaca la complicidad entre Juan Carlos y Koplowitz, quienes llegaron "a cogerse las manos durante varios momentos de la cena". Es cierto que Alicia Koplowitz no es una falsa princesa de opereta germano-danesa, pero también que, ciertos círculos de poder económico, como el representado en esa cena, son endógamos por intereses de poder evidentes. También conocemos que, la amistad, no sabemos si “entrañable” o por desentrañar,  de Koplowitz y el Borbón viene de largo; estuvo incluso invitada en las exequias de Don Juan, Conde de Barcelona, y que, satisfechas sus ambiciones empresariales y políticas, en las que demostró astucia e inteligencia, siempre ha tenido veleidades de grandeza de España.

Ya sabemos que el rey las prefiere rubias, parafraseando la película de la Monroe, pero, bromas aparte, también sabemos que hay gestos que no son casuales en alguien que ha detentado el poder y representación de la primera institución de nuestro estado. Si es un signo de chocheo real o demencia senil, alguien debería retirarlo, discretamente, a algún palacete de invierno. Si por otra parte, y aún peor, es un desafío a su hijo y jefe del Estado, un acto de borboneo afeado a su hija la Infanta Cristina y llevado al extremo por él, deberían tomarse medidas más rotundas, sin evitar que aclarase las grabaciones y supuestos negocios turbios con Corinna. No le arriendo la ganancia a Felipe VI porque, con familiares como los suyos, tanto va el cántaro a la fuente que acabará en República.