Mientras en el Vaticano el Papa Francisco encarna la esperanza de que la Iglesia trabaje en favor de los vulnerables y de los inocentes, en España algunos monseñores parecen empeñados en representar cuestiones que atentan contra la libertad de las personas y los derechos que la Constitución proclama. Entre los mejores exponentes de esta postura involucionista y casposa, que retrotrae a los peores momentos de nuestra historia, figura por derecho propio el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, famoso por arremeter contra todo lo que le huela a rojerío

Utilizando como púlpito la pequeña pantalla, a través de la misa televisada del último domingo de diciembre en el canal 2 de la TVE pública, monseñor se erigió como martillo de herejes, despotricando contra la igualdad.

Reig Pla aprovechó la tribuna televisiva para sostener que “negar la diferencia sexual y la importancia de la familia es optar por una sociedad atomizada, de simples individuos”. Respecto al colectivo LGTBI advirtió que “la sociedad (…) nace de la diferencia sexual y la procreación (…) dos individuos no diferenciados sexualmente suman sus dos individualidades según sus deseos”.

El Papa Francisco se enfrentaba a la dura realidad de una curia contaminada de algún modo por la pederastia​, que demuestra que sus raíces están arraigadas

Por supuesto, no se cortó al anatemizar los métodos anticonceptivos. “La malicia de la anticoncepción –dijo-  reduce la unión conyugal a los simples deseos de los cónyuges”. Y tras señalar el aborto como causante del descenso demográfico, calificó las políticas progresistas de “cultura de la muerte”.

Mientras el obispo de Alcalá de Henares desgranaba tales lindezas mirando a la cámara, en el Vaticano, el Papa Francisco se enfrentaba a la dura realidad de una curia contaminada de algún modo por la pederastia, que demuestra día a día que sus raíces están arraigadas en la estructura eclesiástica.

 Se acababa de hacer pública una fechoría más, celosamente guardada:  Los hábitos delictivos del pederasta Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, eran del conocimiento pontificio hace ya seis décadas; sesenta años de tortura para millares de niños sometidos al monstruo que estaba al frente de un auténtico imperio económico amparado por Roma y, según parece, bajo el ala protectora de Juan Pablo II quien pudo imponer silencio pese a las denuncias.

Nada de esto se difundió por el diario Ya, propiedad de la Conferencia Episcopal, ni por su radio, la COPE, ni por su televisión privada TRECE/TV que en siete años ya ha invertido a fondo perdido 82 millones en una cadena que alberga mensajes reaccionarios y opiniones muy alejadas de la caridad.

He aquí por qué los sacerdotes que en verdad difunden el mensaje de Jesús de Nazaret y los buenos cristianos, tienen que seguir luchando día a día para mantener la fe pese a las contradicciones de la propia institución. Y es que el maligno, en demasiadas ocasiones, viste de sotana.