Agobiados por las malas noticias, entretenidos en escandalizarnos y comentar las cosas que no nos gustan de los adversarios en las redes sociales, parece que no queda tiempo para fijarse en nada positivo, en las soluciones que podrían aplicarse a los problemas que tenemos planteados. Porque cada problema no tiene una única solución, son varias siempre las opciones para resolverlo o atenuarlo. Pero, para aplicarlas falta voluntad política, colectiva e individual para salir de nuestras burbujas de confort y de pereza a la hora de cambiar nuestras rutinas en todos los ámbitos.

La parte conservadora de nuestras sociedades, espoleada o excitada por los integrismos políticos y religiosos, se resiste a cambiar sus modos de hacer, los modelos productivos y ralentiza transiciones como la energética o la ecológica pese a la evidencia del calentamiento global y el cambio climático con sus dramáticas consecuencias.

En el terreno de la política tenemos ejemplos cercanos y lejanos. El integrismo independentista catalán en España se inclina por bloquear cualquier paquete de propuestas que no recoja al cien por cien las suyas. Lo mismo ocurre en Estados Unidos, donde los integristas republicanos de Trump optan por hacer ingobernable la Cámara de Representantes.

En el tema de las migraciones, el conservadurismo se enquista en los cuadros dirigentes y no corrigen su miopía política ante el problema. La presión migratoria seguirá aumentando mientras no se invierta en los países emisores de migrantes para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. La ayuda al desarrollo con porcentajes irrisorios como el 0,7% sirve de poco al lado de las cuantiosas inversiones en armamento para gobiernos autoritarios, dictatoriales o corruptos.

Los gobiernos se empeñan en aplicar soluciones del siglo pasado a los problemas del siglo XXI con la coartada de que muchos de los remedios tienen un coste demasiado alto para implementarlos a corto y medio plazo, ignorando que con esa actitud le hacen el juego a la lógica capitalista de socializar las pérdidas y privatizar los beneficios por cuantiosos que sean. Las empresas petroleras obstaculizan las soluciones energéticas renovables y distribuidas como el autoconsumo, mientras especulan con los combustibles fósiles a costa de la guerra de Ucrania o la de Israel contra Hamás.

Con el gravísimo problema de la falta de agua en todos los países ocurre algo parecido a lo de la transición energética, se le atribuyen unos costes altos a la desalación con datos de hace años y no se apuesta decididamente por ella a pesar del abaratamiento de su precio por metro cúbico por el empleo de eólica y fotovoltaica en su producción.

Hay subvenciones estatales para la compra de coches eléctricos en la inmensa mayoría de los países desarrollados por las presiones de la poderosa industria automovilística, pero no existe ayuda alguna para compra de bicicletas o triciclos eléctricos, ni para electrificar las bicis convencionales, cuando con menos dinero se podría obtener una mayor rentabilidad social de las inversiones públicas.

Podríamos seguir sector por sector, encontrando el mismo denominador común a la hora de analizar la gobernanza a todos los niveles: sobran las soluciones, pero falta la voluntad para aplicarlas con diligencia y prontitud.