La prueba de que las viejas heridas no están cerradas, es la reacción de los nostálgicos al anunciarse la exhumación de Francisco Franco. Ocultan sus simpatías por el régimen franquista detrás de excusas absurdas, de mentiras y de manipulaciones. Pretenden que creamos que es un tema superado, simplemente, porque Franco está en donde ellos quieren, en su mausoleo. Pero el Consejo de Ministros ya ha iniciado el correspondiente trámite.

El mantra al que se han abonado incluye el enaltecimiento de la figura del dictador, atribuyéndole logros sociales, económicos y políticos ficticios. Los preferidos son la creación de la Seguridad Social, las vacaciones pagadas y el sistema de pensiones o la fundación de Iberia y Telefónica. Y, por supuesto, sin olvidar los pantanos. Mentiras y de las buenas, que hoy están siendo destapadas en periódicos y redes sociales.

También afirman que Franco “nos metió en la ONU, lo que demuestra que fue reconocido como jefe de Estado desde 1939”. Lo cierto es que la ONU fue fundada en 1945 y no fue sino hasta diez años después cuando Estados Unidos, a cambio de bases militares en territorio español, apoyó la entrada de España en el organismo.

Lo presentan como un abuelo bueno, no como un fascista. “Solo protagonizó un régimen autoritario, nada que ver con Hitler o Mussolini”, insisten una y otra vez. Añaden, que solo mandó a fusilar a quienes tenían delitos de sangre.

Reescriben la historia, acomodándola a sus intereses. No contentos con mentir, se hacen ecos de bulos, como aquel de que el abuelo de Pedro Sánchez fue un legionario franquista a quien apodaban “El Carnicero”. Doble barbaridad: por mentira y porque, si fuera verdad, nadie tiene que responder por lo que hicieron sus abuelos, sus tíos o sus primos.

Todo apesta a ultraderecha. Pero no se trata de un mal local. La ultraderecha está avanzando de forma preocupante en Europa y en el resto del mundo. Tanto, que Merkel ha caído del lado moderado del tablero y tiene que lidiar con un creciente clima de violencia xenófoba en Alemania, donde se llama a “cazar al inmigrante”. En Italia y Hungría, en cambio, no se lucha contra la xenofobia porque esta está instalada en el Gobierno. Y se apoyan la una a la otra. Ya lo dijo el jefe de gobierno Viktor Orbán: “El italiano ministro Salvini es mi héroe”.

Una ultraderecha que apela a una solidaridad selectiva. Que, ante la llegada en masa de venezolanos a Brasil o Colombia, no hablan de “efecto llamada”. De ellos, sí dicen que huyen de la miseria contra viento y marea.

A todo esto, Pedro Sánchez, haría bien en ser más prudente y no darse tanta prisa en hacer públicas determinadas decisiones. Tanto la propuesta inicial, de un museo de la memoria al estilo del actual Auschwitz, como la rectificación, un cementerio civil, son iniciativas válidas, pero pierden fuerza si un día se dice una cosa y al día siguiente, otra.