Vivimos tiempos extraños. Las estadísticas arrojan resultados preocupantes acerca de lo que piensa la juventud, sobre todo en materia de igualdad. Jóvenes que cuestionan o niegan abiertamente la violencia de género y una escasa preocupación por temas de discriminación son motivos para preocuparnos, y mucho. Porque parece que vivimos un retroceso en un ámbito en que nada el admisible sino el avance.

Por eso habría que empezar planteándose qué se entiende por igualdad. Y ahí hay mucha tela que cortar. Y muchos bulos por desmontar, sin duda.

Una de las cosas que más oímos es una frase recurrente que igual vale para la homofobia, para el machismo, para la xenofobia que para cualquier otro ataque la igualdad. ¿Cómo voy a ser machista si tengo madre y hermana? ¿Cómo voy a ser homófobo si tengo un amigo homosexual? O, como declaraba hace poco un político ¿Cómo vamos a ser racistas si tenemos una persona de piel negra en puestos de mando?

Suena conocido, ¿verdad? Incluso manido. Pues eso. Pero no vale, porque decir semejante simpleza es no entender nada. Absolutamente nada.

Sin duda, se puede ser machista teniendo madre y hermana. Y teniendo hijas y amigas, también. Se puede ser machista incluso siendo mujer, porque serlo no nos convierte automáticamente en feministas. Si así fuera, nunca habría hecho falta el feminismo, porque bastaría la existencia de población femenina para ser realmente iguales. Y no lo somos, y nunca lo hemos sido, aunque hayamos avanzado en este largo camino lleno de obstáculos. El machismo consiste en no reconocer que tenemos los mismos derechos, y no actuar en consecuencia. Consiste, entre otras cosas, en perpetuar esos roles que nos colocan en distintos planos en la sociedad, y que todavía subsisten. Y ser mujer no es garantía de no ser machista. Y menos aun tener madre o hermana.

Otro tanto cabría decir del famoso amigo homosexual. Su existencia no es un salvoconducto para eliminar toda sombra de homofobia. Porque la homofobia dejará de existir no cuando tengamos amigos homosexuales, sino cuando no importe que lo sean. Es más, en un mundo realmente igualitario ni siquiera deberíamos saber cuál es la orientación sexual de nuestras amigas y amigos, porque sería un dato sin mayor trascendencia.

Tampoco el hecho de que una persona de piel negra, o amarilla, o azul o verde si me apuran, en un cargo importante, convierte a la organización a la que pertenece en igualitaria. Es más, a veces se utiliza para demostrar de cara a la galería que no importa el color de la piel, o el origen nacional, o cualquier otra circunstancia. Cuando en realidad es exactamente lo contrario. Porque quien cree realmente en la igualdad no necesita demostrar nada.

Por eso, la próxima vez que escuchemos esas frases, démosle una vuelta. La igualdad no necesita excusas.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)