España tiene una deuda pendiente con América atina. Sé que no es fácil y que, teniendo en cuenta el prontuario histórico de nuestro país, y las consecuencias del postimperialismo y poscolonialismo español, cualquier acercamiento puede resultar sensible. También es cierto que, los lazos culturales e idiomáticos comunes, costumbres, vínculos familiares e históricos de más de 5 siglos, hacen que debamos seguir construyendo puentes para el progreso con unos países, no sólo hermanos, sino, en cierta medida, víctimas de nuestra propia historia, y de la suya.

En la dificultad de conexión ha influido, evidentemente, la presencia de los EEUU que, durante casi un siglo de injerencias vía CIA, han desestabilizado gobiernos, puesto y quitado presidentes, quebrado economías, en especial en Centroamérica, con una forma de nuevo colonialismo económico y de aculturación, más o menos disimulada. Forma parte de la corriente antiespañola que han ido alimentando e implantando, incluso en EEUU que debe más de la mitad de su historia a lo español. Esto ha hecho que los latinoamericanos renegaran de las riquezas de su lengua y cultura durante mucho tiempo, y construyeran un discurso de conversión “pro-yanky” y antihispano. La polarización de esta tendencia se exacerbó con el gobierno Trump que, además de dificultar, aún más, la vida de los latinoamericanos, dentro y fuera de EEUU, demolió todos los reconocimientos, incluso de bilingüismo hispano-anglosajón del país estadounidense, que había legitimado el anterior presidente Obama.

Esta es parte de la sintomatología, además de otras muy propias de los países americanos, como una clase política desastrosa, salvo puntuales excepciones. Por un lado, una izquierda reaccionaria, anclada a populismos y atavismos ya superados por el propio Marxismo, que acaba cristalizando en regímenes paramilitarizados y totalitarios como los de Cuba, Venezuela o Nicaragua, y una derecha neoliberal, corrupta, que beneficia lo privado, normalmente sus propias empresas y la de amigos, en detrimento de lo público. Un desastre para los latinoamericanos que se ven tensados entre la venta de sus países y recursos y el sometimiento a ideologías dictatoriales barnizadas de un peligroso paternalismo ideológico.

Esa herida llamada Centroamérica sigue sangrando, como vemos todos los días en los titulares y noticas. Colombia sigue revelada contra las medidas del presidente Duque, que no sólo cargó los impuestos y el peso impositivo a las clases más desfavorecidas sino que, luego, usó las fuerzas de seguridad nacional para reprimir las protestas con una violencia desmedida e impropia de un país democrático, como han señalado todos los organismos internacionales. Lo mismo podría decirse en El salvador, por no hablar de la lamentable gestión de la pandemia en Brasil, por el irresponsable Bolsonaro, que sigue acumulando miles de muertos con su criminal negacionismo. Cuba y Venezuela continúan siendo un callo en el corazón de la conciencia del Caribe, que no parece tener visos de resolución a medio ni corto plazo, así como Nicaragua.

Quiero detenerme en mi amada Nicaragua, patria del inmortal Rubén Darío, donde la familia imperial Ortega-Murillo sigue incólume con su organización criminal institucionalizada. Aunque estuvo a punto de tener que irse por su asesina represión estudiantil, encontró el balón de oxígeno que necesitaba en la Iglesia Católica Apostólica y Romana del Papa Francisco, que quitó de en medio al obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, muy crítico y que se posicionó con los estudiantes, primero destinándolo a Roma y después a EEUU. Báez, había conseguido una mesa de diálogo y poner al régimen de Ortega contra las cuerdas hasta que, el Santo Padre, no se sabe por qué razón, decidió aliviar la presión sobre el dictador, quitando del tablero nicaragüense a este comprometido y respetado sacerdote. Tal vez porque, con acuerdos bajo cuerda, conseguía mayor poder aún de la iglesia en Nicaragua, anulando, por ejemplo, el aborto, incluso para los supuestos terapéuticos de peligro de muerte para la madre. Todo esto y más se cuenta en la película documental “Nicaragua, patria libre para vivir”, que se ha estrenado en estas semanas. Dirigido por el escritor, director y productor granadino Daniel Rodríguez Moya, que se jugó la vida para hacerlo, cuenta la insurrección de los nietos de la revolución sandinista y el alto precio que han pagado, de muerte, persecución y exilio, por revelarse contra los abusos y la perversión de la revolución nicaragüense.

Rodríguez Moya, persona valiente y comprometida, pone voz y caras a los que, ante la inacción internacional, siguen siendo perseguidos, encarcelados y asesinados hoy, por pedir libertad, de la de verdad, no la de las pulseras, y democracia. Espejo doloroso en el que, es necesario que, también desde la izquierda, se condene, como yo hago siendo un socialdemócrata convencido, que no hay ideología, sino brutalidad y dictadura, en los que utilizan las banderas, las que sean, y los lenguajes revolucionarios, mientras actúan como asesinos sin escrúpulos. La pandemia no ha hecho más que silenciar, aún más, estas asignaturas pendientes de la comunidad internacional, y de España en concreto.

No podemos mirar eternamente para otro lado. No sólo por la falta de vacunas están muriendo en América latina. La inacción, la corrupción, los dictadores, llevan matando a diario a hombres, mujeres y niños, hermanos nuestros. Nos desangramos también con ellos y nadie hace nada. Qué lamentable ejemplo, uno más, de fracaso como especie.