Durante mucho tiempo hemos oído, leído e incluso creído, que el final del bipartidismo había llegado. Se anunció con toda clase de signos del acabose, con sorpassos a diestra y siniestra que no han llegado a producirse, y con soflamas que como los malos suflés, han acabado desinflándose sin que el profetizado apocalipsis se consumara.  Tenemos tricefalias en los dos espectros ideológicos de nuestro país: por la izquierda PSOE, IU-Podemos, o más bien la fagocitación del histórico y venerable PCE por Podemos en lo que se llama ahora Unidas Podemos; por la derecha PP, Ciudadanos (que hace mucho ha abandonado su vocación de centro tras la foto de la Plaza de Colón por mucho que diga), y Vox.

Este presunto fin de ciclo no ha hecho, en realidad, más que complicar el ya revuelto marco político ibérico. Los partidos nacionalistas han seguido haciendo su ganancia de pescadores en el río revuelto mientras, los llamados partidos constitucionalistas, al menos de boquilla, siguen calculando el cortoplacismo, el quítate tú para ponerme yo, y como nos repartimos esto. La insistencia de Podemos en entrar en el gobierno, pues saben que es su última oportunidad de rascar bola ante la sangría de pérdida de apoyos en las últimas elecciones, pueden acabar desembocando en una convocatoria de nuevas elecciones que favorezca a los dos partidos tradicionales de nuestra democracia, y procurando un gobierno de derecha, si el PSOE no obtuviera los suficientes representantes, ya que la derecha suele ser más disciplinada en esto. No le fue muy bien a Carmena con Podemos en el ayuntamiento de Madrid, demasiado hechos al juego del culto al líder Pablo Iglesias ahora en cuestión, y a jugar a estar dentro y fuera del sistema, letal para organizar cualquier responsabilidad de gestión. La izquierda marxista, al menos en el discurso, no ha perdonado aún al socialismo español que renegaran de esa izquierda autoritaria, supeditada a los líderes indiscutibles, desde que el ilustre Fernando de los Ríos, tras visitar la Rusia comunista, advirtió de sus derivas populistas pero dictatoriales en su libro “Mi viaje a la Rusia soviética”.

La tricefalia de la derecha está convocando algunos de los fantasmas cainitas más siniestros de nuestra historia contemporánea. Rivera trata de nadar y guardar la ropa ante la imposición, lógica si quieren contar con sus apoyos, de Santiago Abascal y su partido filofascista. Albert Rivera tiene ahora unos cuantos problemas. Por un lado explicarle a la Europa conservadora y demócrata cristiana sus acuerdos con la extrema derecha populista española, cuando ellos están apostando en todo el continente por el cordón sanitario a estas fuerzas. Por otra parte, la imposición de Vox a ser tratados como iguales, con respeto y a tener su cuota de poder, les obliga a tratar de explicar, difícilmente, a un importante número de sus electores de amplio espectro del centroderecha e incluso de sectores más progresistas, como se hace el trágala con las exigencias reaccionarias del nuevo partido para conseguir cuotas de poder. Tenemos además varios circos y numeritos inusitados como la propuesta de alternancia bianual en el ayuntamiento entre PP y Ciudadanos, lo que parece un esperpento  de Valle Inclán o un sainete barato.

El ejemplo de Andalucía, primera señal de la amenaza reaccionaria, es un clamor. La bajada de pantalones tanto del PP de Moreno Bonilla, previsible pues es una cabeza cortada y vuelta a crecer desde ellos mismos, y de Ciudadanos del  señor Marín, para evitar el fracaso de los Presupuestos Generales que les habría llevado a una convocatoria de elecciones que previsiblemente habrían perdido, es la música que va a sonar en estas semanas. Vox retiró la enmienda al Presupuesto andaluz tras el compromiso de incorporar la "violencia intrafamiliar", eufemismo de recortar en la protección de las mujeres maltratadas, y de reducir las políticas contra la violencia de género. Vox anunció este miércoles, durante su intervención en el debate de totalidad del proyecto de Ley de Presupuestos andaluces para este año elaborado por el Gobierno de coalición de PP-A y Ciudadanos (Cs), la retirada de la enmienda a la totalidad que había planteado a dichas cuentas. Vox la ha retirado tras un acuerdo con el Gobierno andaluz, al que ha renovado su "confianza", sobre asuntos como incorporar en las cuentas de la comunidad un teléfono de atención contra la violencia intrafamiliar o la lucha contra la inmigración irregular. Bajo estos edulcorados términos está recortar en “violencia de género”, recrudecer la legalización y estancia de migrados en Andalucía, mutilar las ayudas y el cumplimiento de la Ley de memoria histórica, y volver a convertir al colectivo LGTBI en ciudadanos de segunda, recortando sus derechos sanitarios, sociales, laborales, etcétera. Tristemente, y cómo ha declarado la socialista andaluza Susana Díaz, “VOX perdió la virginidad en Andalucía, y busca ese camino en Madrid”. El problema es que, cuando se generalicen estas medidas no sólo en Andalucía, sino también en la Comunidad de Madrid, con recortes de derechos y tratamientos sanitarios, recrudecimiento de permisos de trabajo y estancia para los foráneos, etcétera, a los que nos van a dar por detrás, sin que lo queramos, va a ser a la ciudadanía.