Cuando James Carville, estratega electoral de Bill Clinton, quiso resumir el mensaje y fundamento de la campaña para la elección del entonces Gobernador de Arkansas en 1992, centró su mensaje en: ‘la economía, estúpido’. La frase hizo fortuna y se ha utilizado hasta la saciedad para destacar lo esencial de una situación del ruido que lo acompaña.

Separar el ruido de lo esencial. Este es el tema. En el medio ambiente político español hace tiempo que convivimos con una contaminación acústica que nos impide centrarnos en la verdadera naturaleza de los problemas. Y sin un buen diagnóstico no se puede dar con una buena solución.

Hace tiempo que nos enredamos con debates secundarios. Los indultos lo son. El debate de los indultos es un debate trampa. De la misma forma que los árboles no nos dejan ver el bosque, en el ruido político, los indultos no nos dejan ver la base del debate de nuestra democracia: el reconocimiento del otro y el diálogo con el diferente. En un tono hamletiano diríamos que, indultar o no, esa no es la cuestión. La cuestión central es reconocer o no reconocer, dialogar o no dialogar.

Este es el fundamento.

No debemos olvidar nunca que el diálogo forma parte de la esencia, del núcleo de nuestra cultura, de nuestra democracia y de nuestra Constitución. Por eso, el diálogo es la mejor forma de reivindicar el patriotismo constitucional. No solo porque, intelectualmente, patriotismo constitucional y democracia deliberativa tienen al mismo progenitor: el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas, sino porque el diálogo está en la base de la redacción y aprobación de nuestra Carta Magna. La Constitución es hija y fruto del diálogo.

No hay nada más constitucional y patriótico que dialogar.

No debemos olvidar nunca que el diálogo forma parte de la esencia, del núcleo de nuestra cultura, de nuestra democracia y de nuestra Constitución

Y el primer acto del diálogo, el más profundamente democrático, es reconocernos como actores legítimos y legitimados para dialogar. Sin diferencia no hay diálogo, sin reconocimiento, tampoco. Aquí también apela el patriotismo constitucional: nuestra norma fundamental no exige, como garantía previa, un constitucionalismo militante.

Si Suárez, González, Fraga, Carrillo y Roca se pudieron auto reconocer como actores legítimos y fueron capaces de sentarse y llegar a un diálogo fructífero en circunstancias históricas mucho peores ¿no debemos exigir ese mismo espíritu a nuestras élites actuales, a las de Barcelona y Madrid?

Como Sherry Trukle expone en defensa de la conversación, hoy en día buscamos formas de evitar la conversación, empezamos a pensar en nosotros mismos como una tribu, como un único miembro, leales solo a nuestro propio bando.

Es la dictadura de los puristas.

A los puristas, la patria se les queda muy pequeña. Van expulsando de ella a todo aquél que piensa diferente. Dividen su mundo entre el extranjero, el traidor, el quintacolumnista y el puro. Solo estos últimos alcanzan el reconocimiento pleno, el Edén nacional. El resto no forma parte de la sociedad legítima y legitimada.

El peor error del independentismo durante el procesismo, fue ignorar constantemente a la mayoría social que no les secundaba. Ellos y solo ellos configuraban el pueblo. Al independentismo su pueblo se les quedó muy pequeño.

De la misma forma, algunos, desde Madrid niegan el diálogo en base a expulsar, inconstitucionalizar y desterrar al diferente, al otro. Su máxima expresión consiste en declarar ilegítimas y traidoras mayorías parlamentarias y gobiernos constituidos. ¿Si el Gobierno de España y el de la Generalitat son ilegítimos y traidores qué nos queda? ¿El caos?

Frente al caos, el diálogo. El que profundiza en las bases de la civilización, la democracia y la constitución. ¿No tiene cabida el perdón en nuestra cultura judeocristiana? ¿No tiene cabida la pluralidad en nuestra constitución? ¿No tiene cabida el diálogo en nuestra democracia?

Únicamente para el purista, el diálogo es sinónimo de traición. Vieron traición en el diálogo constitucional, en el diálogo para la legalización del PCE, en el diálogo con los partidos nacionalistas, en el diálogo para acabar con ETA. Para el pluralista, en cambio, el diálogo, es sinónimo de democracia.

Nadie puede dudar de que el diálogo se tiene que producir dentro del marco de las reglas del juego

Por tanto, los fundamentos del diálogo que ahora comienza entre un Gobierno de España apoyado en una mayoría parlamentaria y un Govern de la Generalitat apoyado por otra mayoría parlamentaria está avalada y justificada profundamente desde el patriotismo constitucional.

Ahora queda un amplio y lento camino por recorrer. Como dice el autor liberal Raymond Aron, un sistema democrático es un sistema lento porque exige a la vez el respeto a las minorías y que el grupo que quiera transformar las cosas acepte la lentitud y el marco democrático.

Ahí estará la clave. Nadie puede dudar de que el diálogo se tiene que producir dentro del marco de las reglas del juego. Justo lo contrario de lo que pasó en 2017. Cuando nos preguntamos por qué ahora se dan las condiciones del diálogo es porque el Govern de la Generalitat ha aceptado el reto. Dos no dialogan si los dos no quieren. No podemos desaprovechar la oportunidad.

No existe una Catalunya independentista al margen de una Catalunya constitucionalista

El diálogo no interpela solo a las élites independentistas ni a sus votantes. Nos interpela a toda la sociedad catalana y a toda España. Es la oportunidad de volver a la normalidad política e institucional a una sociedad que, en estos momentos está unida por el cansancio y el hartazgo. Este es el sentido de que más del 70% de los catalanes estén a favor de los indultos: independentistas y constitucionalistas.

Porque no existe una Catalunya independentista al margen de una Catalunya constitucionalista. Los independentistas tienen amigos, primos y hermanos constitucionalistas y los constitucionalistas tienen parejas, cuñados y compañeros de trabajo independentistas.

Pero a su vez es una apelación a todos los españoles, porque los problemas de los catalanes son problemas de todos los españoles. Porque no hay que olvidar que Catalunya es España y, España, es Catalunya. Aunque solo sea para que no se la patrimonialicen algunos.

A partir de ahora, la incertidumbre es máxima y los peligros muchos. Nadie lo duda. Pero ante ellos hay una triple garantía: que el Gobierno sea el máximo responsable de que el diálogo se produzca dentro de los cauces constitucionales y estatutarios, que todo debate referente a la soberanía nacional esté plenamente fiscalizado por la Cámara donde reside esa soberanía y que la ciudadanía sancionará en las urnas los resultados del diálogo en unas elecciones generales y, previsiblemente autonómicas en Catalunya, dentro de dos años. Si alguien tiene la tentación de hacer saltar las costuras de nuestra Constitución tendrá, de nuevo, enfrente, a la democracia española y a nuestro Estado de derecho.

Miremos adelante. España no puede estar secuestrada ni por los del ‘ni oblit, ni perdó’ ni por los del ‘ni olvido, ni perdón’. Quedan dos años por delante, así que keep calm, sit and talk.

Demos una oportunidad al diálogo, aunque sea por patriotismo constitucional.